O1
NICOLAI HARTMANN (1882-1950)
O N T O L O G Í A (1934) (1965)
FONDO DE CULTURA ECONÓMICA. MÉXICO
1965
O N T O L O G Í A I
(I.FUNDAMENTOS)
I)
PRÓLOGO
1. “Las cuatro investigaciones que presento juntas en este libro –sobre el
ente en cuanto ente, el “ser-ahí” y el “ser-así”, la manera de darse la
realidad y el ser ideal—forman el preludio de una ontología en que trabajo desde hace dos decenios…” (p.
vii)
2. “Prácticamente no es posible recoger en un solo libro una serie tan
imponente de investigaciones como la que requiere el tema total de la
ontología” (p.viii)
3. “La experiencia de la ciencia enseña algo muy distinto: antes de todo
comprender y de toda conquista han puesto los dioses el sudor del trabajo. Y el
trabajo es lo primero que hay que llevar a cabo, aquí como en todas partes, lo
mismo que al leer que al pensar por
cuenta propia. Sin él se convierte toda filosofía en especulación” (p.IX)
4. “En parte, se quedan pendientes en la investigación preliminar que concierne
a la relación del conocimiento y el ser—donde el concepto ontológicamente no
aclarado de conocimiento hace ilusorio a límite todo lo demás; en parte,
confunden la cuestión del ser mismo con el “objeto”, de suyo referido al
sujeto; en parte, buscan, a la manera cartesiana, el punto de partida
exclusivamente en el sujeto—siendo indiferente que se interprete éste como el
hombre, la persona o el “ser ahí”--, con lo que se falla de antemano la
indiferencia del ente a toda forma de conocer y comportarse el sujeto” (p. X)
5. “La disputa de los universales no está terminada, no es cosa de un pasado
lejano ha felizmente hayamos superado. Lo que nos hace pasar casi
intencionalmente de largo junto a ella, como si fuese algo atávico que pudiera
ridiculizarse, es la falta de sentido de nuestro propio tiempo para los
problemas ontológicos” (p.XII)
6. “¿O no es verdad que el concepto de categoría está aún hoy afectado de la
misma ambigüedad que provocó en su tiempo la cuestión diputada de los
universales? Aun hoy es la cuestión ontológica fundamental de la teoría de las
categorías, la de si éstas son maneras de concebir del hombre o rasgos
fundamentales de los objetos existentes en éstos con independencia de toda
concepción. Pero ¿qué era lo controvertido entre Roscelino y Anselmo, tomistas
occamistas? Es, referida a las notas más fundamentales de la esencia de todo lo
predicable, justo esta cuestión de si existen meramente in mente o también in
rebús (o incluso ante res). Si se prescinde aquí de los extremos más agudos, se
ve que la cuestión fundamental sigue siendo siempre la misma, y que la vieja
oposición de nominalismo y realismo sigue constituyendo siempre un problema
cardinal y persistente “ (P.XIII)
II)
I N T R O D U C C I Ó N
7. “Tenemos que retornar a la ontología, porque las cuestiones metafísicas
fundamentales de todos los dominios de la investigación en que trabaja el
pensar filosófico son de naturaleza ontológica, y porque estas cuestiones no se
echan del mundo con ignorarlas “críticamente” o esquivarlas con toda
aplicación” (p.2)
8. “Un pensar teorético que no sea ontológico en el fondo, no lo hay en forma
alguna y es cosa de imposibilidad. Es patentemente la esencia del pensar el
sólo poder pensar “algo”; no, el poder pensar “nada”. Así lo expresó ya Parménides.
Pero el “algo” se presenta en todo momento con una pretensión de ser y conjura
la presencia de la cuestión del ser “(p.5)
9. “La exactitud de la ciencia positiva tiene su raíz en lo matemático. Pero
esto no constituye en cuanto tal las relaciones cósmicas. Todo lo
cuantitativamente determinado es cantidad de “algo”. Ciertos sustratos de la
cantidad están, pues, supuestos en toda determinación matemática. Estos
supuestos, lo mismo si se trata de la densidad, la presión, el trabajo, el peso,
la duración que dé la longitud espacial, permanecen en cuanto tales idénticos
en medio de la multiplicidad cuantitativa, y es necesario conocerlos ya por
otro lado, si se quiere tan sólo comprender lo que pretenden decir las fórmulas
matemáticas en que apresa la ciencia las relaciones especiales de ello. Pero
por detrás de ellos mismos está una serie de momentos categoriales básicos que
tienen también y patentemente carácter de sustratos y se sustraen a todo
intento de apresarlos cuantitativamente, porque son supuestos de las relaciones
cuantitativas reales. De esta especie son, ante todo, el espacio y el tiempo,
y tras de ellos, pero no menos, la
materia, el movimiento, la fuerza, la energía, el proceso causal y otros” (p.
8)
10. “No hay ciencia natural tan exacta que pueda decir lo que son propiamente
en sí mismo el espacio, el tiempo, la materia y el movimiento, por no hablar de
qué sea causar y ser causado. Ya ciencia natural supone ya todo esto, y encima
sin preocuparse en fundamentar lo supuesto o dar cuenta de ello” (p.8)
11. “La ilusión y la arrogancia del psicologismo han sucumbido. Lo metafísico
del problema fundamental sigue en pie. Radica en la manera de ser de la
realidad psíquica; es, pues, por anticipado un problema ontológico” (p. 11)
12. “Es patente que hay una vida psíquica real que transcurre
independientemente del grado en que se la conoce y que no se identifica con la
conciencia. Transcurre en el mismo tiempo real en que transcurren también los
sucesos físicos, cambiando y desarrollándose en la misma secuencia unívoca e
irreversible, mostrando el mismo modo de surgir y desaparecer; más aún, está en
una multiforme relación de condicionamiento mutuo con el curso de los sucesos
externos. (p. 11)
13. “En el día de hoy, que mira el espíritu mismo con ojos predominantemente
históricos, no es ningún misterio que el mundo del espíritu constituye, una vez
más, una esfera especial del ser, superior ésta a la vida psíquica. Esta vida
está ligada al individuo, naciendo y muriendo con él. La vida espiritual no es
una cosa del individuo, por más que el individuo sea en cuanto persona un ente
cerrado y sui generis. Lo que es la persona, no lo saca ésta simplemente de sí
misma. Lo toma, al desarrollarse, de la esfera espiritual dentro de la que se
desarrolla. Pero la esfera espiritual es una esfera común, un ramificado todo
de instituciones, convicciones, valoraciones, tendencias, juicios y prejuicios,
saberes y errores, formas de vida y de expresión; una esfera de unidad y
totalidad en cada caso, y, no obstante influyente, fluyente, evolucionante,
pugnante en torno a bienes, fines, ideas—una vida espiritual que avanza a pasos
históricos. El espíritu entendido en este sentido, como totalidad, es lo que
une en todo tiempo a los hombres allí donde los separan la conciencia y la
personalidad” (p.13)
14. “Con el espíritu en este sentido se ocupan las ciencias del espíritu. Aquí
no se trata jamás de la singularidad del solo individuo, ni siquiera allí donde
debe apresarse efectiva y monográficamente tal singularidad. Pues esta
singularidad no es comprensible por ella sola; lo es únicamente partiendo del
todo de un espíritu histórico, el circundante caso. Pues este espíritu
histórico, con su mudanza, sus tendencias, su evolución, es algo real que surge
y desaparece en el tiempo aunque sobreviva al individuo; es algo que sólo se da
una vez en la totalidad del tiempo, algo que no retorna, una formación de no
menor individualidad que la persona. Es lo que llamó Hegel “espíritu objetivo”
“ (p. 13)
15. “Se puede apresar y describir la vida y los destinos del espíritu objetivo
exactamente como se puede apresar y describir todo lo real, hasta donde se
manifiesta en fenómenos. En la misma medida no hay en él, en cuanto fenómeno,
nada oculto o misterioso. Enigmática resulta, en cambio, su manera de ser. No
basta comprobar que es un modo de realidad espiritual. Pues no tiene la forma
que conocemos por el espíritu personal. No es sujeto, ni conciencia. Ni por su
contenido, ni en el tiempo se agota en la conciencia del hombre individual.
Pero nosotros no conocemos más conciencia que la del individuo. Esta enigmática
manera de ser es lo que tienta, sin querer, a sentar tesis metafísicas” (p. 13)
16. “¿Qué manera de ser tiene, en efecto, un juicio? Patentemente no se agota
en que lo pronuncie alguien en el proceso de pensar. Resulta captado,
comprendido, reproducido por la conciencia ajena; resulta bien común de muchos,
de toda una colectividad contemporánea, a la que sobrevive históricamente. Una
vez formulado y enunciado, queda elevado a una objetividad que lo hace
independiente de la ejecución del acto. Su sentido, su validez trasciende el
límite de la conciencia; “peregrina” de persona en persona, de época en época,
sin alterarse en medio de su peregrinar. Pertenece a una esfera distinta de la
esfera de la realidad de las cosas materiales y de alma. Se llama a esta esfera “esfera lógica”, se suscita la
cuestión de la índole que sea, de la manera de ser que tenga” (p. 14)
17. “Leyes como la de contradicción, del tercio excluso, leyes de la
subsunción, de la tabla de los juicios, de las figuras y modos del silogismo,
podrían ser leyes del pensar, sin nada análogo en el mundo real, referida al
cual es verdadera o falsa una conclusión. En este caso carecería de valor la
consecuencia lógica. Únicamente cuando le responde en lo real la consecuencia
en las relaciones mismas del ser—cuando, pues, tampoco en el mundo real
coexiste lo contradictorio, y también de términos contradictoriamente opuestos existe
necesariamente uno, y lo general es necesariamente válido en el caso
especial—cobra la consecuencia lógica valor de conocimiento “(p15)
18. “Pero entonces necesitan las leyes lógicas ser al par leyes generales del
ser. Necesitan dominar el mundo en que se sacan conclusiones y en que puede lo
concluido pretender ser verdad. Con esto queda dicho también la cuestión de las
leyes lógicas es en el fondo un problema ontológico. Y un tratamiento
fructífero de la lógica únicamente resulta posible si se le emprende con este
problema” (p.15)
19. “Pero el problema del conocimiento no se trata de un análisis de palabras o
conceptos, sino de un análisis de fenómenos. Y el “fenómeno” del conocimiento
tiene un aspecto totalmente distinto. Para decir brevemente lo capital, en el
conocimiento, a diferencia del representar, del pensar, de la fantasía, es
justo lo esencial el que su objeto no se agote en el ser objeto para la
conciencia. Aquello a lo que se dirige efectivamente el conocimiento, lo que
éste trata de aprehender y de penetrar cada vez más a fondo, tiene un “ser”
supraobjetivo”. Es lo que es independientemente de que una conciencia lo haga o
no objeto suyo; independientemente también de lo poco o mucho de ello que se
haga objeto. Su ser objeto es, en general, algo secundario para él” (p. 18)
20. “Todo ente, cuando se convierte en objeto, se hace objeto sólo
subsecuentemente. No hay ningún ente en cuya esencia entre de suyo el ser
objeto de una conciencia. Únicamente con la aparición del sujeto cognoscente en
el mundo pasa el ente a la relación de estar enfrente, y pasa a ella
exactamente en la medida en que el sujeto está intrísicamente, sobre las bases
de sus categorías, en situación de “objetearlo”. La “objeción” es justo el
conocimiento” (p.19)
21. “Un conocer que no aprehenda algo ante sí, no debe llamarse, en absoluto,
conocimiento. Puede ser pensar, juzgar, fantasear. Pero, justo, pensar se deja todo aquello que meramente no
es contradictorio; juzgar se deja lo más inexacto; la fantasía, sobre todo,
tiene la libertad frente al ente y no ente; el conocimiento es algo enteramente
distinto. Conocimiento lo hay sólo de aquello que alguna vez “es” y que “es”
independientemente de que se le conozca o no” (p.19)
22. “Es un error pensar que todo ente es objeto y que sólo lo que es objeto tiene carácter de
ser. El mundo entendido como el conjunto de los entes es, sin duda alguna, sólo
parcialmente objeto del conocimiento, quizá sólo en su mínima parte. Es lo que
enseña avasalladoramente el incesante descubrimiento de dominios de objetos en
el proceso del conocimiento” p.20)
23. “Pues ahora se trata de cómo sea posible que el sujeto aprehenda un ente
que le es trascendente; o, lo que es lo mismo, de cómo este ente pueda
convertirse en objeto de un sujeto. Se trata de
franquear la relación de trascendencia. En el desarrollo de esta
cuestión halla su límite toda mera fenomenología del conocimiento, para pasar a
ser metafísica del conocimiento” (p.20)
24. “Distinto es el hombre. También él
está en medio de los sucesos, también caen sobre él las situaciones; él no las
elige, él cae en ellas –Incluso allí
donde las ve venir y contribuye a determinarlas interviniendo en ellas o
esquivándolas; pues, en último término, finalizan siempre de manera distinta de
la querida por él. Pero, una vez ahí, no puede esquivarlas, tiene que pasar por
ellas, tiene que obrar. La diferencia se reduce a esta: la situación no le dice
“cómo” tiene que obrar, le deja un espacio libre para obrar de una u otra
manera. Tampoco le enseña inequívocamente la dirección su propia naturaleza. Al
poder de los impulsos se opone en él otra cosa, que le pone ante los ojos
metas, tareas, valores, potencias de índole peculiar y peso propio. También la
propia naturaleza le deja un espacio libre. Pero esto quiere decir que de la
dirección que emprende al obrar es dueña su libertad. “ (p.22)
25. “Mas como es imposible buscar la libertad en algo distinto del sujeto que
quiere (de la persona), el error tiene que estar en el origen subjetivo del
deber ser. Pero si se borra este origen, vuelve enseguida a pasar al primer
término la aporía de la manera de ser del deber ser. Pues ahora sólo puede
tratarse de una raíz objetiva. Pero tal raíz ha menester, ante todo, de que se
aclare su manera de ser. Pues ésta ha de ser de distinta especie que la de los principios del ser”
(p.24)
26. “El problema se halla, pues, en esta situación. Lo sustraído a la
aprobación del sujeto existe “en sí”. No por ello necesita ser real. La
realidad tampoco entra para nada en consideración por lo que se refiere a la
manera de ser de los valores, pues que estos existen con patente independencia
de que se los realice en el mundo, ni de la medida en que se los realice; y
sólo así es posible que los valores morales tengan un carácter de deber ser y
hagan frente al hombre como exigencias. Es necesario, pues, atribuir a los
valores otra manera de ser. En esto no se hallarían, sin duda, solos. Hay hasta
leyes y esencias que tienen un mero “ser ideal”. Es ser ideal de los valores ha
de tener aún, pues, una especie de ser distinta, que ni se sustente en el
sujeto, ni sea idéntica a la de las otras esencias” (p.25)
27. “Todo ser espiritual está en flujo. Tiene historia. La historia no es, sin
duda, sólo historia del espíritu, pero sí siempre “también” historia del
espíritu. Sin el factor del espíritu no se diferencia fundamentalmente del
curso de la naturaleza. El espíritu de que se trata aquí, es el espíritu
objetivo. Lo que de un modo efectivo se mueve, transforma y desarrolla
históricamente, son las formas espirituales, autocreadas, de los pueblos: el
derecho, la política,las costumbres, el lenguaje, el saber, etc. “ (p.28)
28. “Ahora bien, al proceso de la historia está anexa la vieja cuestión del de
dónde y el adónde. No es, en absoluto, una cuestión de mero contenido, sobre
todo en la dirección del adónde. no se trata sólo de la meta hacia la que nos
desarrollemos, sino, y más aún, de si los pueblos en general se mueven en la
dirección de una meta que quepa señalar, o, sin una meta semejante, están
entregados al “azar” y las cadenas de causas. Esta cuestión es una cuestión
eminentemente metafísica. Pues si el curso de la historia está entregada al
azar de las concatenaciones, en ningún caso está guiado por un sentido; pero si
hay en él dirección hacia una meta, tiene esta misma que ser una meta que dé
sentido. En este último caso, es el proceso de la historia, por ser efectivo
logro de la meta, un proceso que llena un sentido. Un sentido de la vida busca
el hombre; y sin un sentido de la historia, tampoco puede tener sentido, al
parecer, la vida del individuo” (p.28)
29. “La antigua metafísica los ha dejado, pues, yacer inadvertidos, en parte,
porque tenía más y más que hacer con sus objetos especiales; en parte, porque
no sabía con qué medios ni por qué caminos acercarse a ellos. Pues justo esta
antigua metafísica era una disciplina deslindada por sus contenidos; Dios, el
alma, la totalidad del mundo eran sus objetos (…) Ya no es la nuestra. Pero no
es que con ella hayan expirado los problemas metafísicos. Muy, antes bien, a la
inversa, únicamente así se han hecho visibles los problemas efectivos, por
siempre inevitables, de la metafísica. Pero estos problemas ya no yacen en el
más allá del mundo, ni tampoco más allá de toda experiencia y dato, sino en la
próxima cercanía, tangible, en la mitad de la vida. Penden de todo lo
experimentable, acompañan a lo cognoscible en todos los dominios. Pues en todos
los dominios está lo cognoscible dentro del marco de lo incognoscible. Y porque
las conexiones del ser no se detienen en los límites del conocimiento, sino que
los traspasan por todas partes, aparecen en el fondo de todos los dominios las
cuestiones residuales, no resueltas e insolubles, y toda investigación tropieza
sin querer en algún punto de ellas, cualquiera que sea la dirección en que
marche por obra de su contenido” (p.31)
30. “Siempre encontramos ligado lo desconocido a lo conocido, lo incognoscible
a lo cognoscible. Si los problemas metafísicos no se dejan pues, resolver del
todo, si se dejan en todo tiempo tratar con métodos apropiados. Es cosa sólo de
encontrar los métodos. Pero este tratarlos quiere decir simplemente un avanzar
del conocimiento en que aducen para llegar a una solución nuevos lados o parte
del problema, con lo que se estrechan cada vez más los residuos incognoscibles,
a la vez que hacen relativamente asideros” (p.32)
31. “La trama ontológica de las cuestiones metafísicas fundamentales en todos
los dominios de la investigación, se ha revelado como el lado manejable e
investigable de ellas. Puede expresarse esto también así: la cuestión de la manera
de ser y la estructura del ser, de la arquitectura modal y categorial, es lo menos metafísico de los
problemas metafísicos, lo relativamente más racional dentro del conjunto de lo
que contiene restos de problemas irracionales” (p.33)
PRIMERA PARTE
DEL ENTE EN CUANTO ENTE EN GENERAL
SECCIÓN I
EL CONCEPTO DE ENTE Y SU APORÍA
32. “La ontología empieza en una cierta posición, más acá de los problemas
metafísicos así como de la oposición entre los puntos de vista y los sistemas
filosóficos. No es de antemano importante para el planteamiento de su propia
cuestión saber si hay un “principio del mundo”, si este principio tiene o no la
forma de una inteligencia, si la fábrica del mundo tiene sentido o si el
proceso del mundo se dirige hacia una meta. Esto no hace cambiar gran cosa el
carácter del ente en cuanto tal” (p.45)
33. “El ser y el ente se distinguen exactamente como la verdad y lo verdadero,
la efectividad y lo efectivo, la realidad y lo real. Hay muchas cosas que son
verdaderas, pero el “ser verdadero” mismo de estas cosas es uno y el mismo; el
hablar de “verdades” en plural es filosóficamente torcido y debiera evitarse.
Tan torcido es hablar de efectividades, realidades, etc. Cosas reales hay
muchas; su realidad es una, un idéntico modo de ser. Asimismo es también con el
ente y el ser. Es menester perder el hábito de confundir el uno con el otro.
Tal es la primera condición de todo ahondamiento ulterior. El ser del ente es
uno, por múltiple que sea este último. Pero todas las ulteriores diferenciaciones
del ser son tan sólo especificaciones de la manera de ser” (p. 47)
34. “Y esto significa que no hay que preguntar, digamos, por un “ente” único
situado por detrás de la multiplicidad de todos los entes—esto significaría por
anticipado la busca de una sustancia, de un absoluto, o de cualquier otro
principio de unidad, y este mismo necesitaría a su vez un ser--, sino que hay
que preguntar por lo que en los entes se encierra de general entendido en
simple sentido óntico. Mas esto es el ser” (pp. 47)
35. “Esta fórmula clásica reproduce exactamente la situación del punto de
partida. Pregunta, sin duda, por el “ente” y no por el “ser”; pero como sólo
mienta el ente en cuanto es ente, o sea, sólo en su nota más general, mienta
mediatamente- a través del ente--,a pesar de todo, el “ser” “ (p. 48)
36. “Martín Heidegger ha impugnado lo anterior. En lugar de la cuestión del
“ente en cuanto ente” pone la cuestión del “sentido del ser”. Una ontología es
ciega mientras no aclara esta cuestión; la vieja ontología tiene por esta causa
que sucumbir a la destrucción; tiene que ganarse un nuevo punto de partida.
Debe ganarse en el “ser ahí”, que por su parte se restringe inmediatamente al
“ser ahí” del hombre. Éste tiene sobre otros entes la preeminencia de ser el que comprende en su ser. Todo comprender
el ser tiene sus raíces en él, y la ontología debe basarse en el análisis
existenciario de este “ser ahí” “ (p.50)
37. La relatividad del ente al hombre es y será justo la misma como quiera como
quiera que se interprete más concretamente su manera de darse. El verdadero
error desde el punto de partida estaría en acercar demasiado entre sí el ser y
el comprender del ser, hasta confundir prácticamente el ser y la manera de
darse el ser. Los modos de darse se toman por las modalidades del ser “ (p. 50)
38. “ “Sentido” es, en todas las circunstancias (en todas sus significaciones),
algo que existe “para nosotros”—más exactamente, para nosotros o para algo que
es nuestro igual, aunque sólo sea un sujeto lógico o postulado. Un sentido en
sí sería un contrasentido. Es, pues, aun demasiado poco decir: en sí mismo no
necesita el ente en cuanto ente tener ningún sentido. Antes bien, hay que
decir: en sí mismo no puede en absoluto tener sentido. Sólo “para alguien”
puede tenerlo. Pero su tener sentido para alguien—si hay tal alguien—no es, en
ningún caso, su “ser”. El ser del ente permanece indiferente a todo lo que el
ente pueda ser “para alguien” “ (p. 53)
39. “No es posible superar la fórmula del “ente en cuanto ente”. Es una fórmula
que no decide nada previamente, que permanece neutral ante las divergencias de
las posiciones y teorías, más acá de toda interpretación. El reverso de esque
es meramente formal, un esquema que aguarda a que lo llenen” (p. 53)
40. “El ser es algo último por lo que cabe preguntar. Algo último no es nunca
definible. Sólo se puede definir sobre la base de otra cosa que se halla detrás
de lo buscado. Pero algo último es una cosa detrás de la cual no hay nada. En
todos los dominios de problemas hay algo último que, en cuanto tal, no puede
determinarse más precisamente. Nadie puede definir lo que es espíritu, lo que
es la conciencia, lo que la materia. Sólo se puede encerrarlo en límites,
separarlo de otras cosas y describirlo partiendo de la especificaciones” (p.
54)
SECCIÓN II
CONCEPCIONES TRADICIONALES DEL ENTE
41. “El ente entendido puramente como ente es patentemente indiferente a la
distinción de primario y secundario, independiente y dependiente. Por
fructífero que sea el principio de la sustancia en otro respecto, para la
cuestión ontológica fundamental carece de importancia” (p. 67)
42. “Lo deviniente no es menos ente, en nada, que lo persistente. Pues consiste
en la transición de los estados del ser de lo persistente. El devenir, el
cambio, la alteración, la transición, son de suyo una forma de ser, y
justamente aquella que está ligada del modo más estrechoal persistir. Alterable
es, justo, sólo lo persistente” (p. 69)
43. “En el viejo principio de la materia confluyen los momentos del principio
del mundo, de la unidad y de la persistencia. A ellos se añade el de la
indeterminación. Por razones cosmológicas es comprensible por qué Anaximandro
hizo de lo indeterminado el principio; ontológicamente resulta al pronto
extraño. Pero la razón está en la pluralidad y movilidad de lo determinado.
Sólo algo indeterminado parece poder persistir idéntico. Así, pues, ha de ser
el verdadero ente anterior a todas las oposiciones” (p. 69)
44. “Ahora bien, es claro que lo que “ocurre” y en el ocurrir tiene un “ser
ahí” real, “es” en un sentido distinto y más propio que aquello que no ocurre.
Tiene, pues, un buen sentido buscar el “ente en cuanto ente” en el existente”
(p. 74)
45. “Si ahora se comparan la tesis de ambos lados, del realismo de los
universales y del nominalismo, el resultado es que ambas cometen la misma falta
ontológica. El primero aísla el “ser así” y no puede apresar luego el “ser ahí”
de lo individual; el segundo aísla el “ser ahí” y no puede concebir luego el
“ser así” de lo individual. En ambos casos es el mismo aislamiento, de los
mismos momentos del ser patentemente unidos, lo que impide concebir el “ente en
cuanto ente”. No basta, justo, comprehender el ente sólo como determinación o
sólo como lo que ocurre realmente. El ente en cuanto ente es la unidad de ambas
cosas” (p. 75)
46. “Si la cosa no marcha con los modos del ser, quizá lo haga con una manera
determinada del mismo. Si se entiende por realidad la manera de ser de todo
aquello que tiene en el tiempo su lugar o duración, su nacer y perecer—lo mismo
que se trata de una cosa material que de una persona, de un proceso individual
que del curso total del mundo--, se ofrece esta definición: el ente en general
es lo real, el ser es la realidad” (p. 84)
47. “Supuesto, pues, que hubiese aún otro reino del ente –siendo indiferente
como se lo llame, pero llamémoslo “ente ideal”--, ha de ser válido de él el no
ser menos ente que el real. Sólo la manera de ser sería distinta. El “ser”
tendría, pues, que abarcar como genus
la realidad y la idealidad. Y el “ente en cuanto ente” no sería ni lo real, ni
lo ideal” (p. 84)
48. “La tesis fundamental de todas las concepciones reflejas es esta: el ente es “objeto”. Puede
entenderse esta tesis tan en general que queden comprendidos en ella los
correlatos objetivos e internos de todos los actos de la conciencia, cualquiera
que sean éstos; también el imaginar, el fantasear, el pensar especulativo
tienen su objeto, e igualmente el desear, el esperar, el apetecer, etc. En esta
generalidad sería el ente “objeto intencional”, sin consideración a la realidad
o irrealidad” (p. 89)
49. “El ente entendido puramente como ente no es de suyo, en manera alguna,
objeto. Únicamente hace de él objeto el sujeto cognoscente, y lo hace justo
mediante la intervención del conocimiento (la objeción). La intervención del conocimiento
supone siempre ya al ente. Pero el ente no supone el conocimiento” (p.89)
SEGUNDA PARTE
LA RELACIÓN ENTRE EL “SER AHÍ” Y EL
“SER ASÍ”
SECCIÓN I
LA APORÉTICA DEL “QUE” Y DEL “QUÉ”
50. “El ente es apresable partiendo de sus especificaciones—exactamente así
como la esencia del mundo del mundo no es experimentable, inferible ni
conjeturable de un golpe en conjunto, pero sí desde dentro y desde su multiplicidad” (p. 101)
51. “El ente en cuanto ente es indiferente a la sustancia y al accidente, a la
unidad y a la multiplicidad, a la persistencia y al devenir, a lo determinado y
a lo indeterminado (sustrato), a la materia y a la forma, al valor y al
contravalor. No es menos a la totalidad colectiva, a la parte y al todo, al
miembro y al sistema. Y si es posible, más perfecta aún resulta la indiferencia
tratándose de las determinaciones reflejas: sin diferencia alguna se extiende
el carácter de ser al sujeto y al objeto, a la persona y a la cosa, al hombre y
al mundo, a lo aparente (fenómeno) y a lo no aparente, a lo objetado y a lo
transobjetivo, a lo racional y a lo irracional” (p. 102)
52. “Esencia y existencia tienen que ser genuinos caracteres del ser, que
convienen ambos al ente en toda su extensión y que únicamente juntos
constituyen el “ente en cuanto ente”. Esto quiere decir que todo ente tiene
necesariamente en sí un momento de esencia y un momento de existencia “(. 103)
53. “Según Kant, en efecto, podemos muy bien saber de la existencia de las
cosas en sí, pero no de su “constitución”. No consienten que sea de otra manera
las formas de la sensibilidad y del entendimiento. Lo que resulta cognoscible
en el espacio y en el tiempo bajo concepto del entendimiento, es sólo
“fenómeno” “ (p.110)
SECCIÓN II
RELACIÓN
ÓNTICAMENTE POSITIVA ENTRE EL “SER AHÍ” Y EL “SER ASÍ”
54. “El “ser así” de un determinado ente no es nunca un “ser así” neutral, es
siempre “ser así” ideal o “ser así” real, no de otra suerte que su “ser Ahí”.
Pues a toda especie de “ser ahí” corresponde un “ser así” de su propia esfera”
( p. 140)
55. “Todo “ser así” de algo “es” de suyo también un “ser ahí” de algo, y todo
“ser ahí” de algo “es” también un “ser así” de algo. Tan sólo no es el algo uno
y el mismo en ambos casos. El “ser ahí”
del árbol en su lugar “es” de suyo un “ser así” del bosque, que sin él sería
distinto; el “ser ahí” de la rama del árbol “es” un “ser así” de la rama; el
“ser ahí” del nervio de la hoja “es” el “ser así” de la hoja. Esta serie puede
prolongarse por los dos lados; siempre es el “ser ahí” de lo uno a la vez “ser
así” de lo otro. Pero también puede invertirse: el “ser así” de la hoja es el
“ser ahí” del nervio, el “ser así” de la rama es el “ser ahí” de la hoja, etc.
No sería lícito encontrar un obstáculo a esto en el hecho de que nunca sea un
fragmento del “ser así” lo que consiste en el “ser ahí” de otra cosa. Pero sí
puede decirse que también los restantes fragmentos del “ser así” consisten de
la misma manera en el “ser ahí” de cosas siempre nuevas” (p. 153)
56. “Así como, en efecto, las cualidades sólo son algo “en” una cosa (u otro
algo), así también las cosas mismas sólo son algo “en” o “dentro de” un orden
de cosas, “en” el curso del mundo, “en” el mundo. Mas en cuanto son tal En qué”
y “dentro de qué”, pertenecen al “ser así” del mundo. Ni las cosas ni nada de
lo que parece sustancial como ellas tienen en punto de “ser ahí” preferencia
alguna sobre los órdenes en que se hallan” (p. 156)
57. “Esta razón es fácilmente visible:
se separa en los “objetos” el “ser ahí” y el “ser así”, porque su manera de
darse es diversa y con frecuencia separada también en intuiciones muy distantes
entre sí. El punto saliente de esta diversidad es la dualidad de las fuentes
del conocimiento; o sea, de los elementos apriorístico y aposteriorístico del
conocimiento. La relación de esta dualidad con los dos momentos del ser puede
expresarse en dos simples tesis: 1. El “ser ahí” es cognoscible sólo a
posteriori; 2. A priori sólo es cognoscible el “ser así”. Esto sólo es válido
sin duda para el “ser ahí” y el “ser así” reales; el ser ideal entero sólo es
conocido a priori. Pero el peso del problema del “ser ahí” está una vez más en
la esfera real” (p. 165)
TERCERA PARTE
LA MANERA DE DARSE EL SER
SECCIÓN I
EL CONOCIMIENTO Y SU OBJETO
58. “En la caracterización del “ente en cuanto ente”, de la que partimos,
desempeñó la distinción respecto del ser objeto un papel decisivo. El punto
saliente en ella es la independencia del ente respecto de la objeción. Ahora
bien, como toda manera de darse un ente tiene la forma de la objeción, se
suscita la cuestión de qué sea lo que pase propiamente con la manera de darse
misma. Para ello no basta saber la distinción entre el ser y el ser dado. Sólo
resulta tangible por tratarse de un ente en sí. Pero hasta qué punto puede
afirmarse la existencia de éste, no resulta claro con sólo lo anterior”
(p. 175)
59. “El que algo “sea en sí” quiere decir justo que lo hay, que existe, y no
sólo “para nosotros”, no meramente en la mención o en el tenerlo por tal. Se
trata, pues, de la demostración del “ser ahí” ”
(p. 175)
60. “Una aclaración más la pide el concepto mismo del ser en sí. No es, en
absoluto, un concepto ontológico, ni se identifica, pues, en manera alguna, al
de “ente en cuanto ente”. Procede plena y totalmente de consideraciones
gnoseológicas; está formado dentro de la dirección visual de la intentio
obliqua. Es un concepto opuesto al concepto de apariencia, fenómeno, objeto.
Esta oposición se adhiere a él haciéndolo ambiguo. Pues es una oposición pura y
exclusivamente gnoseológica. “ (p. 176)
61. “La relación entera a la que pertenecen, la relación de conocimiento, es
una relación entre lo real, el sujeto real y el objeto real. Ella misma es una
relación real. El que yo conozca algo será extrínseco al algo, a mí no es
extrínseco. En mí es algo real. Y, por
consiguiente, es en sí algo real ” (p. 176)
62. “Lo que es objeto del conocimiento tiene, ante bien, un ser supraobjetivo,
es en sí. Esta tesis expresa la ley del objeto de conocimiento. Es, justo, por
ello, la ley fundamental del conocimiento mismo. Y esto quiere decir: un acto
de conciencia que no aprehende un ente en sí, sea un acto de pensar, de
imaginar o fantasear, no es un acto de conocimiento. Esos otros actos de
conciencia tienen también objetos, pero sólo intencionales, no entes en sí (…)
Toda ambigüedad que le afectaba por su origen puede evitarse sobre la base
ontológica ganada. Consistía ella en que también el ser objeto “es” algo,
incluso en que hasta objetos meramente intencionales, pensamientos, imágenes,
“son” algo, y en cuanto entes existen a su vez en sí y constituyen objetos de
posible conocimiento” (p. 179)
63. “El conocimiento nunca está dirigido sino a su objeto, al comprende como lo
independiente de él, pero no está dirigido a las formaciones contenidas en la
propia conciencia cognoscente y que él mismo, y únicamente él, produce. Este
conocimiento no sabe de la imagen del objeto que se hace, no sabe de la
representación, del concepto, del pensamiento; sólo sabe del objeto mismo, pero
este su saber tiene la forma de la representación, del concepto, del
pensamiento. Por esta causa no cabe señalar directamente la imagen en el
fenómeno del conocimiento. La imagen, la representación, el pensamiento son
transparentes, “no están en frente”; únicamente la reflexión gnoseológica los
descubre. En esta reflexión se vuelve objeto de un segundo conocimiento, de un
conocimiento “reflejado” contra el primero. Pero en tanto que este último se
dirige a ellos, ya no tiene por objeto el mismo ente que era objeto del primer
conocimiento” (p. 179)
64. “Pero aun supuesto que pudiera mostrarse que todo ente en sí dado descansa
en una pura apariencia ni siquiera con ello se habría esquivado el ser en sí.
Tendría que trasladarse el “en sí” al fondo óntico situado por detrás del ente
desenmascarado como pura apariencia. Y este fondo sería el verdadero ente en
sí. Pues en algo tiene que descansar incluso la pura apariencia. Todo lo
restante—todas las categorías especiales del ser—convendrían entonces a la pura
apariencia. Y en tanto ésta no fuese arbitraria, sino necesaria sobre la base
de aquel fondo óntico (que no hay manera de evitar), les convendría también
ontológicamente con necesidad. Las mismas determinaciones construirían entonces
una bien fundada ontología de las puras apariencias, que no se distinguirían de
la ontología del ser en nada más que en la etiqueta de “pura apariencia”, o
sea, que sería la misma ontología. Tendría, en efecto, que habérselas con el
ser de las puras apariencias. Pues también ésta “es” algo” (p.182)
65. “Entre los actos trascendentes se destaca, a su vez, el acto de
conocimiento por el carácter puro de la aprehensión. La relación del sujeto con
un objeto ente en sí es aquí una relación plenamente unilateral, receptiva: el
sujeto resulta determinado por el objeto, pero por su parte no determina éste
de manera alguna. El ente del que se hace objeto (el ente objetado) permanece
intacto; nada se altera en él. Sólo en el sujeto se altera algo; en él se
produce el saber del objeto. En esto consiste su receptividad. Al ente que le
queda objetado le resulta la objeción extrínseca. Está ahí indiferente si se le
hace objeto del sujeto y en qué medida. En esto consiste su ser en sí.
Semejante conducta del sujeto relativamente a un ente en sí es, justo, la
aprehensión” (p. 186)
66. “La aprehensión no es un “tener en la conciencia”. No se puede “tener”
objetos entes en sí como se “tiene” pensamientos y representaciones. La
aprehensión expresa, antes bien, la trascendencia del acto, el tener sólo una
relación inmanente a la conciencia. Aprehender se puede sólo entes en sí;
tener, sólo contenidos de conciencia (la imagen del objeto), hay sin duda en el
acto del conocimiento también un tener. El tener no es, pues, la instancia
dadora. Descansa ya en el aprehender. El
tener la imagen no es nada más que la forma que toma en la conciencia el haber aprehendido” (p. 187)
67. “Esta situación es ontológicamente más importante de lo que pudiera parecer
a primera vista. Quiere decir que si no hay un ente en sí, tampoco hay
conocimiento. Pues entonces no hay nada que pudiera conocerse” (p.187)
68. “Pues el “fenómeno” del conocimiento está ahí y no consiente que quiten del
medio. Y habría que declararlo en conjunto una pura apariencia, si no se lo
toma fundamentalmente por un fenómeno real. Pero si se lo declara una pura
apariencia, en que descanse ésta, y por qué es una apariencia inevitable,
universal, y que nos domina a lo largo de la vida. Antes se mostró que no se
puede lograrse tal cosa. En toda especie de explicación subsiste 1) el ser del
fundamento en que descansa la apariencia y
2) el ser de la apariencia misma” (p. 187)
69. “En el fenómeno del conocimiento como acto trascendente hay una doble
antinomia que ha menester de aclaración. La relación sujeto-objeto tiene la
forma de una correlación. El ser objeto está, en efecto, ligado a ser sujeto
del otro miembro de la relación, no menos que éste a aquél. Peri la
trascendencia del acto quiere decir que el ser del objeto está ahí
independientemente del sujeto. Ser en sí es independencia; ser objeto,
dependencia” (p. 189)
70. “Tiene que ensancharse la base fenoménica. Esto sigue siendo ante todo
posible dentro del fenómeno del conocimiento. Pues éste no está agotado con lo
expuesto. Hay aún fenómenos parciales del conocimiento en los que es mayor el
peso de la manera de darse el ser en sí: el de la conciencia del problema y el
del progreso del conocimiento. Problema es aquello de un objeto que todavía no
está aprehendido, o lo desconocido en él. La conciencia del problema es, pues,
el saber de esto que es desconocido. En el contenido del conocimiento se hace
sentir como conciencia de su inadecuación. El progreso del conocimiento es la
superación de la inadecuación, la tendencia y el movimiento de la adecuación,
el avance del conocimiento hacia el interior de lo desconocido y la
trasmutación de lo desconocido en conocido” (p. 193)
71. “El punto ontológicamente importante está en el concepto de objeto de
conocimiento se desplaza esencialmente una vez aún. Al sujeto no le hace frente
ahora solamente la parte objetada del objeto total, sino también la no
objetada, lo “transobjetivo”. Esto no es objetum, pero sí objiciendum. El
objeto de conocimiento, objeto ente, está, pues, dividido en conocido y
desconocido, y por entre ambas partes pasa el límite de la objeción en el caso.
Lo que está más allá de ese límite es lo transobjetivo” (p. 194)
72. “Cuando se resuelven problemas, se convierte lo transobjetivo en objetado.
Esto prueba que lo transobjetivo no era una nada, sino que había ahí algo que
se ofrecía a un posible conocimiento. El progreso suele, sin duda, marchar, en
lo que se refiere al contenido, de tal suerte que lo transobjetivo se revela, a
medida que progresa la objeción, como constituido de una forma distinta de
aquella que se había presumido; pero tampoco con esto no se revela como una
nada. El ser en sí se confirma” (p. 194)
SECCIÓN II
LOS ACTOS EMOCIONALMENTE TRASCENDENTES
73. “Es una misma manera de ser la que abarca la materia y el espíritu; pues la
materia y el espíritu presentan los mismos momentos fundamentales de la
individualidad y la temporalidad. También el ser espiritual surge y pasa en el
tiempo; es, con todo lo que tiene de específico, único e irrecuperable una vez
que ha pasado. Sólo la espacialidad distingue de él el de las cosas materiales.
Es error fundamental de la manera materialista de pensar tener por real
solamente lo extenso. La materia es extensa. Pero real no es la materia
solamente. No es la espacialidad la nota diferencial (específica) de lo real,
sino el tiempo. No la magnitud, la mensurabilidad, la visibilidad distinguen a
lo real, sino el devenir, el proceso, el ser una sola vez, la duración, la
sucesión, la simultaneidad “(p. 214)
74. “Una relación de conocimiento aislada no la hay en la vida, y en la ciencia
sólo aproximadamente. Pero también en la aproximación se ha prescindido ya
posteriormente de todas las formas primarias de darse. La pura relación
“sujeto-objeto” es ónticamente secundaria. Está ya inserta en una multitud de
relaciones primarias con los mismos objetos – cosas materiales, persona,
situaciones vitales, sucesos—Los “objetos” no son en primera línea algo que
conozcamos, sino algo que nos “incumbe” prácticamente, algo con lo que en la
vida tenemos que “habérnoslas” y “arreglárnoslas”; algo con lo que tenemos que “acabar”,
que tenemos que utilizar, superar o soportar. El conocimiento suele venir tan
sólo renqueando a la zaga ” (p. 215)
75. “Esto es justamente lo esencial del tiempo real, que abraza todo lo real
sin distinción de especie ni grado, que une los sucesos naturales e histórico,
psíquicos y de las cosas materiales. Presupones, pues, de la manera más
expresa, el universal paralelismo de todos los sucesos, los físicos como
los histórico-humanos, de un tiempo. Un análisis del tiempo
que ignore este fenómeno de unidad, es un análisis falso. Y una ontología de la
realidad que descansara en semejante ignorancia, sería una falsa ontología de
la realidad. Abarcaría sólo un fragmento de lo real, sólo los estratos
inferiores. Quedaría incomprendida la manera de ser de los superiores” (p. 215)
76. “Espantosa tiene que ser, naturalmente, para aquel que vive su vida
exclusivamente sobre la base de la importancia de la propia persona y entiende
por mundo meramente el suyo; el habitual absurdo de concederse importancia a sí
mismo se venga del hombre egoísta. Relativamente indiferente resulta la muerte
para quien se ve a sí mismo en una actitud óptica sin falsedad, como un
insignificante individuo entre individuos, como una gota en la corriente total
de los sucesos del mundo, de la historia, lo mismo que de la cósmica, todavía
mayor, y sabe comedirse en su veneración ante lo grandioso. Esta es la actitud
natural del hombre cuando no ha roto sus raíces con la vida” (p.227)
SECCIÓN III
LA VIDA REAL Y EL CONOCIMIENTO DE LA REALIDAD
77. “De este general y cabal sentimiento de valor es característico ser un
momento plenamente trascendente al acto, o sea, estar dado sus objetos como realmente entes en sí. En él no se trata
de los valores en su pura idealidad, sino del darse algo “real” como valioso o
contravalioso. Y justamente partiendo de estos acentos de valor tiene lo real
experimentado en la vida un peso propio, incluso perentoriedad para nosotros.
Si la cosa fuese indiferente al valor, no me tocaría su ser real. Si fuese un
caso meramente pensado, sería también la repulsa meramente pensada, no una
efectiva—es decir, no real como acto—reacción al valor en mí. Sólo la
injusticia realmente sucedida suscita la real lesión del sentimiento. O en
general: sólo el ser contrario al valor o el ser valioso “real” provoca la
respuesta viva y efectiva al valor” (p. 245)
78. “Sería erróneo pensar que en el ser para mí
de “mis cosas” no haya un ser en sí. El ser para mí no descansa
meramente en la opinión del yo, no estriba meramente en “mi representación” (p.
246)
CUARTA PARTE
EL PROBLEMA Y EL LUGAR DEL SER IDEAL
SECCIÓN I
LA MANERA DE DARSE EL SER MATEMÁTICO
79. “En el pensar, juzgar y conocer matemático mismo está entendido el objeto
aprehendido como un objeto que existe independiente del pensar, juzgar y
conocer. Está entendido como un objeto que desde siempre existió y existirá,
como un objeto, pues, intemporal, pero nunca como uno que se produzca
únicamente en el juicio. Este carácter del ser en sí es el que comparte el ser
ideal con el real” (p. 290)
80. “En los primeros comienzos del conocimiento científico acerca de la
naturaleza descubrieron esta relación los antiguos pitagóricos. La descubrieron
en la posibilidad de calcular las alturas de los sonidos por olas longitudes de
las cuerdas, así como en la posibilidad de determinar matemáticamente los
movimientos de los astros en el cielo; y la formularon diciendo que los
principios de lo matemático tenían que
ser al par los principios del ente. Esto quería decir, pues, que las relaciones
reales de las cosas, procesos, movimientos, se rigen en todo rigor por las
leyes de las formaciones ideales matemáticas—de los números y las figuras. Este
clásico descubrimiento se convirtió, sin duda a través de muchos rodeos, en la
base de exacta de la naturaleza” (p. 303)
81. “La posibilidad de comprender, de convencer y convencerse, no descansa en
la necesidad del pensamiento, sino en la identidad del objeto ideal para toda
mirada dirigida a él. Este objeto es la formación matemática misma—número,
conjunto, magnitud, espacio, así como las relaciones y leyes de éstos en su
idealidad. Estos no pueden ser originariamente cosa del pensamiento ni de la
representación, porque entonces no podrían ser relaciones ni leyes universales
de lo real” (p. 306)
82. “Las formaciones matemáticas son “objeto” de la ciencia, no producto de la
ciencia. Pero como todos los objetos del genuino conocimiento tampoco se agotan
en el ser objetos; tienen un ser en sí supraobjetivo y sus leyes son tan
propias de las relaciones naturales como las del pensamiento matemático. La
naturaleza no hace ciencia, pero tampoco espera a la ciencia matemática del
hombre, sino que “es” en sí misma como un orden matemático. Y lo es sin atender
a nuestra comprensión o no comprensión matemática. La ciencia es cosa nuestra,
viene después. Y se encuentra con la naturaleza ya bajo formas matemáticas.
Este es el sentido de la frase de Galileo, de que la filosofía está escrita en
el libro de la naturaleza con letras matemáticas” (p. 306)
83. “Las esencias de todos los dominios del ser se administrarían la exactitud
de la aprehensión. Pero no la admite la organización de nuestro conocimiento:
éste no tiene órgano alguno para apresar exactamente más que las relaciones
lógicas y matemáticas. El hombre sólo puede hacer valer la facultad de
conocimiento que tiene hasta el límite de su alcance. Siempre que emerge en la
filosofía la idea de la mathesis universalis, entra subrepticiamente en juego
la utopía del intellectus infinitus. Aqué está el error en el cálculo de
Husserl, como de los viejos racionalistas; es la cuenta de la ciencia hecha sin
contar con la huéspeda” (p. 338)
ONTOLOGÍA II
POSIBILIDAD Y EFECTIVIDAD (1937) (1965)
FONDO DE CULTURA ECONÓMICA. MÉXICO
1965
P R Ó L O G O
84. “La teoría de la modalidad ocupa esta posición clave dentro de la
ramificación de los problemas del “ente en cuanto ente. Este análisis penetra
en el edificio de la posibilidad y la efectividad, la necesidad y la contingencia, y de la relación sui generis en
que entran unos con otros los modos dentro del curso del universo saca el
aspecto ontológico íntimo del ser real en cuanto tal, que hace posible la
definición positiva de éste, a menos indirectamente ” (P. vii)
85. “El único camino accesible de la determinación de la manera de ser es el de
comprenderla partiendo de su fábrica categorial, es decir, dejarla
transparentarse a través de sus propias estructuras. Las estructuras del ente
se dejan apresar como categorías, puede decirse que con ello empieza ya la
teoría de las categorías. De hecho es imposible trazar un límite riguroso entre
ella y la ontología. Toda ontología, al pasar a lo especial, se convierte en
teoría de las categorías; exactamente lo mismo que también toda teoría del
conocimiento y toda teoría metafísica. El contenido del mundo que se trata de
conocer tiene sus raíces justamente en la especialización de los principios que
reinan en él” (p. viii)
86. “Método lo hay sólo en el curso del conocimiento en cuanto tal. El ente en
cuanto ente no tiene métodos. Tiene, además de los principios constitutivos de
su fábrica y antepuestos a ellos, sus momentos del ser (“ser ahí” y “ser así”),
sus maneras de ser (realidad e idealidad) y sus modos de ser (posibilidad,
efectividad y necesidad) “ (p. viii)
87. “Qué quiera decir “modal” no puede indicarse de antemano de otra manera que
mediante la distinción de grados en los modos de ser mismo” (p. IX)
88. “Son indirectamente justo las cuestiones fundamentales de la metafísica las
que iluminan aclarando los problemas modales. A tales cuestiones pertenecen
cuestiones como la razón suficiente, de la determinación total, de la
contigentia mindi, la esencia del devenir, del deber ser, de la efectuación de
lo no efectivo y de la posibilitación de lo imposible” ( p. IX)
89. “Los problemas fundamentales de la filosofía han tenido en todos los
tiempos el carácter de lo esotérico. No cabe desviarlos a capricho por los trillados
carriles de los intereses condicionados por el tiempo. Prescriben al que busca
su peculiar camino, que no puede ser el camino de todo el mundo. Una vez
descubierto el camino, se está solamente ante la elección entre meterse por él
o renuncia a toda ulterior penetración. La renuncia es el abandono de la
filosofía. Pero meterse por el camino es echar sobre sí un trabajo cuyo término
no se divisa” (p. X)
PRIMERA PARTE
EL PROBLEMA DE LOS GRADOS DE LA
MODALIDAD
90. “Si se recoge esta serie ascendente
en una tabla, toma el orden jerárquico el siguiente aspecto: Necesidad: no
poder ser de otra manera. Efectividad: ser así y no de otra manera.
Posibilidad: poder ser así o no así. Contingencia: no ser necesariamente (poder
ser también de otra manera) Inefectividad: no ser así. Imposibilidad: no poder
ser así.
91. “De antemano sólo llama la atención el hecho de que la contingencia sea un
modo cuyo ocurrir pueda discutirse. Esto le da un puesto único entre los demás
modos. Ninguno de ellos puede borrarse de la misma manera. Ni siquiera el
escéptico niega que haya efectividad; pone en duda el ser en sí de ésta –es
decir, la manera de ser de la esfera en que entra en juego—y esto es algo
enteramente distinto. Con ella queda reconocida también la posibilidad, pues
ésta se halla supuesta en el ser efectivo. La inefectividad quiere decir el
mero no ser, y por lo tanto no hay en ella nada que negar. En cuanto a la
imposibilidad y la necesidad, la experimentamos con toda dureza en todos los
dominios de la vida. Puede negarse que todo lo efectivo sea necesario y que
todo lo inefectivo sea imposible; pero no que haya simplemente algo necesario o
algo imposible” (p. 41)
92. “La contingencia constituye una excepción. Justo ella no es un modo
simplemente negativo, sino un modo a media positivo. Lo contingente
significaría algo efectivo de lo que se niega tan sólo ser necesario” (p. 41)
93. “Además, cuando digo que en este determinado triángulo el que la suma de
los ángulos sea: 180º es necesario, pero que este determinado ángulo de él sea:
64º es accidental –quiero decir con “accidental” algo del todo distinto. Se
mienta, pues, aquí una accidentalidad del ser: un triángulo puede serlo también
con un ángulo distinto que el de 64º. Pero no puede serlo con una suma de los
ángulos distinta de 180º. El que este
determinado triángulo tenga un ángulo de 641 es, pues, “accidental” visto desde
la esencia del triángulo, es decir, es inesencial” (p. 45)
94. “Con “accidental” se mienta, pues, la forma de ser de lo especial del caso
determinado, en contraste con la universalidad y necesidad de los rasgos
esenciales de todos los casos. Pues accidental en este sentido lo es sólo
viéndolo desde la esencia del triángulo, es decir, sólo viéndolo desde el ser
ideal” (p. 45)
95. “De esta posibilidad es válida la tesis de Aristóteles de que es siempre a
la vez posibilidad de ser y del no ser. Es, pues, una posibilidad doble, o más
justamente, una “posibilidad
disyuntiva”, un modo en que coexisten los miembros opuestos A y no-A,
contradictorios y por lo demás nunca unidos. Esto no significa, naturalmente,
que exista la posibilidad de su coexistencia, sino sólo que existe la
coexistencia de ambas “posibilidades”. Sólo el ser efectivo juntamente A y no-A
es imposible; su ser posible juntamente no sólo es muy posible, sino que –éste
es el sentido del concepto de posibilidad– es necesario: si A es posible,
“tiene” que ser siempre posible también no-A” (p. 53)
96. “Pero lo peculiar de este ser posible “disyuntivo” es que se anula en el
paso a ser efectivo. Ser efectivo no lo puede nunca sino uno de los dos caso
(pues se excluyen mutuamente). Puede llamarse esto la ley de la posibilidad
disyuntiva. Cabe enunciarla simplemente así: tan pronto como A se hace
efectivo, desaparece la posibilidad de no-A; y tan pronto como no-A se hace
efectivo, desaparece la posibilidad de A. en ambos casos desaparece, pues, la
coexistencia de la dos posibilidades y con ella a la vez la disyuntiva y el
“ser meramente posible” “ (p. 53)
97. “Ahí está ante todo la “posibilidad lógica”, así como la “posibilidad de
pensar” algo (cogitabilidad), que descansa en ella. Es bien sabido que tiene el
simple sentido de la falta de contradicción. Si se expresa esta última
modalmente, significa de inmediato el poder coexistir todos los momentos (o “notas”)
de un contenido pensado, o, en el caso más simple, de un predicado P con las
notas ya preexistente del sujeto S” (p. 54)
98. “Y se sigue, además, que la posibilidad parcial, constantemente disyuntiva,
con la que siempre contamos en la vida cuando miramos al futuro y pensamos la
chance, no es verdadera posibilidad real. Es sólo posibilidad gnoseológica, y
que a ésta responde en lo real se elimina a ser siempre una relación parcial de
la dependencia existente de de hecho. Ella misma es sólo una visión parcial de
la situación real dada, un conocimiento parcial de la cadena de condiciones
cuya totalidad es lo único que constituye la posibilidad real. Si pudiésemos
abarcar con la mirada esta cadena por completo, veríamos que no son posibles
muchas “eventualidades”, sino sólo una. Y ésta es siempre aquella que se hace
efectiva en el curso ulterior de los sucesos” (p. 57)
99. “Lo capital es justo que el “S puede ser P” puesto en el juicio no es
idéntico al “poder ser P” de S ónticamente real (o incluso ónticamente ideal);
que para éste se requiere una serie de condiciones, y encima en su plena
totalidad, la cual en el juicio problemático no está tomada en consideración
alguna, para no decir nada de que esté también puesta. El juicio sólo puede
contar con la posibilidad parcial, pero ésta, tomada ónticamente, no es aún, en
absoluto, la posibilidad. Esto mismo es válido de las diversas especias del
conocimiento de la posibilidad. También este apresa por lo regular una mera
posibilidad parcial. Esta es la razón por la que de una posibilidad meramente
conocida o puesta no puede inferirse nada con certeza” (p. 72)
100.
“Esencialmente en S es
tan sólo, con todo rigor, aquello que no está en contradicción con ninguno de
los rasgos esenciales. Pero si el juicio no tiene en sí la garantía de abrazar
todos los rasgos esenciales de S, también carece de valor
ontológico-idealmente” (p. 72)
101. “Donde una ciencia del ser ideal propone tales juicios de posibilidad, es
que está ligada a la investigación del contenido de la esencia de S; llegando a
la evidencia únicamente ahí donde se ha aprehendido la totalidad de los rasgos
esenciales. Así la matemática. Ésta puede hacerlo –al menos en las situaciones
simples– porque sus objetos tienen sólo un número limitado de rasgos. Pero en
la intuición general de las esencias, tal como constituye la trama apriorística
de la ciencia empírica, no es ello posible” (p. 72)
102. “los modos del conocimiento están, en cambio, determinados en primera línea
por los modos reales, al menos cuando se mira a la amplia masa de la
experiencia en sus formas fundamentales, no orientándose unilateralmente por el
conocimientocientífico exacto. El conocimiento, justamente, está vuelto, en la
dualidad de sus fuentes o manera de darse los objetos, por un lado, a la
efectividad real (en el aprehender a posteriori) y, por otro lado, a la
posibilidad real y la necesidad real (en el aprehender a priori). El
conocimiento ideal puro está reducido, por el contario, a una sola fuente, la
apriorística” (p. 73)
103. “El resultado es un complejo de seis dimensiones de oposición que se cruzan
mutuamente: 1. Modos positivos y negativos. 2. Modos superiores e inferiores.
3. Modos del ser y modos secundarios. 4 modos ideales y modos reales. 5 modos
determinado e indeterminados. 6. Modos fundamentales y relacionales” (p. 74)
104. “Representémonos la relación concretamente. Si A es necesario, es necesario
“en razón de algo”, o también por “algo”. Si A es posible, es posible “en
virtud de ciertas condiciones”, o sea, de nuevo “por” algo. Puramente en sí
mismo. Necesidad y posibilidad no son modos que descansan en sí, sino todos
“basados”, es decir, siempre basados en algo distinto. Sólo ocurreny sólo
pueden ocurrir en un ensamble del ente en que todo esté vinculado por las
relaciones de dependencia. Significan una forma de ser indirecta, sustentada
por otro ser, nunca idéntica con este ser sustentante, pero que surge y sucumbe
con éste” (p. 75)
105. “Los modos fundamentales son la efectividad y la inefectividad. Si A es
efectivo, de ninguna suerte está dicho con ello que sea efectivo en razón de
algo o en razón de nada; ni, igualmente, si para serlo tuvieron que llenarse o
no algunas condiciones” (p. 76)
106. “Está en conexión con aquel escalonamiento de los modos que se mostró que
no pueden ir in infinitum. Si las condiciones en razón de las cuales es posible
o necesario. A son condiciones meramente posibles, es también una posibilidad o
necesidad de A meramente “posible” lo que resulta de ellas. Si son condiciones
necesarias, es decir, condiciones que son necesarias en razón de otras, es
también necesaria la posibilidad o necesidad. Basta que las condiciones sean
“efectivas”. Lo que resulta es entonces una posibilidad o necesidad “efectiva”
(p. 92)
SEGUNDA PARTE
LA MODALIDAD DEL SER REAL
107. “Qué “es” ser ideal y qué “es” ser real, no puede en manera alguna
indicarse directamente; pero si son diversos los modos de ambas esfera del ser,
puede sacarse mediatamente de su diferencia el carácter de la idealidad y de la
realidad misma. Sí, además, son por su parte los modos, junto con su diversidad, únicamente
apresables por el rodeo de las relaciones intermodales, pasan estas relaciones
a ser el punto de partida de una investigación en una caracterización de la
manera de ser así de lo ideal como de lo real” (p. 122)
108. “El mundo de lo lógico –por secundario que resulte dentro del mundo total—
es un dominio de conexiones. La consecuencia, la dependencia, el abarcar y el
ser abarcado son sus fenómenos preferidos. En ella no ocurren conceptos o
juicios aislados; solamente la abstracción eleva conceptos y juicios a una
aparente independencia. Dondequiera se trata del pensamiento auténtico, consiste
la estructura lógica en un plexo ramificado que lo liga todo” (p. 125)
109. “Asimismo, el que se conozca algo como “efectivo” sin que se vea como es
“posible”, forma en la vida como en la ciencia una situación muy habitual.
Conocemos esta situación en todos los fenómenos de alguna complicación o
también simplemente de alguna novedad. Pero no significa, como se comprende de
suyo, que la cosa “sea efectiva” sin “ser posible”. Justo la posibilidad del
ser puede estar desconocida allí donde esté perfectamente afirmada para la
conciencia la efectividad del ser. La efectividad del ser puede tener sus
raíces en condiciones del ser desconocidas, y quizás incognoscibles” (p. 132)
110. “En la esfera real no hay posibilidad disyuntiva. Si no, podría lo que es
efectivo ser no posible: al ser efectivo un A ya no existe, justo, la
posibilidad de no-A; ésta lo contradiría. La posibilidad real es, por lo menos,
posibilidad indiferente, es decir, tiene que admitir, al menos, que A es al par
efectivo. De otra suerte, no puede mantenerse junto con el ser efectivo de A; y
tiene que hacerlo, si lo efectivo no ha de ser “imposible” ” (p. 135)
111. “Si se da un giro positivo a esta relación de oposición, puede enunciarse
en forma de leyes de equivalencia. Cada modo negativo es equivalente a uno
positivo, dado que el momento de la negación salta al modo absoluto al que es
relativo el relacional (en el sentido de la relatividad interna). Relativa, en
efecto, puede ser tanto la posibilidad como la necesidad igualmente a lo
efectivo (A) que a lo inefectivo (no-A). las dos primeras equivalencias toman,
según esto, la siguiente forma: 1. La negación de la posibilidad de A es la
necesidad de no-A; 2. La negación de la necesidad de A es la posibilidad de
no-A; 3. La negación de la posibilidad de no-A es la necesidad de A; 4. La
negación de la necesidad de no-A; es la posibilidad de A” (p. 137)
112. “Sólo pueden demostrarse las leyes intermodales aprendiendo a penetrar con
la vista su contenido. No son estas leyes derivadas que puedan demostrarse por
medio de otras más generales. En general, no se trata aquí –como nunca en el
análisis categorial— de un verdadero demostrar, sino más bien de mostrar” (p.
149)
113. “Lo que entra en los límites de los posible es algo mucho más modesto,
aunque de ninguna suerte simple: aprender a penetrar con la vista lo paradójico
hasta tropezar con lo evidente. Para ello hay dos caminos: cabe tomar por punto
de partida, entre las leyes mismas, las
evidentes, y dejarse llevar desde ellas, de la mano de la coherencia
intermodal, hasta las restantes; y cabe demostrar, partiendo de los concretum,
que la esfera del ser de las que son leyes –en nuestro caso, pues, la esfera
real— las contiene de hecho y puede comprenderse por ellas” (p. 149)
114. “Pero con la argumentación se ha
demostrado también el contenido de la ley y del desdoblamiento por un lado
nuevo: la ley determina de una manera muy incisiva la constitución modal de los
modos fundamentales, la efectividad y la inefectividad reales. Es lo que puede
resumirse en estas dos tesis: 1. Por estar contenida la posibilidad del ser en
el ser efectivo realmente, está excluida de éste la posibilidad del no-ser; y
2. Por estar contenida la posibilidad de no-ser en el ser inefectivo realmente,
está excluida de éste la posibilidad de ser” (p. 153)
115. “¿Qué quiere decir propiamente que en la efectividad no existe posibilidad
alguna de no-ser? Quiere decir que lo que se ha hecho efectivo una vez, no puede hacerse ya inefectivo de ninguna
manera (retroactivamente). Y ¿qué quiere decir que en la inefectividad no
existe posibilidad alguna del ser? Quiere decir que no se ha hecho efectivo a
su tiempo, tampoco puede hacerse efectivo de alguna manera ( a saber, no como
aquello mismo que hubiera sido a su tiempo) “ (p. 154)
116. “En la práctica de la vida constituye esto, de hecho, la dureza del curso
real de los sucesos, consistente en no haber poder en el mundo capaz de hacer
que lo ya sucedido no haya sucedido, ni poder en el mundo capaz de hacer que lo
ya omitido llene el vacío del curso de los sucesos que hubiera debido ocupar”
(p. 155)
117. “El tiempo continua por encima de lo sucedido, haciéndolo desaparecer en el
seno de lo que deviene de nuevo. Pero el devenir no es el reblandecimiento del
ser, sino su forma categorial, la forma general del ser real. La corriente del
ir y venir temporal disuelve lo ya sucedido tan sólo en cuanto presente –en un
momento posterior es, justo, lo pasado—, pero no lo anula en cuanto ente en su
momento y su orden real dado una sola vez. Lo presente se hunde en lo pasado, y
entonces ya no es presente, pero el pasado lo sujeta y ya no lo suelta.
Anulándolo, lo hace precisamente imposible de anular.” (p. 155)
118. “”Ley real de la posibilidad” y “ley real de la necesidad”: lo que es
realmente posible, es también realmente efectivo; y lo que es realmente
efectivo, es también realmente necesario” (p. 157)
119. “Basta entender en el sentido de lo decidido de lo real las dos “leyes
reales” –la de la posibilidad y la de la necesidad— en que se condensan sin más
todas las paradojas. Estas leyes quieren decir entonces: En lo que “puede” ser
se ha tomado ya la decisión de ser. Ya no puede no ser. Así, pues, “tiene que”
ser. Y por eso “es”. Igualmente quiere decir las leyes negativas: en lo que
“puede” no ser se ha tomado la decisión de no ser. Ya no puede ser. Así, pues,
“tiene que” no ser. Y por eso “no es” “
(p. 177)
120. “Según la ley modal fundamental, tiene la posibilidad y la necesidad esto
en común: en ambas están retroactivamente ligadas a algo de que dependen. En la
esfera real tiene que ser ello algo realmente efectivo, en la medida en que
haya de depender de él siquiera la posibilidad de algo real. A, tiene que
consistir ya en una cadena cerrada de condiciones. Considérese, pues, esto:
esta cadena de condiciones, en la medida en que ella misma es, parte tras
parte, realmente efectiva, y constituye el orden de cosas real es razón de la
cual es posible A, sólo puede ser, naturalmente, “una” “(p. 190)
121. “Si la cadena de las condiciones reales de una cosa está completa, está
dada, con la posibilidad real de la cosa, también su necesidad real. En forma
más concreta, puede enunciarse así: con las condiciones reales de la
posibilidad están cumplidas también las condiciones reales de la necesidad. O
como simple “fórmula de identidad”: las condiciones de la posibilidad real de
una cosa son al par las condiciones de su necesidad real” (p. 190)
122.
“En el proceso real
existe, por tanto, en todo momento
identidad real entre las condiciones de la posibilidad y las condiciones de la
necesidad de un mismo suceso parcial. Ambas cosas son una misma complexión momentánea de
circunstancias y conexiones, que forman una situación real única, dotada de
unidad, dada una sola vez. En cada sección del curso total de los sucesos está
dada una situación real semejante, determinada unívocamente. Partiendo de ella,
es en cada momento “posible” a su vez sólo un suceso más, único y determinado,
pero no diversos sucesos. Por eso el suceso “único” que es posible partiendo de
una situación real “única”, necesario siempre también a partir de ella” (p.
193)
123.
“en efecto, que la
efectividad implica la posibilidad, es una ley modal universal y evidente. Si,
pues, como se acaba de mostrar, la posibilidad real implica por su parte la
necesidad real, se sigue: la efectividad real implica también la necesidad
real” (p. 195)
124. Es cosa que se concede también de lo
real, aun sabiendo que aquí supone el ser posible una larga cadena de
condiciones, todas las cuales tienen que estar realmente cumplidas; se concede
que es así, aun cuando la experiencia enseña que raras veces sabemos lo
bastante de estas condiciones, y que quizá nunca conocemos su totalidad. No se
reconoce un obstáculo en el hecho de que sólo sepamos de la efectividad sin
saber de la posibilidad. Se hace valer la presencia de la cadena de condiciones
aun ser tener noción de éstas; más aún, se cuenta con su totalidad (pues a ella
se reduce todo), sabiendo perfectamente que no se puede apresarla” (. 226)
125. “Dice la ley de la posibilidad: no hay en lo real nada “meramente posible”,
sino que posible es aquí sólo lo que es también efectivo; y la ley real de la
necesidad: no hay en lo real nada “meramente efectivo”, sino que lo que hay
aquí es efectivo y también necesario. Ambas leyes se apoyan en la misma
anulación de la posibilidad parcial y en la misma totalidad de las condiciones
reales; pues ésta significa, donde quiera que se presenta, que todo lo que se
hace posible, se hace también efectivo,
y se hace efectivo con necesidad”
(p. 227)
126. “La efectividad real es, así, la plena compenetración de la posibilidad
real y la necesidad real. No es nada más que la relación de coincidencia de
éstas. Es lo peculiar del ser real que en él no sólo nunca se separan entre sí,
nunca existe uno sin otro, el ser posible y el ser necesario de buna cosa, sino
que tampoco nunca ocurren fuera de lo efectivo –a saber, justo de aquello
efectivo de que son el ser posible y el ser necesario— “(p. 228)
127. “Con el problema de la predeterminación está metafísicamente el problema de
la libertad en relación tan estrecha, que no cabe separar de éste arbitrariamente
de aquél. En nada altera esta situación el hecho de por su contenido –en el se
trata del hombre, de la voluntad, la decisión y la responsabilidad— pertenezca
a un orden enteramente distinto de problemas. La ética no puede hacer más, si
quiere justificar el libre albedrío, que remontar hasta las bases de la
predeterminación real general. Las más de las veces lo ha hecho de tal manera,
que ha intentado quebrantar esta última, cayendo con ello desde siempre en la
mayor perplejidad, por haber partido del supuesto de que sólo en un mundo real
indeterminista puede existir una
voluntad libre ” (p. 249)
128. “El nexo superior es, pues, en varios de sus elementos estructurales,
dependiente, sin duda, del inferior, pero en su índole peculiar (en lo que se
trae de categorialmente nuevo), autónomo frente al inferior. La cadena de las
condiciones de algo real del estrato superior contiene, ciertamente, según
esto, una multitud de componentes reales de los estratos inferiores; pero estos
sólo son en aquel momento parciales, no constituyendo, pues, plenamente, su
posibilidad real, o no haciéndolo realiter
ni necesario, ni efectivo. Íntegra resulta la cadena únicamente con la adición
de los componentes reales de su propio estrato. Pero éstos se ha hallan bajo
una predeterminación de índole categorialmente distinta. Pertenecen
estructuralmente al mismo nexo real superior y no ocurren fuera de él “(p. 250)
129. “Así, tiene lugar la predeterminación orgánica (como en la herencia de las
propiedades específicas) sólo por obra de componentes reales orgánicos, la
predeterminación psíquica (como en el cambio de estado de ánimo) sólo por obra
de una manera de reaccionar específicamente psíquica, por mucho que siempre
entren en juego también en la última factores orgánicos, en la primera
causales. Así es también con la predeterminación de la voluntad humana. En ella
entra siempre en juego una larga serie de factores reales inferiores, sean de
índoles físicas, orgánicas o psíquicas, que predeterminan cada uno según la
manera de predeterminación de su estrato. Pero la voluntad añade aún su propia
acción, de acuerdo con su propia determinación no está íntegra la cadena de las
condiciones. Únicamente queda íntegra con ella misma como predeterminante. Con
su decisión queda decidida también la consecuencia, que resulta necesariamente
de ella, o cuya razón se vuelve suficiente por obra de ella” (p. 250)
130. “La distensión consiste en que los estadios pasados “ya no” son, los
venideros “aún no” son, mientras que el estadio presente está ahí separados de
ellos como el único “ente”, si bien el proceso lo enlaza continuamente por los
lados. A cada instante se aleja más y más lo pasado, se acerca más y más lo
venidero; el punto del ahora se mueve hacia lo venidero, esto entra en el
ahora, siendo presente un instante, para hundirse enseguida en el pasado. Aquí
es la oposición de lo presente relativamente a lo venidero muy distinta de la relativa
a lo pasado: lo presente señala siempre por adelantado hacia lo venidero, como
hacia algo todavía indeterminado, mientras que tiene tras sí lo pasado como
algo inconmoviblemente determinado. Esta diferencia es imborrable, teniendo
como tiene su raíz en la irreversibilidad del curso del tiempo” (258)
131. “Si se aplica lo anterior a la oposición de lo posible y lo efectivo,
resulta lo siguiente: las cadenas de condiciones de que depende que surjan los
estadios de un proceso, nunca están cerradas sino hasta el ahora actual; para
lo venidero están aún abiertas, es decir, incompletas. A esto responde el que
todo lo pasado y presente tenga su plena determinación, mientras que lo
venidero no la tiene; o dicho en términos modales, que todo lo pasado y
presente haya llegado a la efectividad, mientras que lo venidero es aún
inefectivo. En los ulteriores estadios del proceso deviene progresivamente
efectivo, así como lo presente devino efectivo a su tiempo, e igualmente a su
tiempo todos los estadios anteriores” (p. 259)
132. “Ahora bien, el tiempo avanza y con él el proceso. Lo presente se aleja
hacia el pasado y lo venidero entra en el presente. Esto significa que de algo
“meramente posible” deviene algo efectivo. Y como el ser efectivo ya no admite
indeterminación alguna, el entrar en el presente significa al par el decidir
acerca de cuál de las “muchas posibilidades” devenga efectiva. Con la decisión
zozobran en la nada al par las restantes “posibilidades”; se convierten en
imposibilidades y desaparecen” (p. 262)
133. “Ahora se ha vuelto sumamente dudoso justo esto de que en el orden real de
los sucesos cósmicos haya jamás semejantes procesos singulares aislados, como
tampoco los correspondientes complejos de condiciones recortados y aislados.
Irresistiblemente se impone la evidencia de que todo aislamiento de tal índole
es subjetivo y sólo existe en la abstracción, o en la manera intuitiva de
aprehender las cosas, pero que en el mundo real trascurren todos los procesos
singulares indisolublemente insertados en una unidad de un único proceso total
que constituye el curso del mundo” (p. 278)
134. “Un juicio tiene, sin duda, necesariamente que ser, o verdadero, o falso;
pero esto no afecta en nada a su estructura lógica, no pudiendo tampoco verse
por sus relaciones meramente lógicas. Estas relaciones, aun allí donde son
cabalmente “rectas”, pueden descansar en falsos supuestos y ser falsas en sus
consecuencias. De lo falso se sigue lo falso tan consecuentemente como lo
verdadero de lo verdadero. La lógica del juicio es gnoseológicamente
indiferente, concierne sólo a la rectitud de las relaciones en sí mismas “ (p. 322)
135. “Pueden aceptarse sin reparo los modos del juicio en la forma tradicional.
Se distinguen del juicio apodíctico el asertórico y el problemático. El primero expresa la necesidad lógica, el
segundo la efectividad lógica, el tercero la posibilidad lógica “(p. 323)
136. “La manera de ser del conocimiento en cuanto tal no es propia de él; cuenta
plena y totalmente en la realidad. El conocimiento es una forma del ser
espiritual. Pero el espíritu es algo real, en el pleno sentido de la palabra.
Las notas características de lo real no son, en absoluto, sino estas: 1. La
temporalidad con sus categorías de proceso, el nacer y el perecer; 2. La
individualidad, el ser único y el ser una sola vez, y 3. La integridad de la
predeterminación en el orden real. “ (p. 411)
137. “La primera es una conciencia que se limita a recibir, a atenerse a los
datos; en ella tiene que predominar en toda la línea el modo de la efectividad.
La segunda, por el contrario, pregunta por las condiciones y razones, rastrea
las conexiones y dependencias, da sinopsis que están rehusadas a la intuición
receptiva. Concebir quiere decir, justo, hacer visible algo “en razón” de algo
distinto, o partiendo de algo distinto, tal como no podía hacerse visible por
separado, al darse en forma meramente intuitiva. Por eso en el concebir pasan a
primer término los modos relacionales. El concebir se mueve íntegramente en la
conciencia de la posibilidad y la necesidad. Su función es conspectiva,
mientras que la de la intuición receptiva es estigmática” (p. 417)
138. “La propia y plena posibilidad y necesidad reales no resultan comúnmente
asequibles, ni se aprehenden sino aproximadamente, ni siquiera por medio del
ingrediente apriorístico del conocimiento, ni siquiera tomando éste en la forma
científica más rigurosa. Estos modos reales penden de la totalidad de las
condiciones reales; y en medida en que estas condiciones no están también dadas
–lo que está muy estrechamente limitado por la índole de la intuición
empírica—, sólo pueden inferirse ellas mismas a priori, y en razón de una
visión esencial, o sea, siempre en razón de algo general que no puede coincidir
en determinación ni plenitud con el caso real. Por eso el conocimiento
apriorístico nunca aprehende sino fragmento de la cadena de condiciones; y la
posibilidad con la que cuenta no es la requerida posibilidad total. Por lo
mismo es una mera posibilidad disyuntiva y no implica la visión de la
necesidad” (p. 420)
O N T O L O G Í A III
LA FÁBRICA DEL MUNDO REAL (1939) (1965)
FONDO DE CULTURA ECONÓMICA. MÉXICO
1965
139. “No de conceptos del entendimiento
trata la teoría de las categorías, sino de los fundamentos estructurales del
mundo real. La teoría de las categorías no es cosa de la teoría del
conocimiento; para ésta es sin duda indispensable, pro no puede ser dominada
por esta sola. Tan sólo el planteo ontológico de las cuestiones representa para
la teoría de las categorías la justa actitud y amplitud necesaria” (p. vii)
140. “La filosofía no empieza consigo misma: supone el saber acumulado a lo
largo de los siglos y la experiencia metódica de todas las ciencias. La
filosofía no debe edificar castillos en el aire. Tampoco debe fingir que
cultiva cosas intemporales. De la situación temporal es de donde debe tomar los
problemas” (p. xii)
141. “La primera incumbencia de la ontología consiste en aclarar la cuestión del
“ente en cuanto ente” en toda su generalidad, así como asegurarse a fondo de
que el ente es un dato. Con esta tarea se las han los fundamentos de la
ontología. En segunda línea aparece el problema de las maneras de ser (realidad
y la idealidad) y de su relación mutua. El tratar de este problema toca el
análisis modal. Pues la manera de ser varía con las cambiantes relaciones entre
la posibilidad, la efectividad y la necesidad, así como los miembros opuestos,
negativos, de éstas. Hasta aquí permanece la investigación más acá de toda
cuestión de contenido, y por consiguiente también más acá de toda dilucidación
de fundamentos constitutivos del ente. Únicamente con la diferenciación del
problema del ser por los contenidos aborda la investigación tales fundamentos.
Con ello pasa la investigación a un tercer estadio, convirtiéndose en teoría de
las categorías” (p. 1)
142. “Todo lo que puede la ontología asentar sobre el ente yendo más allá de las
determinaciones generales del primero y del segundo sector de cuestiones, se
mueve en el carril del análisis categorial. Todas las distinciones de dominios,
grados o estratos del ser, fundamentales en cualquier sentido, así como los
rasgos comunes y las relaciones vinculadoras imperantes dentro de los dominios,
toman la forma de categoría” (p.1)
143. “Pero como las articulaciones, rasgos comunes y relaciones del ente son
justo aquello que constituye la fábrica del mundo real, no se las ha el
análisis categorial con nada menos que con esta fábrica del mundo. Limitado es
su tema sólo en tanto que el análisis no persigue la fábrica del mundo hasta
sus últimos detalles, sino que se atiene exclusivamente a lo principal y
fundamental de ella. Persigue lo
especial en todos los dominios del ser sólo hasta donde tropieza con las
avanzadas ciencias especiales, cuya rica ramificación no es, en efecto, nada
más que el ulterior reparto del mundo como objeto de investigación según los
métodos especiales de penetrar en él” (p. 1)
144. “La sustancia, la cualidad, la magnitud, se encontraron y entendieron como
determinaciones del objeto, no como determinaciones del conocimiento; y lo
mismo la causalidad y la acción recíproca, la finitud y la infinitud. Del
conocimiento no dicen estas categorías nada” (p. 10)
145.
“Es el conocimiento de
las categorías una forma sumamente compleja del conocimiento. Infiere
retrocediendo de la totalidad de la experiencia a las condiciones de éstas;
trabaja analíticamente, avanzando de lo concretumal
principio, o corriendo en dirección opuesta a la natural de la
dependencia” (p. 11)
146. “En las categorías no se trata del lado del “ser ahí” del ente, sino del
lado del “ser así”. Esto quiere decir que no se trata aquí de las maneras de
ser –pues estas son maneras del “ser ahí”—, sino de la conformación, la
estructura y el contenido. Las categorías son principios con contenido, y por
eso no constituye en ellas ninguna diferencia fundamental el que por su origen
deban entenderse como principios del ser existente en sí o como principios del
entendimiento “ (p.16)
147. “El ser espiritual es el estrato más alto del mundo real. Su estructura
categorial es sumamente compleja y está multilateralmente condicionada por la
índole peculiar de los estratos inferiores sobre los que se alza. Esbozar esta
estructura no es una tarea con la que se pueda empezar en la teoría de las
categorías. Es un problema final, al que únicamente cabe acercarse con medios
de investigación suficientes después de haber dado lo suyo a la serie entera de
grupo de problemas más simples e inferiores que anteceden –respondiendo a la
fábrica estratificada del mundo real” (p. 24)
148. “Además, pesa aquí también la consideración de que las categorías no forman
un conjunto homogéneo, sino que se presentan en grupos, respondiendo a los
estratos de la fábrica del mundo real. Así hay categorías de lo mecánico, de lo
orgánico, de lo psíquico, de la comunidad, de la moral, etc. “ (p. 33)
149. “En el sentido de la cuestión de las categorías ha quedado precisado. Se
pregunta por los fundamentos ónticos, por los principios constitutivos del ser.
Pero a la vez se pregunta también por los principios del conocimiento, en tanto
que tienen necesariamente que conectarse con aquéllos de alguna manera” (p. 47)
150. “En lo anterior entran dos determinaciones del ser de las categorías: la
generalidad y el carácter de predeterminación. Este último quiere decir justo
que las categorías “determinan” de alguna manera el ente concreto, o lo que
significa lo mismo, que son aquello de que “depende” éste. Este segundo rasgo
fundamental de las categorías es lo que hace de ellas “principios”. Un
“principio” no es algo por sí; sólo es lo que es en referencia a su correlato,
lo “concretum”. “ (p. 48)
151. “Un sistema de categorías que no contenga de alguna manera el principio de
la materia no puede ser el del mundo real dado en la experiencia, al que
pertenecemos como seres humanos y en que transcurre nuestra vida. La
consecuencia es: un sistema de categorías del mundo real no puede ser un mero sistema
de formas. Tiene que abarcar también la materia; o más justamente, tiene que
dar también cuenta del lado material de lo real. Pues tiene que contener todo
lo “principal” del mundo” (p. 57)
152. “Lo general es una categoría común a las dos esferas del ser: tan sólo es
en el ser ideal la dominante, en el real una categoría subordinada. La
individualidad, por el contrario, es exclusivamente categoría real; en el reino
de las esencias no hay nada individual. En la individualidad se separan, pues,
radicalmente no sólo las dos esferas del ser, sino también sus sistemas de
categorías” (p. 72)
153. “En general, puede decirse: las categorías no se aprehenden directamente en
sí mismas, sino sólo por el rodeo de lo concretum.
Lo dado nunca es sino por lo pronto lo concretum;
por eso tiene que empezar el análisis. Las categorías no son, sin duda,
elementos del conocimiento, pero sí momentos estructurales del contenido del
conocimiento. Sólo pueden, pues, fijarse como momentos estructurales en el
contenido del conocimiento. Pero este fijarlas tiene lugar en el análisis” (p.
132)
154. “También se hace ya intervenir la diferencia más importante entre las
esferas cuando se parte del problema del conocimiento. Éste tiene su raíz en el
insuperable frente a frente del sujeto y el objeto, únicamente por el cual
resulta posible una relación de conocimiento. Pero este justo estar frente a
frente no es ontológicamente en absoluto nada fundamental. Pues el ser objeto
no es una característica del ente; el ente es supraobjetivo. Además no es de
ninguna suerte el solo objeto del conocimiento un ente, sino exactamente en la
misma medida el sujeto. Ambos existen de igual manera en sí. Son un sujeto real
y un objeto real” (p. 192)
155. “La relación de conocimiento no es una relación óntica fundamental. No
divide el ente en un mundo del sujeto y otro del objeto. Deja estar a los dos
sobre igual base del ser. El mundo uno de lo real es el de las cosas y las
personas. El cognoscente y lo conocido tienen la misma efectividad real;
temporalidad, caducidad, individualidad “ (p. 192)
156. “Conceptos e imágenes no tienen todos sin duda aquí el mismo alcance. Pero
dicen unánimes tanto como esto: la conciencia cognoscente del mundo es la
reiteración de sí misma y de todas las cosas en la imaginación, en el pensamiento,
en la opinión y en el juicio declarado. Sólo es sin duda la reiteración de un
sector del contenido y ni siquiera de éste sino aproximada, pero es una forma
de reiteración: un segundo mundo con representación del primero en el sujeto,
pero no al lado del primero, sino dentro de él” (p. 192)
157. “La relación entre la representación y el objeto es una de las muchas
relaciones que unen al ente sujeto con otros ente; como que el conocimiento
sólo es un caso especial de los actos trascendentes (de vivir algo,
experimentar algo, querer, obrar, etc.), y de ninguna suerte el privilegiado o
fundamental entre ellos” (p. 192)
158. “Así, pues, no se halla la esfera del conocimiento –vista por el lado de su
contenido, como la representación del mundo propia del sujeto— de ninguna
suerte frente a la esfera de lo real, sino que está incluida en ésta como una
esfera parcial. Tampoco tiene el mismo valor que la esfera real, no formando el
otro miembro de una correlación perfectamente equilibrada. La relación de conocimiento
entera es una relación parcial del ente. Así por lo menos es en el orden óntico
y fundamental” (p. 192)
159. “La esfera del conocimiento está, pues, justamente situada por delante para
la reflexión ontológica y sólo a través de ella cala el pensamiento hasta lo
ente en sí. En esto estriba la razón por la que la esfera del conocimiento,
aunque ontológicamente secundaria y condicionada por todos lados, sea como
región del darse todo la inmediata también en el problema de las categorías.
Por esto se ha menester de una consideración especial, no por ella misma, sino
por la aprehensión de lo real. Conocer es justo aprehender” (p. 193)
160. “La percepción, la imagen, la experiencia, el saber no son sólo del mismo genus, es decir, de igual manera especie
del “aprehender” un objeto ente: son también y fundamentalmente aprehensión del
mismo objeto total (el mundo real) por el mismo sujeto. Y encima de todo esto,
es la misma pertenencia del sujeto al mundo de los objetos peculiar a todos
ellos, el común supuesto de su ser” (p. 197)
161. “Pues la idea de que un orden gradual que trace expresamente límites no
necesita significar en absoluto ninguna destrucción, la idea de que en la
fábrica del mundo real puede haber una unidad de índole distinta de la homogeneidad
universal, son justo ideas relativamente tardías” (p. 212)
162. “Mas justo de esta unidad, apenas visible ya desde la ciencias especiales,
se trata en la ontología. Pues justo aprehender la unidad del mundo real es lo
único que puede significar el aprehender la fábrica y articulación de este
mundo. Su unidad no es la unidad de la uniformidad, sino la unidad de la
superposición y sobrepujamiento de multiplicidades muy diversamente
conformadas. Y estas se hayan a su vez colocadas unas en relación a otras de
tal forma que las de por su tipo inferiores y más toscas son también las
básicas y sustentantes, mientras que las superiores, descansando en las
anteriores, se elevan sobre ellas” (p. 220)
163. “Así se eleva la naturaleza orgánica sobre la inorgánica. Aquélla no flota
libre por sí, sino que supone las condiciones y leyes de lo material físico,
descansando en ellas, aunque ellas no basten, en absoluto, para constituir lo
viviente. Igualmente está condicionado el ser psíquico y la conciencia por el
organismo sustentante, únicamente en el cual y con el cual aparecen en el
mundo. Y no de otra forma permanecen ligados los grandes fenómenos históricos
de la vida del espíritu a la vida psíquica de los individuos que son portadores
en cada caso. De estrato en estrato, pasando por encima de cada corte,
encontramos la misma relación, el descansar el uno en el otro, el estar
condicionado “desde abajo”, y a la vez el ser independiente, en su conformación
y leyes propias, el que descansa en otro” (p. 220)
164. “Esta relación es la verdadera unidad del mundo real. El mundo no carece,
en manera alguna, de unidad en medio de toda su multiplicidad y heterogeneidad.
Tiene la unidad de un sistema, pero el sistema es un sistema de estratos. La
fábrica del mundo real es una estratificación. Y lo interesante no es la
imposibilidad de tender puentes sobre los cortes –pues pudiera ser que sólo
existiese “para nosotros”—, sino la instauración de nuevas leyes y de
conformaciones categoriales sin duda dependientes de las inferiores, pero sin
embargo de una ostensible índole peculiar y sustantividad frente a ellas” (p.
220)
165. “Entre un concretum y sus
categorías existe una relación de firme correspondencia, en las que desempeñan las categorías el papel
de una predeterminación que domina de un cabo a otro lo que hay de común en la
multiplicidad. Sí, pues, lo concretum
del mundo real entero forma una estratificación, tiene necesariamente los
estratos de lo real que repetirse en estratos correspondientes de categorías.
La distinción de los estratos reales es justo una distinción de principios,
teniendo, pues, que estar contenidas en sus categorías. Pero no por ello
necesita la estratificación de las categorías ser simplemente idéntica a la
estratificación de lo real” (p. 222)
166. “La selección de las categorías que deben recogerse en una tabla abierta y
no comprometedora de las oposiciones elementales –o en una tabla que no tiene
la pretensión de ser un sistema, sino que se contenta con la “rapsodia”. La
tabla es, pues, extrínseca a estas categorías en todas las circunstancias. De
donde que no deba tomarse por más que una vía de acceso. Después de haber
servido de intermediario para llegar a las efectivas relaciones de las
categorías, debe quedar eliminada por estas mismas relaciones. Sólo con tal
restricción está justificada la siguiente enumeración, que abarca 24 miembros
en 12 parejas de opuestos, pero dividiendo éstas a su vez en dos grupos. Ni la
sucesión de los grupos mismos, ni la
ordenación dentro de ellos tienen el sentido de un orden jerárquico. Grupo I:
1. Principio – Concretum. 2. Estructura – Modo. 3. Forma – Materia. 4. Interior
– Exterior. 5. Predeterminación – Dependencia. 6. Cualidad – Cantidad. Grupo
II: 7. Unididad –
Multiplicidad. 8. Armonía – Pugna. 9.
Oposición – Dimensión. 10. Discreción – Continuidad. 11. Sustrato – Relación.
12. Elemento – Complexo “ (p. 257)
167. “El término “complexo” destaca otro lado de la esencia de la conjunción
unificada, el encajar lo uno en lo otro o el entretejerse lo uno con lo otro; y
esto es válido tan exactamente de los elementos dinámicos como de los
estáticos” (p. 259)
168. “La forzosidad de que este complexo dimensional, por ser un complexo óntico
general, sea también esencial en alguna forma para la fábrica del mundo real,
podría concluirse a priori sin reparos, aunque las pruebas de ellos no pudieran
aportarse tan fácilmente. Pero justo en este punto es tan abrumadoramente rica
la confirmación por los más diversos dominios de la experiencia, que más bien
se podría concluir, a la inversa, retrocediendo desde ella hasta el complexo de
las leyes elementales” (p. 292)
169. “Las categorías no tienen ser para sí, sino sólo ser para el concretum,
como que tampoco ocurren en ninguna otra parte más que en su concretum. Originalmente
sólo desde lo concretum son aprehensibles en general las categorías; únicamente
más tarde pueden determinarse también más en sí mismas o en su relación a otras
categorías “ (p. 294)
170. “Lo que resta después de borrarlos es una relación de índole muy peculiar,
para la que fracasan todas las imágenes y símbolos, porque no tienen igual en
el mundo. El miembro opuesto del principio en esta relación, lo concretum, está
sin duda designado sólo superficialmente con este nombre; pero como abarca todo
ente –incluso lo que no es ente en sentido estricto, el ente no independiente
de las esferas secundarias (pensamiento, representación, opinión, etcétera)—,
no es posible circunscribirlo en una forma que no sea esquemática. Pero a una
cosa da bien expresión el término “concretum”: al estar vinculado en lo concretum muchos principios, o como
dice el tenor literal del término, el “haber crecido juntos” estos principios”
(p. 297)
171. “Lo concreto no es en cuanto tal lo intuitivo; o más bien sólo lo que es en
un determinado grado de la esfera del conocimiento, pero ni de lejos es todo
ente concreto accesible a la intuición. Y analógicamente puede decirse de los
principios que para una determinada especie del pensar, a saber, para un pensar
que se limita a aislar, son de hecho algo abstracto; y como ni siquiera
filosóficamente cabe apresarlos sino por virtud de cierto aislamiento, les
resulta anejo, incluso en la formación de los conceptos categoriales, un cierto
carácter abstracto. Pero justo este carácter abstracto de los conceptos no es
el suyo, y al aprehenderlo efectivamente –lo que naturalmente trasciende de
nuevo toda formación de conceptos— no tiene la ontología incumbencia más
importante que la de borrar otra vez la abstracción que se inmiscuye
inevitablemente” (p. 297)
172. “Lo concretum es justo aquello en que el principio “ha crecido junto” con otros muchos
principios; en que se ha sustraído, pues, a su artificial aislamiento y ha
vuelto de nuevo a su relación original, de la que en sí misma nunca sale” (p. 298)
173. “Tres momentos pueden indicarse como esencial del principio, y a ellos
responden otros tres en lo concretum. El primero es una relación gnoseológica:
el principio es aquello por lo que puede comprenderse lo concretum –o por lo
menos un determinado lado de ello— El segundo es la relación ontológica
fundamental: principio es aquello en que “descansa” lo concretum. El principio
aislado no es nunca la plena razón de ser, sino sólo una condición parcial; o
dicho modalmente: por sí no representa en ningún caso la plena “posibilidad” de
un ente. El tercer momento: al ser el principio condición para su concretum,
tiene infrangible validez para todas las especificaciones, es decir, para todos
los casos que por su índole puedan caer
como sea bajo su imperio. El principio significa un determinado tipo de unidad
en la multiplicidad de ellos” (p. 298)
174. “Característico de la esfera del conocimiento es el no apresar ninguna
multiplicidad sino hasta donde se presenta ligada en alguna unidad. Esto no es
de ninguna suerte válido meramente del conocimiento que concibe; es válido
también ya de la percepción y de todos los grados del aprehender
vivencial-intuitivo. Siempre son unidades-imágenes, “figuras”, lo aprehendido”
(p. 325)
175. “Por lo menos en un punto relativo al papel del concepto resultaría claro
en forma convincente: que los tipos de unidad que dominan el contenido del
conocimiento no son idénticos a los que dominan los objetos de éste (así, pues,
en primera línea, el mundo real). Difieren de éstos así por la forma como por
el contenido, y sólo porque difieren es posible que el conocimiento se mueva
con ellos en una relación de acercamiento a las unidades reales” (p.327)
O N T O L O G Í A IV
FONDO DE CULTURA ECONÓMICA. MÉXICO
1965 (1949)
FILOSOFÍA DE LA NATURALEZA
TEORÍA ESPECIALES DE LAS CATEGORÍAS
CATEGORÍAS DIMENSIONALES – CATEGORÍAS COSMOLÓGICAS
176. “Sobre un punto es necesario estar claro desde un principio: no hay un
apriorismo del conocimiento de las categorías. Todo lo que sobre las categorías
sabemos, está ganado directamente o indirectamente a los dominios concreto de
los objetos; parte, a los del conocimiento natural de la vida diaria; lo más y
lo más importante, a los de la ciencia” (p. 1)
177. “Si se contempla bajo este punto de vista la marcha de las ciencias
naturales en los últimos cien años, se comprende muy bien que en este espacio
de tiempo no podría brotar una filosofía natural viable. Es la época de la
universal divergencia y dispersión, sustentada por los grandiosos progresos de
la investigación en casi todos los dominios especiales; una época de la
progresiva división del trabajo entre las ciencias, en que se hacía cada vez
más difícil la visión de conjunto. Parecía como si la investigación sólo
pudiese disolver, pero no reconstruir de nuevo lo disuelto en una imagen toda
de unidad. Esta apariencia era, ciertamente, engañosa. Pero bastante fuerte
para apartar a la filosofía de una de sus tareas más importantes” (p. 4)
178. “La época de la dispersión en problemas y métodos especiales, se halla a
nuestras espaldas. Aunque de ninguna suerte se hallen todavía por todas partes
las conexiones tangibles sobre la palma de la mano, se han vuelto perceptibles
por detrás de lo especial en muchos lugares. Las mismas ramas de la ciencia
vuelven a indicar claramente la convergencia peculiar a sus problemas: física y
química han encontrado su dominio común de colindancia, astrofísica i dinámica
atómica se tocan en la forma más apretada, química coloidal y fisiología se
funden entre sí. Éstos son sólo ejemplos. La abigarrada corona de las ciencias
naturales está toda recorrida por estas conexiones, y por ellas resultan
codeterminadas las distintas ramas de la investigación en su manera de trabajar”
(p. 4)
179. “La consecuencia de este abrirse paso las conexiones, es haber salido más a
la superficie, en la misma investigación científica, los problemas
categoriales. Por lo mismo, también se denuncian en un cierto ingrediente
especulativo de la ciencia, como, por ejemplo, claramente en la física teórica.
Pero también otras ramas del saber presentan el mismo fenómeno. Hasta en el
dominio biológico vuelven a abrirse paso los problemas fundamentales más
generales, y no es un azar que haya encontrado su defensor la idea de una
“biología teórica”. De esta nueva situación de la ciencia se trata de partir,
para emprender de nuevo la vieja tarea de la filosofía natural. Apoyados en
ella, no carecería de toda perspectiva de éxito el empeño de seguir el rastro
de las categorías del cosmos y de lo viviente, en el sentido de la indicada
manera lógico-crítica de proceder” (p. 5)
180. “Dos cosas son las que repelieron el viejo concepto de forma y condujo al
nuevo concepto de ley. Una es el carácter estático de la forma sustancial. El
otro es su oposición a la materia. Ambos convenían a las cosas y, a lo sumo, a
las formaciones que pueden concebirse con analogía con las cosas, pero no a los
procesos. Aunque, pues, se lleven a cabo procesos en algo material, la materia no
es materia del proceso. Si se buscara el sustrato del proceso mismo, sólo
podría encontrársele en la dirección de la fuerza motriz” (p. 7)
181. “Ambas tienen igual participación en la mudanza que se lleva a cabo en el
concepto mismo de proceso. El proceso, lo mismo si es movimiento o alteración,
ya no es ahora la afectación de algo no efectivo preexistente; ni está ligado a
un estadio final previamente trazado, ni en general condenado a un fin. Por
encima de cada fin, pasa a ulteriores estadios, lindando un proceso con otro. Y así como por sí mismo no tiene un
fin determinado, tampoco tiene un comienzo. Este nuevo concepto de proceso
excluye de sí, pues, todavía por otra razón, el principio de finalidad. En la esencia
del proceso teleológicamente dirigido entra, en efecto, el dirigirse desde un
estadio inicial hacia un estadio final. Allí donde la esencia de un suceso no
entra ni un comienzo ni un fin, no hay terreno propicio para la determinación
teleológica” (p.8)
182. “El físico tiene que saber ya de antes que todos los casos iguales
presentarán un proceso del mismo curso que el caso singular observado. Esto
significa, puesto en forma filosófica, que tiene que saber de antes que hay
siempre allí una legalidad general que domina los casos de la misma especia. Y
tiene que saberlo antes de conocer la ley especial por la que se rige el
proceso en cuestión. Bajo esta sola condición puede delatarle el experimento
hecho con el caso singular la ley que busca” (p. 13)
183. “La filosofía no es magia, y ningún conocedor esperará de ella que resuelva
lo insoluble y conozca lo incognoscible. Sólo se trata, antes bien, de apresar
los múltiples lados fundamentales cognoscibles de una cosa en cuya esencia se
entraña un resto incognoscible” (p. 16)
184. “Lo que ha hecho tan grande la ciencia moderna de la naturaleza es, sin
duda alguna, en primera línea la armazón matemática que se ha elaborado. El
aprehender y el calcular están aquí en estrecha conexión, y el conocimiento de
la ley y la fórmula matemática no pueden, en absoluto, separarse. La razón de
esta situación no es gnoseológica, sino ontológica: las relaciones, los
procesos, las formaciones de la naturaleza están justo de suyo ordenados cuantitativamente, encerrando una
estructura y legalidad matemáticas. Y como este lado de ellos es más
aprehensible para el entendimiento, de él depende la oportunidad más importante
de penetrar en los hechos naturales” (p. 22)
185. “Dicho en términos categoriales: las categorías matemáticas contenidas en
el objeto natural, son aquello de que depende el auge único de las ciencias
naturales en la edad moderna y el secreto de su exactitud. Pero justo por ello
se encuentran también estas ciencias expuestas a caer en la tentación de tomar
el lado de la accesibilidad y del gran
éxito por la totalidad de su objeto, resolviendo éste literalmente en
relaciones matemáticas. El pensar matemático, una vez señor de sí mismo, se
convierte en la forma de pensar preferida. La busca de lo calculable y de la
fórmula matemática se convierte en una actitud determinante de la idea de
mundo” (p. 22)
186. “Mucho más importante es, sin embargo, el hecho de no agotarse ni siquiera
el objeto mismo de las ciencias exactas en su estructura matemática. Entra en
la esencia de la determinación cuantitativa ser cantidad de “algo”. Tiene
siempre que haber un sustrato de la cantidad; si no, es ésta cantidad de nada,
una relación de magnitud sin contenido y sin realidad. Pero los sustratos
mismos son enteramente algo distinto, son los medios o dimensiones en se mueve
la determinación cuantitativa. Segmento, duración, velocidad, aceleración, no
son cantidades, sino sustrato de posible cantidad” (p. 23)
187. “Presión, densidad, temperatura, intensidad de la radiación, frecuencia,
longitud de onda, tensión, volumen de corriente, resistencia –todo esto son
dimensiones de posible determinación de magnitud, y por ello hay en cada una de
ellas una unidad especial de medida, convencional, sin duda, en la magnitud
elegida como medida, pero de una heterogeneidad y peculiaridad en cada caso que
les hace absolutamente irreductible una a otra. En el fondo hay un algo
cuantitativo, y únicamente “a él” se adhiere la determinación de magnitud” (p.
23)
188. “La determinación formal de las formaciones y proceso no puede agotarse,
pues, en las relaciones matemáticas. Con sus momentos de inercia y gravedad, la
materia es, y seguirá siendo, a pesar de entrar en el dominio de las relaciones
cuantitativas, algo de raíz amatemático. Y tan amatemáticas son las dimensiones
del espacio y del tiempo, el movimiento, las dependencias y las referencias”
(p. 26)
189. “Todo conocimiento que no consista en la sola percepción, o sea toda
especia de investigar, comprender y concebir, descansa en la intervención de
categorías del conocimiento. Pero valor de conocimiento sólo lo tiene esta
intervención en la medida en que las categorías del conocimiento concuerden con
las categorías del objeto” (p. 38)
190. “La magnitud, en efecto, no es una categoría de pura cantidad. La cantidad
está categorialmente más acá de lo real; pero magnitudes en sentido estricto
sólo las hay allí donde existe algo a lo que se refieren las relaciones
cuantitativas” (p. 75)
191. “El espacio real es el espacio en que existen las cosas reales y las
relaciones entre estas cosas, en que se desenvuelven los sucesos reales
físicos, en que transcurre también la vida humana, en la medida en que su curso
es el natural de las cosas y está sujeto a condiciones naturales, y tanto la
vida individual cuanto la colectiva e histórica. El espacio real es exactamente
espacio cósmico como espacio vital, campo en que entran en juego cuerpos y
fuerzas cósmicas y campo en que entran en juego el hacer y deshacer del
hombre. Es el espacio de lo existente,
la forma y la condición categorial del mundo exterior” (p. 94)
192. “El espacio real es homogéneo: partiendo de él, no hay ningún principio de
división, ninguna distinción de partes, lugares y sitios. Tampoco él es un
sistema de lugares. Cualquier cuerpo real puede formar el punto de partida de
un sistema semejante, partiendo de cualquiera puede esbozarse sin dificultad un
sistema de coordenadas. Pero no puede anularse la relatividad de tales lugares a algo real en el espacio;
sin un punto real de referencia, no son posibles sistemas de referencia en el
espacio real” (p. 103)
193. “El espacio real es ilimitado. Toda limitación espacial es limitación “en”
el espacio. No hay ningún límite en el espacio, sino sólo límites en el
espacio. El espacio real no se extiende en absoluto. Extensión la hay sólo “en”
el espacio, pero el espacio mismo no está en el espacio. Luego no tiene
extensión. Es, ante bien, la condición de la extensión. Pero justo por ello
tampoco tiene, naturalmente, límites” (p. 104)
194. “El espacio real no tiene absolutamente ninguna magnitud, ni finita, ni infinita.
Rigurosamente tomado, tampoco es justo, pues, de él el predicado de la
infinitud. La alternativa entera de lo finito y lo infinito no tiene sentido
aplicada a él, por ser ambos términos determinados de magnitud” (p. 106)
195. “Durante siglos se ha creído en un arriba y abajo absolutos del espacio
cósmico. En el espacio real en general no hay direcciones privilegiadas, y que
a las dimensiones en cuanto tales no pueden referirse ni las distancias en el
espacio, ni la posición de los cuerpos” (p.111)
196. “La distinción del espacio y la espacialidad revela ser, una vez más, una
distinción importante. No significa que pueda desprenderse un término del otro;
el espacio sirve, ante bien, de base, y la espacialidad de las cosas es la
consecuencia. Pero justo por ello resulta la distinción tan esencial como la
del espacio y la extensión” (p. 115)
197. “En cierto sentido es, en efecto, el
espacio real lo “acogedor del devenir”; donde éste se halla entendido en
sentido lato como surgir y perecer, comprendiendo el movimiento y alteración de
toda especie. Sin duda es verdad que el tiempo real tendría todavía mucho más
derecho a llamarse acogedor del devenir; pero, por lo que hace a los procesos
de las cosas sensibles, es válido lo mismo también del espacio, y toda
alteración que se retrotraiga físicamente a un movimiento de las partes tiene
lugar en el espacio” (p.117)
198. “En la imagen de lo “acogedor” está ya mal entendido el ser en el espacio.
Las cosas, las relaciones de posición y los movimientos no están “en” el
espacio en el sentido de que podrían sacarlos de él y volverlos a meter en él
sin que les pasara nada. Si se arranca de ellos el elemento categorial del
espacio, ya no son cosas, relaciones de posición ni movimientos. Es que no
están sólo “dentro” del espacio y “abarcadas” por él, sino que son de suyo y de
cabo a cabo formaciones, relaciones y procesos espaciales. El ser espacial
entra en su contenido óntico. El espacio no es, pues, meramente acogedor, sino
también constitutivo de ellas” (p. 118)
199. “Durante largo tiempo se ha considerado todo lo que surge y sucumbe
temporalmente como de menor valor, incluso como no “siendo” literal y
propiamente, y ello justo en razón de su surgir y sucumbir. Como un pecado
contra el ápeiron, eterno, los entendía
Anaximandro; como una mezcla de ser y no ser, contradictoria de suyo, los
rechazaba Parménides. Aun en Platón se enfrentan el ser y el devenir como
contrarios; genuino ser sólo lo tienen las ideas, que existen intemporalmente;
el ser de las cosas es un ser impropio, meramente aparente. Esta oposición se
ha mantenido, aunque en forma múltiplemente, con asombrosa tenacidad” (p. 151)
200. “Ontológicamente, es, antes bien, el devenir una forma del ser, y por
cierto que la con mucho más importante: la forma de ser de todo lo real” (p.
151)
201. “Tras esta disputa se halla como resorte impulsivo una imagen nostálgica
del espíritu humano, la imagen de lo imperecedero, de lo eterno.
Involuntariamente flota esto ante el
hombre como lo perfecto, y no por otra razón sino porque siente el perecer como
imperfección. El tiempo le “roba” aquello que quiere de corazón. A todo
viviente, también a él mismo, le pone el término, la muerte; las cosas más
bellas de la vida son pasajeras, la hora de la dicha y de la flor de la vida pasa irremisiblemente, sin que de ninguna
manera sea posible que vuelva. En el recuerdo de ella puede tener un valor de
eternidad, que es por lo que la nostalgia de ella pide una eterna efectividad.
Pero en el mundo real es la ley del ser efectivo la de la temporalidad. Todo lo
real está encadenado a su determinado espacio de tiempo: dura hasta donde
llega; una vez que ha transcurrido, ha pasado y se aleja cada vez más del
presente. Así acaba por unirse la imagen del tiempo la idea de un monstruo que
lo devora todo” (p. 152)
202. “Si se quiere enunciar categorialmente lo que servía de base a aquel viejo
prejuicio, tiene que formularse así: lo que es temporal no tiene propiamente
realidad, sólo lo intemporal es real. Ahora bien, esto es exactamente lo contrario
de la verdad. Es lo intemporal, antes bien, lo que tiene que ser meramente
ideal, y éste es dependiente e incompleto, pues se mueve en meras generalidades
que en lo real nunca constituyen sino momentos parciales. Realidad en todo su
valor la tiene exclusivamente el ente temporal, y la tiene justamente en razón
de esa negatividad que es ajena a todo lo temporal, la duración limitada, el
surgir y el sucumbir, en suma, el carácter de progreso” (p.153)
203. “Por tiempo real hay que entender, en rigurosa analogía con el espacio
real, aquel tiempo en el que surgen y sucumben las cosas reales y las
relaciones reales entre ellas, en el que desarrollan los sucesos reales, en el
que también, pues, trascurre, tiene principio, fin y duración nuestra vida corporal
y psíquica, tanto la vida personal como la colectiva e histórica. El tiempo
real es tiempo cósmico y tiempo histórico, tiempo de la vida y tiempo de la
conciencia” (p. 160)
204. “Se impone la íntima conexión entre la unidimensionalidad y el “flujo”. El
espacio es un sistema estático, y todos los procesos que transcurren en él son,
por el contrario, procesos temporales. Sólo en una situación estática pueden
cruzarse dimensiones. En la situación dinámica es distinto. Donde se trata de
un fluir, está enteramente prohibida de suyo la infinidad de posibles
direcciones –como las abre un sistema tridimensional—: el flujo sólo puede
tener una dirección, no varias. Una pluralidad de direcciones lo anularía” (p. 164)
205. “La determinación de la dirección en
la dimensión temporal es absoluta, válida para todos los procesos del mundo
real, lo mismo si son procesos
matemáticos que orgánicos, psíquicos o históricos. Esta determinación no emana
de ninguna clase de factores reales, sino de la misma esencia del tiempo como
categoría real. En este sentido son todos los procesos reales, cualquiera que
sea el estrato del ser al que pertenezcan, temporalmente irreversibles” (p.
165)
206. “La temporalidad no es lo mismo que el tiempo, como tampoco la espacialidad
es lo mismo que el espacio. La temporalidad es aneja a lo que está extendido
“en” el tiempo, a las cosas, los sucesos, los estados. Consiste en comenzar y
cesar, en el durar, en la caducidad, en
el desaparecer y varias cosas más. El tiempo real mismo no es una nota
constitutiva de los procesos, pero sí es tal la temporalidad” (p. 178)
207. “La temporalidad es el momento categorial fundamental de todo aquello que
está sometido al devenir. Y esto es absolutamente todo lo real, también lo real
psíquico y espiritual. La temporalidad abarca toda separación y relación
temporal. Pero no es el tiempo real mismo, sino una función del tiempo real”
(p. 178)
208. “Pues el análisis del espacio y del tiempo por separado no puede agotar
aquí la plenitud de los problemas. En el reino de la naturaleza forman, antes
bien, el espacio y el tiempo un sistema cerrado y único, cuyas cuatro
dimensiones están firmemente unidas unas con otras. Puede llamárselo el sistema
cosmológico de la espacio-temporalidad. En él está todo lo configurado y real espacialmente afectado a la vez por la
dimensión temporal, y todo lo temporalmente real, o que tiene duración,
afectado a la vez por las dimensiones espaciales” (p. 239)
209. “Una parte de los momentos categoriales del espacio no se reveló
directamente en él, sino en la espacialidad de las cosas. Cosa semejante fue,
en el análisis del tiempo, con la temporalidad. Análoga es la situación también
en el sistema espacio-tiempo de la naturaleza. Como mejor resulta visible una
parte de sus peculiaridades, es desde la espacio-temporalidad de ciertos
característicos fenómenos reales. Entre estos fenómenos es central el
movimiento” (p. 251)
210. “El movimiento tiene que entenderse aquí en su primer sentido literal, eliminando
toda significación traslaticia, como no es evitable en la terminología
filosófica. No sólo hay que eliminar aquí el “movimiento” psíquico y
espiritual, sino también toda alteración cualitativa, todo cambio, fuera del
cambio de lugar. El movimiento como fenómeno físico fundamental de la
espacio-temporalidad, es exclusivamente movimiento espacial” (p. 251
211. “En la relación real se trata, pues, de la relacionalidad intrínseca de las formaciones naturales, de
las vinculaciones formadoras de estructuras en
que consiste su unidad. Así
entendido, se vuelve el sentido de esta categoría un sentido muy general; la
más de las subsiguientes categorías pueden concebirse como forma especiales de
la relación real” (p. 285)
212. “El devenir es la forma general del ser de lo real –sin distinción alguna
de estructura ni altura de estrato. El “proceso” en cuanto tal, entendido como
lo común de toda especie de movimiento, transición, alteración, curso,
transcurso o suceso, es, por ende, una eminente categoría real” (p.290)
213. “La sustancia no está fuera del proceso, sino en él. No es nada intemporal,
sino un ente temporal, como el proceso. Su persistencia tiene la forma de la
duración, exactamente como la del proceso. La sustancia no es el proceso mismo.
, sino algo que, situado dentro del proceso, resiste a éste. Semejante
persistir no hay que buscarlo en las formas superiores del ente, sino, si es
que simplemente ocurre, a lo sumo en las ínfimas y más elementales. Todas las
formaciones superiores del ser tienen un ser condicionado por las inferiores y
que “descansan” sobre éstas. Pero la sustancia no “descansa sobre”, sino que
“está bajo” “ (p. 317)
214. “Causa es sólo aquello, pues, al
efectuar algo, desaparece en el efecto, después de haber surgido ello mismo como
efecto de causas que desaparecieron. Causa es, por ende, sólo la causa transiens. Pero no lo es como cosa
accesoria. Sino como lo peculiar, incluso como el todo, de la causa real. Pues también tiene el mismo carácter de la causa transiens todas las causas
parciales que constituyen la causa total. No queda, además de ella, nada que
fuese codeterminante aún como causa. No hay ninguna causa immanens” 8p. 364)
215. “Lo que en la vida conocemos como causas son siempre meras causas
parciales. Pueden ser perfectamente,
desde luego, las partes constitutivas más importantes de una causa total, y
dentro de una visión limitada ser suficientes para hacer juicio causal de los
sucesos. Más dentro de una visión amplia no son suficientes. Lo que basta a los
fines prácticos inmediatos, revela ser deficiente ya en la ciencia.
Ontológicamente, no hay que decir, es falso”
(p. 382)
216. “Efectivamente no hay ni causas aisladas, ni series causales aisladas. Sólo
hay el entretejimiento de las series causales, que siempre es altamente
complejo, inabarcable con la vista para el hombre. Sólo hay, en último término,
el proceso causal omnicomprensivo de los sucesos cósmicos, en el que cada
instante todo “conspira” con todo. En sentido riguroso, causa nunca es sino la
causa total que tiene sus raíces en el conjunto del proceso cósmico.” (p. 382)
O N T O L O G Í A V
FONDO DE CULTURA ECONÓMICA. MÉXICO
1965 (1954)
FILOSOFÍA DE LA NATURALEZA- TEORÍA ESPECIAL DE LAS
CATEGORÍAS- CATEGORÍAS ORGANOLÓGICAS- EL PENSAR TELEOLÓGICO
217. “Lo que llamamos “vida” no es, pues, algo que se le agregue desde afuera a
la forma orgánica como un principio extraño a ella –ni como “entelequia” a la
manera aristotélica ni como “alma vital”—, sino que es la unidad natural de los
múltiples procesos que de antemano son propios de las formas parciales de la
forma total, de suerte que así en el todo como en la parte surge y sucumbe la
forma con la función y ésta con aquellas” (p. 11)
218. “Tampoco es la muerte del individuo un “escaparse de la vida” –lo que sólo
tendría sentido si la vida fuese un segundo algo real además del organismo
real—, ni es tampoco el salirse del cuerpo una fuerza o un principio. La muerte
es, antes bien, simplemente la falla de ese complexo de funciones ligadas entre
sí, su disolución, la detención de los procesos” (p.11)
219. “En lo orgánico es distinto. En la muerte del individuo no prosigue de
ninguna suerte la vida por sí misma. El complexo viviente no se transforma al
sucumbir, en otro viviente, sino que retrocede a lo carente de vida, hacia las
moléculas y átomos. La muerte es un pasar en un sentido estricto, el pasar de
la vida misma. Es el pasar a lo “no viviente”, a la nada de la vida, o sea, a
la negación de su orden de ser, a su anulación” (p. 14)
220. “la vida del individuo no se agota en la figura visible del organismo; éste
no es justo el encerrado en su epidermis, sino desde un principio el ente que
va más allá de esta y penetra profundamente en su mundo circundante real. El
estar encerrado en sí y el estar fuera de sí son los complementarios adversos y
reversos de una misma forma orgánica de unidad. El organismo es así el ente que
se trasciende espacialmente a sí mismo” (p. 22)
221. “ En la forma orgánica viviente
es la materia un conjunto constantemente cambiante de elementos, que sin duda
son temporalmente sillares, pero en cuanto tales no retenidos fijamente por el
complexo orgánico, sino constantemente expulsados y sustituidos por otros
nuevos. La materia misma está, pues, aquí en flujo duradero o cambia; y es la
forma orgánica misma la que mantiene en marcha este flujo” (p. 27)
222. “La forma viviente se distingue radicalmente de la del complexo
físico-dinámico por ser la forma que se disuelve ininterrumpidamente y no menos
ininterrumpidamente se reproduce. No hay en ella ninguna inercia formal
energéticamente comprensible, ningún seguir existiendo pasivamente, ningún mero
seguir corriendo la vida con el “impulso” adquirido de una vez. Sólo hay en
ella conservación activa en medio del juego de contrarios de la disolución
espontánea y la reconstrucción no menos espontánea” 8p. 34)
223. “Por eso no está la disolución restringida tampoco a un estadio final. De
hecho no es la muerte meramente su fin. La muerte la tiene en sí de por vida,
siendo, como es ella, la forma ininterrumpidamente “moribunda”. Y esta
constante disolución no se prosigue meramente en razón de causas externas, sino
en razón de su propio consumirse. Pues ella es la forma que se encuentra en
trance de proceso y en éste se disuelve a sí misma. Justo esto quiere decir que
es la forma que se consume a sí misma” (p. 34)
224. “La unidad del individuo disperso en la multiplicidad temporal de los
estadios de la vida, es la unidad del proceso de su vida, no la identidad de la
forma; pues la forma misma está sujeta a más de una alteración en el curso de
este proceso” (p. 46)
225. “Lo que para la mirada ingenua pasa por ser la totalidad de los fenómenos
de la vida, la vida del individuo visible, es para la manera de ver la ciencia,
y sobre todo de la filosofía, tan sólo una parte, un grado, un primer término.
Cierto que esta parte está ya por sí llena de enigmas. Pero los problemas que
le son anejos apuntan en su mayoría hacia más allá de sí mismos –hacia un
trasfondo, un proceso de vida de gran estilo, la supraindividual “vida de la
especie” ” (p. 58)
226.
“Cual sea el misterio de
la generación lo expresó por primera vez Platón en su Simposio: la generación es una “participación en la inmortalidad”.
El individuo sucumbe a la muerte, pero transmite activamente la vida, dejando
tras de sí un nuevo individuo igual a él. El “eros”, que motiva su cooperación
en la generación, es su “aspiración a la inmortalidad”. El impulso sexual es el
instinto del individuo enderezado a la prolongación de la vida de la
especie” (p. 87)
227. “Sólo vista desde el hombre, cuya vida es una vida individual y
consiguientemente corta, parece la vida de los individuos la “verdadera vida”
en el reino de lo viviente. El parte es el darse como cosa el organismo
individual lo que induce a tal error, en parte el aspecto interno de la propia
vida humana, que es conciencia que el individuo tiene de sí mismo y pone en
esta conciencia todos los acentos. A ello opone el aspecto que ve la ciencia
otra imagen: la prioridad de la vida troncal de la especie en que el individuo
sólo desempeña un papel pasajero, a la que está de suyo ligado y sirve con sus
funciones más importantes, las de la propagación” (p. 105)
228. “Con el principio de la modificación de las especies se ha abierto a la
biología una perspectiva enteramente nueva. Si las especies son constantes,
entra en su esencia el tener que haber sido desde un principio tales cuales hoy
las conocemos. Entonces, su origen sólo puede ser un milagro, un acto de
creación; entonces requiere la naturaleza viviente toda el principio de una
razón que actúe con una finalidad. La vieja prueba de la existencia de Dios de
la metafísica popular por la finalidad de lo orgánico, el llamado “argumento
físicoteológico” es entonces una consecuencia casi inevitable” (p. 121)
229. “El cavilar en torno a los enigmas de la finalidad orgánica es casi tan
antiguo como la filosofía. El pensar mítico vio por todas partes,
comprensiblemente, una razón actuante según fines; a tal pensar le parecían
animadas también las plantas, le parecía “obrar” todo lo vivo a la manera del
hombre. La mayoría de las teorías han acogido este antropomorfismo, tomándolo
por base. “ (p. 135)
230. “La vitalidad en cuanto tal es el “devenir” orgánico, aquella forma del
proceso que es propia de lo orgánico y que lo distingue por igual manera del
devenir ónticamente inferior y del ónticamente superior (del físico y digamos
del histórico) “ (p. 187)
231. “En el principio del humano pensar estaba el fin. Los dioses crearon el
mundo como crea el hombre las obras humanas, para crear algo. Planearon
dispusieron, juntaron y separaron a su arbitrio y hasta los límites de su
poder, como el hombre hasta los límites
del suyo. Lo que las potencias naturales obran en la vida humana tenía por
designio al hombre. La lluvia que hace verdecer su campo, el viento que lleva hacia la patria su barco,
son el favor de una voluntad superior; la sequía que echa a perder la siembra,
el mal tiempo que le castiga, son el disfavor de una intención inescrutable.
Esto es pensar teleológico” (p. 229)
232. “El abrirse paso y volverse, por decirlo así, tiránicas en el pensar
ciertas categorías es un hecho bien conocido; piénsese por caso en la sustancia
y en la tendencia de la conciencia acrítica a sustancializar todo lo que
presenta una cierta rotundidad y duración. Pero en la finalidad se añade aún a
una tendencia expansiva la capacidad de fingir una solución de viejos enigmas
metafísicos y de hacer que de un golpe parezcan abarcables con la vista grandes
multiplicidades a la luz de una sencilla unidad” (p. 236)
233. “El primer lugar lo ocupa también aquí,
como en la conciencia ingenua, la necesidad religiosa, o sea, en el
fondo, la tendencia del hombre a entendérselas con los poderes de los cuales se
siente dependiente. Ha sido el motivo dominante de la metafísica durante el más
largo tiempo” (p. 269)
234. “El concepto filosófico de Dios es, pudiera decirse, desde un principio
pura teleología de un cabo a otro: edificado sobre la intuición fundamental de
que el mundo y en todo lo que hay en él, incluido el hombre, impera un solo
poder racional que determina provisoriamente y guía hacia una meta llena de
sentido. Todo lo demás pasa a segundo término, comparado con esta idea central”
(p. 268)
235. “Hay ante todo una necesidad de unidad. ¿Por qué empuja tanto nuestro
pensar a entender finalmente el mundo por mor de su unidad –finalmente en el
sentido de una teleología del todo—
mientras que el mundo no le ofrece ninguna
clase de apoyo para hacerlo así? Porque justamente no le resulta
transparente como unidad de un todo. Es
en el fondo la fuga ante lo incognoscible que se impone, la impaciencia por
llegar a algo tangible” (p.
352)
NICOLAI HARTMANN
EDITORIAL LEVIATÁN- BUENOS AIRES
(2007)
EL PROBLEMA DEL SER ESPIRITUAL (1932)
236. “En general, cabe decir que predomina en la metafísica la tendencia a
concebir las configuraciones complejas de una manera unilateral-monística desde
arriba o desde abajo, por tanto, con categorías que no son las suyas propias y,
en el mejor de los casos, pueden constituir sólo momentos parciales en ellas,
pero no pueden alumbrar el modo propio del todo. Aquí incide el prejuicio aportado desde antiguo de que la explicación
a partir de “un solo principio” es la mejor, de que la simplicidad es el sello
de la verdad. Se teme todo tipo de multitud de principios; se huye ante el
pluralismo ya en su forma más simple, el dualismo, más allá del cual la mayoría
de las veces no se reflexiona en absoluto” (p. 63)
237. “Aquí ocurre que en la metafísica tenemos dos tipos fundamentales de
explicación del universo, que se contraponen agudizados de manera casi abrupta
y a menudo de manera directamente contradictorio. Hay una explicación del
universo desde arriba y una desde abajo. Aquella se atiene a la razón, el
espíritu, las ideas y Dios; ésta, a la
materia, las leyes de la naturaleza; ésta rebaja el espíritu a anexo de la
materia” (p.63)
238. “Sería lícito pensar que antes de todo lo ulterior debería poder indicarse
qué es el espíritu. Sólo para excluir malos entendidos se requeriría una
definición, aunque fuese meramente nominal. Esta exigencia no se puede
satisfacer. Con esto ocurre lo mismo que con la mayoría de los conceptos
fundamentales temáticos de la filosofía: materia, sustancia, vida, conciencia,
o incluso ser, realidad, valor.la verdad es que –para decirlo directamente— no
podemos definir tales conceptos fundamentales. La definición ya presupone la
investigación, que, antes que nada, debe ser llevada a cabo “ 8p.95)
239. “Si se toma al hombre, por una parte,
en su finitud y, por otra parte, en su plenitud de vivencia, se ofrece
la definición: el espíritu es lo específicamente humano en el hombre, en
oposición a la materia, orgánico y psíquico en él. Así se llegaría a un
concepto antropológico del espíritu” (p. 106)
240. “Entre las más antiguas y venerables
representaciones de la humanidad se cuenta, por así decirlo, la del espíritu
autónomo independiente que “flota” sobre todo lo terrenal. Ideas míticas y
religiosas del universo, concepto de Dios y alma, pensamientos sobre la muerte
y el más allá, impulsan de manera concéntrica hacia este punto. Por muy diferentes que sean en particular las
imágenes del universo orientadas de esta manera, todas tienen algo en común:
ellas adjudican al espíritu una existencia no sólo autónoma, sino también
separada; su mundo es un mundo aislado, y por cierto un mundo superior
comparado con el empírico” (p. 110)
241. “Todo espíritu que encontramos en el campo de la exigencia está ligado al
tiempo. Tanto espíritu histórico como espíritu personal son siempre y en todos
los casos espíritu devenido y pasajero.
Así, se equipara a lo viviente orgánico en el hecho de que le es propia la
muerte” (p. 111)
NICOLAI HARTMANN (1882-1950)
EDITORIAL LOZADA ARGENTINA 1957
METAFÍSICA DEL CONOCIMIENTO TOMO
I (1921)
242. “Me temo que la metafísica del conocimiento sea una teoría harto nueva para
nosotros los actuales. Su problema es –así lo sostengo yo— el problema central
del conocimiento, y sirve de criterio para dividir las teorías del
conocimiento en genuinas y no genuinas
según que lo aprehendan o lo pasen por alto” (p. 7)
243. “Las investigaciones que a continuación se exponen, parten de la concepción
de que el conocimiento no es creación, producción o alumbramiento de un objeto,
como quiere enseñarnos el idealismo de antiguo y nuevo cuño, sino una aprehensión de algo que
existe aun antes de todo conocimiento y es independiente de éste” (p. 15)
244. “La teoría del conocimiento supone la metafísica tanto como la metafísica
supone la teoría del conocimiento: ambas se condicionan mutuamente” p. 21)
245. “Ahora bien, teniendo presente que toda filosofía está obligada a adoptar
un punto de vista, es necesario conceder también que toda filosofía tiene que
ser necesariamente metafísica. Pero el concepto de metafísica sí obtenido,
difiere muy esencialmente de aquella metafísica contra la cual se pronunció en
su tiempo la crítica. Puede ser una metafísica crítica y científica” (p. 23)
246. “Hay problemas que nunca pueden resolverse totalmente, en los cuales queda
siempre un residuo sin resolver, un impenetrable, un irracional. Y tiene buen
sentido que los problemas de esta índole, cualquiera que sea su contenido, se
denominen “problemas metafísicos” “ (p. 28)
247. “Existe en general una metafísica “inherente” a los contenidos de los
problemas; que en este sentido es ineludible y subsiste con razón a pesar de
todos los prejuicios críticos, pues en este sentido hemos de conocer la
“metafísica del conocimiento” como metafísica arraigada en el eterno contenido
del mismo problema del conocimiento” (p. 31)
248. “El problema del conocimiento en sentido estricto se halla entrelazado con
la cuestión ontológica relativa al modo de ser del objeto de suerte que si se
separa de ella se le rompería la espina dorsal: la dificultad del concepto de
“aprehender” estriba precisamente en el concepto de ser que se pretende
aprehender” (p. 33)
249. “El sujeto es condición del
conocimiento tanto como el objeto. Ahora bien,
si se concibe al sujeto como lo idéntico, lo que se repite en todos los
individuos, lo sobreindividual –cosa que jamás puede hacerse sin ayuda de lo
lógico—, el subjetivismo se convierte en trascendentalismo e idealismo; mas si
se concibe de modo puramente empírico como el sujeto individual dado –cosa que
se hace con los medios que proporciona la psicología—, se convierte en
psicologismo” 8p. 35)
250. “Pero aun suponiendo que pudiera explicar la estructura de la imagen del
objeto como la que el conocimiento da, con eso nada se habría fijado todavía
sobre su valor de conocimiento propiamente dicho, sobre su contenido de verdad,
pues éste no estriba en relaciones intrapsíquicas, cualesquiera que éstas sean,
sino en una relación que sale al exterior: la coincidencia con el objeto” (p.
36)
251. “No podía notarlo la psicología, interesada en seguir el proceso anímico,
ni la lógica cuya mirada no se aparta de
las estructuras ideales. Ambas ignoraban que existía aún un tercero, metalógico
y metapsíquico: la actual relación como tal entre sujeto y objeto, relación que
no es acto anímico ni estructura ideal” (p. 39)
252. “Desde la lógica puede obtenerse aún un segundo punto de apoyo. La
silogística sólo puede demostrar conclusiones a base de premisas, mas no sus
mismas premisas. Por consiguiente, remontando las cadenas de silogismos, tienen
que quedar necesariamente indemostradas las proposiciones mayores y más
universales de las cuales dependen todas lo demás. Es preciso aceptarlas lisa y
llanamente. Sólo pueden ser ciertas a condición de que sean evidentes en sí
mismas, o ciertas a priori. Y de su aprioridad depende todo el edificio
deductivo de las ciencias. La lógica sólo puede conducir a ese elemento a
priori, mas no justificarlo, tarea que debe dejar para la gnoseología” (p. 57)
253. “En todo conocimiento se hallan frente a frente un cognoscente y un
conocido, un sujeto y un objeto del conocimiento. La relación existente entre
ambos es el conocimiento mismo. El frente a frente de ambos miembros es insuprimible
y ostenta el carácter de mutua separación originaria, o trascendencia” (p. 65)
254. “Los dos miembros de la relación no pueden separarse de ella sin que dejen
de ser sujeto y objeto. El ser-sujeto como tal existe sólo para un objeto; el
ser-objeto como tal, sólo para un sujeto. Los dos son lo que son, sólo
recíprocamente. Se hallan en estricta relación recíproca y recíprocamente
condicionados. Su relación es correlación” (p. 65)
255. “La relación de conocimiento es bilateral, mas no invertible. El ser-sujeto
para el objeto no es lo mismo que ser-objeto para el sujeto. La función del
sujeto consiste en aprehender el objeto; y la del objeto, en la posibilidad de
ser-aprehendido por el sujeto y en el ser-aprehendido por éste” (p. 65)
256. “Visto desde el sujeto, el “aprehender” puede describirse como una salida
del sujeto más allá de su esfera, como una intervención del sujeto en la
esfera, trascendente y heterogénea para él, del objeto, como una captación de
las determinaciones del objeto en esta esfera y una incorporación o aceptación
de las determinaciones captadas en la esfera del sujeto” (p. 66)
257. “Sólo fuera de sí mismo puede el sujeto captar las determinaciones del
objeto, puesto que el frente a frente del sujeto y del objeto no desaparece por
el enlace que la función del conocimiento establece entre ellos, sino que
subsiste sin que pueda suprimirse. La conciencia del frente a frente acompaña
como factor esencial a la conciencia del objeto. El objeto, al ser aprehendido,
sigue siendo algo exterior al sujeto. Por consiguiente, el sujeto no puede
“captar” el objeto sin salir de sí mismo
(sin trascender); mas no puede tener conciencia de lo “captado” sin volver a
estar en sí mismo, en su esfera. Por consiguiente, la función del conocimiento
se presenta como un acto de tres fases: como salida, como estar-fuera y como
retorno a sí mismo” (p. 66)
258. “La intrusión del sujeto y su incorporación de lo captado dejan intacto al
objeto como tal. El objeto no se torna inmanente. Las determinaciones del
objeto no se alteran por el hecho de que sea captado e incorporado a la esfera
del sujeto. La aceptación de lo captado no significa una inclusión del objeto
en el sujeto, sino la repetición de las determinaciones del objeto en una
formación de contenido en el sujeto: la formación de conocimiento o la “imagen”
del objeto. En el objeto no surge nada nuevo, mientras que en el sujeto nace la
conciencia del objeto con su contenido: la “imagen” del objeto” (p. 66)
259. “Es evidente que en el acto llano, sin reflexión, del conocimiento no se da
una conciencia de esa “imagen” –como tampoco una conciencia del acto de conocimiento.
El conocimiento, mientras es cabalmente fenómeno de conciencia, es pura
conciencia del objeto, es decir, no es conciencia del sujeto, del acto ni de la
imagen: lo “aprehendido” es el objeto únicamente y no, además, su
ser-aprehendido, o sea, que no se aprehende además ninguno de los factores
funcionales o de contenido característicos del aprehender como tal” (p. 67)
260. “Al igual que la reflexión sobre el sujeto y el acto, la reflexión sobre la
“imagen” es también absolutamente secundaria. Pero el mismo modo que sería
erróneo negar por eso la existencia al sujeto o al acto, lo sería también
negársela por eso a la imagen del objeto en el sujeto” (p. 67)
261. “Lo que se hace visible en este caso es sencillamente la existencia de
aquel tercer entretejido en la relación del conocimiento, que no es sujeto ni
objeto, pero que sin duda se halla en peculiar relación con ambos: por la
esfera pertenece al sujeto y puede ser modificado por éste; con el objeto, en
cambio, comparte la forma de la cualidad de objeto: la “objetividad” “(p. 68)
262. “La “imagen” o la “representación” es un elemento esencial necesario de la
relación del conocimiento. Es la “formación del conocimiento” en el sujeto, que
contribuye a condicionar y sustentar la relación de conocimiento, pero que
precisamente por eso desaparece en la pura conciencia del objeto” (p. 68)
263. “Vista desde el objeto, la misma relación de conocimiento se presenta
invertida: como transferencia de las determinaciones del objeto al sujeto. Ese
trascender del objeto a la esfera del sujeto es notoriamente el reverso del
“aprehender” que consistía en el trascender del sujeto a la esfera del objeto.
Las dos clases de trascender no son del mismo valor. Las dos son sólo aspectos
de un mismo acto de contacto o determinación, y en éste el objeto tiene
claramente la preponderancia sobre el sujeto. En la relación de conocimiento,
sólo el objeto es lo determinante y el sujeto lo determinado. Conocimiento es la determinación del sujeto
por el objeto. (p. 69)
264. “El objeto no determina al sujeto pura y simplemente, sino sólo a la imagen
del objeto que hay en él. Sólo en éste se repiten las determinaciones del
objeto. Por consiguiente, la conciencia del objeto consiste en una
determinación intermediaria de la imagen del objeto en el sujeto por
determinaciones primarias del objeto” (p. 69)
265. “La objetividad (el frente a frente) permanece en las determinaciones del
objeto aun en su aplicación indirecta al sujeto. Éste sabe que aquéllas son
trascendentes; no las tiene por suyas, sino auténticamente por las del objeto.
Dicho de otro modo: la formación de conocimiento en el sujeto es “objetiva”. En
consecuencia, no es objetivo el objeto, sino la imagen del objeto en la
conciencia a condición de que se ostente los rasgos del objeto. Y la conciencia
sabe distinguir del objeto la imagen objetiva; pero sabe también que ésta está
relacionada con el objeto. En eso consiste su carácter de conciencia del
objeto. Para ella, objeto e imagen del objeto no coinciden, aunque sean de contenido
idéntico” (p. 69)
266. “En principio, el sujeto se comporta receptivamente con respecto al objeto
en la relación de conocimiento. No por eso tiene que ser pasivo. Su aprehender
al objeto puede contener espontaneidad, pero ésta no se extiende al objeto como
tal, que no se altera en lo más mínimo por el hecho de ser aprehendido, sino
que se endereza a la imagen en el sujeto. La conciencia puede muy bien
participar creadoramente en la construcción de la imagen, es decir, en su
propio contenido “objetivo” “ (p. 69)
267. “El carácter trascendente de la determinación del sujeto por el objeto,
vale no sólo para el conocimiento de cosas concretas, sino absolutamente para
todo conocimiento de objetos. El frente a frente sigue siendo insuprimible, aun
cuando no sea espaciotemporal. Aun el objeto ideal (por ejemplo, una
proposición matemática), y hasta una formación subjetiva específica (una
intención, un sentimiento), si pasan a ser objeto del sujeto cognoscente, son
insuprimibles con respecto a éste y por ende trascendentes” (p. 70)
268. “Es a posteriori todo aprehender en el cual el caso individual real se da
como tal y por él como existente y presente se intelige algo. En cambio, es a
priori todo aprehender en que no hay un caso real individual del cual pueda
proceder el ser-dado, o un aprehender en que lo aprehendido rebasa por el
contenido al caso individual, aun cuando lo haya, y, por consiguiente, no se da
conjuntamente en su ser-dado. La intelección apriórica no aguarda a la
presencia real del objeto: sabe de
antemano cuál debe ser la condición del objeto (en un aspecto determinado); lo
dado en ella, es precisamente el rasgo esencial general prescindiendo de su
presencia en el caso real. Pero por cuanto ontológicamente esos rasgos
esenciales son lo primordial frente al caso individual, constituyen lo
esencialmente prius. En este sentido, el conocimiento obtenido por ese prius y
que sólo desde él se extiende al caso, es de hecho “conocimiento a priori” ”(p. 71)
269. “No es, como cree la concepción popular, que la percepción (o sea el
conocimiento aposteriótico) aprehenda al objeto trascendente y, en cambio, la
intelección apriórica meras relaciones inmanentes, en la estructura del
conocimiento como tal, pues entonces esta intelección ni siquiera sería
conocimiento propiamente dicho. Los dos apuntan más bien a objetos
trascendentes y por cierto lo mismo interiores que exteriores. Del mismo modo
que además de percepciones exteriores las hay interiores, hay también, además
de conocimiento apriórico de objetos exteriores, conocimiento apriórico de
objetos interiores” (p. 72)
270. “Constituye una verdadera diferencia esencial el hecho de que sólo haya
conocimiento aposteriótico de objetos reales, y, por el contrario, conocimiento
apriórico lo mismo de objetos reales que ideales. Esta diferencia está
condicionada ontológicamente: el ser ideal no tiene precisamente casos
individuales, a sus estructuras le falta el individual ser-aquí-ahora. Pero el
posterius del que arranca el conocimiento “aposteriótico”, es precisamente el
caso individual en su aquí y ahora. Por consiguiente, el conocimiento a priori
enlaza gnoseológicamente las dos series
del ser; el conocimiento a posteriori las separa” (p. 72)
271. “Mientras el objeto del conocimiento exista con independencia del sujeto y
de su “aprehender” cabe hablar de un ser-en-sí del objeto. El ser-en-sí
gnoseológico del objeto estriba en la esencia de la misma relación de
conocimiento, pues todo objeto de conocimiento implica un ser independiente del
conocimiento. En este “implicar” tenemos el motivo fundamental de que el
conocimiento distinga su objeto de la representación del objeto. La última
ostenta la nota de “objetividad”; el objeto, la de ser-en-sí. La esencia de
ambas notas se halla precisamente en su oposición” (p. 73)
272. “La imagen del objeto en la conciencia, no sólo no es idéntica al objeto y
no sólo es reproducción parcial, inadecuada, del objeto, sino que además, si es
realmente “imagen”, no necesita ser todavía ni siquiera “copia” correcta del
objeto. Puede reproducirlo erróneamente, no acertarlo, puede con sus
determinaciones alejarse ilimitadamente de las determinaciones del objeto. Es
solamente representación del objeto, y tanto puede ser acertada como
desacertada” p. 77)
273. “Para el valor de conocimiento de la imagen es decisivo el grado de acierto
o discrepancia, en una palabra: de su coincidencia con el objeto. En sentido
estricto, sólo cabe hablar de conocimiento, de verdadero “aprehender” del
objeto por el sujeto, cuando de algún modo inequívoco haya coincidencia entre
imagen y objeto, es decir, cuando los rasgos del objeto estén de algún modo
reproducidos en la imagen” (p. 77)
274. “En esto estriba la diferencia entre verdad y no-verdad. Si hay coincidencia de la imagen en la
conciencia con el objeto, el conocimiento es verdadero; si hay discrepancia, es
no-verdadero. El conocimiento “no-verdadero” no es conocimiento propiamente
dicho, sino erro, ilusión; es falta de “aprehender”, o “aprehender” defectuoso”
(p. 78)
275. “Verdadera o no-verdadera nunca puede serlo en sentido estricto más que la
imagen del objeto, la estructura de conocimiento, y también, en sentido lato y
figurado, el conocimiento mismo en el sentido de la relación de la imagen con
el objeto, relación que entonces es precisamente la de coincidencia o
no-coincidencia.” (p. 78)
276. “Este concepto “trascendente” de verdad, el único que corresponde a la
relación trascendente de conocimiento y por ende al fenómeno estricto de
conocimiento, es el de la conciencia ingenua y de la científica, que consideran
que verdad y no-verdad significan en absoluto la coincidencia o no-coincidencia
de su representación con el objeto existente en sí, pero en modo alguno una
coincidencia meramente inmanente de las representaciones entre sí. Este
concepto de verdad, como cualquier otro fenómeno, existe con independencia de
que haya o no posibilidad de justificarlo teóricamente“(p. 78)
277. “Verdad e inadecuación de la estructura del conocimiento se comportan entre
sí con absoluta indiferencia. La imagen del objeto en la conciencia puede ser
acertada, aunque sea incompleta; y puede también ser desacertada aun siendo
completa. La Inadecuación y no-verdad tampoco son lo mismo aun cuando coincidan
en un mismo conocimiento del objeto” (p. 78)
278. “Así como hay una conciencia de la inadecuación hay también una conciencia
de la no-verdad y, por consiguiente, también una conciencia de la verdad. Esta
supone la pretensión de la conciencia a un criterio de verdad. No puede determinarse
de hecho si ese criterio existe, si la pretensión está justificada. Sólo es
fenómeno la pretensión como tal; mas también pertenece al fenómeno la
posibilidad de que se dude de esa pretensión” (p. 79)
279. “Así como la conciencia de la
inadecuación resulta la tendencia a la adecuación, así también de la conciencia
de la no-verdad resulta la tendencia a corregir la estructura de conocimiento,
o la aspiración a la verdad. En este caso, el criterio pretendido por el sujeto
desempeña el papel de correctivo, es
decir de genuino motivo de progreso de aproximación de la imagen hacia la plena
coincidencia de las determinaciones del objeto representada por la imagen. En
consecuencia, también en la dirección de la aspiración a la verdad hay un
progreso de conocimiento, y también éste significa una espontaneidad del
sujeto, de la cual puede decirse lo mismo que de la espontaneidad del afán de
adecuación. Las dos tendencia van indisolublemente unidas en una sola
aspiración y ya no pueden ser discriminadas por el sujeto” (p. 79)
280. “Acerca del fenómeno del conocimiento en sentido estricto, cabe distinguir
claramente en él cuatro conceptos de conocimiento diferentes entre sí,
superpuestos o entreverados, siendo cada uno de ellos expresión de enteros
complejos de rasgos esenciales: 1. Conocimiento como relación esencial de
sujeto y objeto (relación de conocimiento) 2. Conocimiento como una imagen o
representación del objeto en el sujeto (estructura del conocimiento) 3.
Conocimiento como coincidencia de la imagen con el objeto (Verdad) 4.
Conocimiento como tendencia a la aproximación de la imagen al pleno contenido
del objeto (progreso de conocimiento) “ (p. 79)
281. “Hay que tener en cuenta la conciencia del problema y el progreso del
conocimiento. Los dos muestran que la relación de conocimiento tiene su centro
de gravedad, no sólo fuera del sujeto,
sino también fuera de sí misma.
La relación entre sujeto y objeto se halla en constante desequilibrio;
en el progreso gravita más allá de sí, se sale continuamente de sus propios
límites. Esta gravitación es estrictamente unilateral, va hacia el lado del
objeto y tiende a rebasar lo objetificado. El punto de gravedad está, pues, no
entre sujeto y objeto, ni tampoco más allá del sujeto, sino más allá del
objeto: en lo transobjetivo” (p. 80)
282. “La relación entre sujeto y objeto
es sólo un aspecto parcial de la relación entre sujeto y la cosa existente (o estado de cosas
existente). La última es lo objiciendum en su totalidad existente-en-sí,
incluyendo lo transobjetivo“ (p. 80)
283. “Al propio tiempo se corre el concepto de objeto. A título de objetum es un
finito en virtud del límite de la objetificación de cada momento; como cosa
existente, es un infinito notorio, puesto que el constante salirse del
conocimiento más allá de sus límites, no es una extravagancia sin plan, sino
positivamente un gravitar enderezado a un ente que le es heterogéneo, desconocido
e indiferente a él, y que es lo suficientemente inagotable para mantener en
marcha in infinitum el avance paulatino de la anticipadora conciencia del
problema y del positivo progreso de conocimiento que va a la zaga” (p. 81)
284. “El límite que en cualquier momento tenga la objetificación, divide la cosa
existente en dos partes muy desiguales: un sector finito objetificado y un
resto transobjetivo infinito. Esta división existe solamente para el sujeto
cognoscente; para la cosa existente como tal, es precisamente inexacta y
arbitraria. En efecto, el modo de ser de la cosa no se altera por la
objetificación. Es indiferente a la objetificación y, por consiguiente, al
límite de la objetificación. Una y otro
son sólo puntos de vista gnoseológicos en una cosa ontológica.
285. “Como lo existente es indiferente a la objetificación, la frontera que ésta
le ofrece puede correrse por principio sin limitaciones. Mas no es necesario
que así ocurra de hecho. La capacidad
del sujeto para correrla puede tener sus límites, y entonces esa segunda
frontera es absoluta. También ésta se inscribe en la cosa existente como
totalmente indiferente y arbitraria para ésta; no es una frontera de lo
transobjetivo, sino sólo de su objetificación. A diferencia de la frontera
fluctuante del conocimiento, es la frontera fija de lo cognoscible. Lo que hay
entre el primer límite y el segundo es la parte desconocida, pero cognoscible
(intelegible) de lo transobjetivo. Lo que está más allá del segundo límite, es
la parte desconocida de lo transobjetivo –en la terminología usual denominado
“lo irracional”, que sería mejor calificar de lo transintelegible. Así como lo
transobjetivo está en la prolongada dirección de lo conocido, así dentro de él
está lo transintelegible en la prolongada dirección de lo cognoscible ” (p. 80)
286. “El centro de gravedad de la relación de conocimiento se halla, pues, no
sólo más allá de lo conocido, sino también más allá de lo cognoscible, al igual
que el centro de gravedad de la cosa existente y su peculiar infinitud se
hallan no sólo en lo transobjetivo, sino también en lo transintelegible.
Añádese este hecho al complejo de hechos de problema y progreso y se verá
claramente que el objeto del conocimiento, por el hecho de ser “objeto”, en
realidad sólo está caracterizado superficialmente. Su más honda esencia se
enraíza más allá del conocimiento y cognoscibilidad, allí donde ya no “está
ante” el sujeto. En esa posición de alejamiento con respecto al sujeto, ya no
es más que “cosa existente”, y como en este caso se ha rebasado el alcance de
la relación gnoselógica, y sólo existe ya ser ontológico, esta esencia más
honda del objeto es precisamente “la cosa en-sí” ” (p. 82)
287. “En la “cosa en-sí”, a título de ser-en-sí ontológico, se enraíza el
ser-en-sí gnoseológico del objeto, del mismo modo que la relación de
conocimiento se enraíza en la relación de ser, en la cual se apoya en su
totalidad y con el cual se halla totalmente entreverada. El fenómeno del
conocimiento mismo implica esta capa ontológica de profundidad y la pone de
manifiesto de modo puro antes aún de todo planteamiento de problemas “ (p. 82)
288. “Viniendo rigurosamente del análisis del fenómeno del conocimiento, no será
posible desviarse jamás a entender por verdad otra cosa que la coincidencia de
la estructura del conocimiento (de la “imagen”, representación, juicio,
pensamiento) con el objeto” (p. 106)
289. “En el objeto del conocimiento cabe
distinguir cuatro acepciones diferentes involucradas las más veces en la teoría
del conocimiento: lo conocido (objectum), lo que se pretende conocer
(Objiciendum), lo desconocido (transobjetivo) y lo incognoscible (irracional o
transintelegible)” (p. 112)
290. “Según la concepción del “realismo ingenuo”, el hombre está rodeado de un
mundo de realidad de cosas, en cuyo seno nació y en el cual vive y muere, un
mundo que, por lo tanto, existe independientemente de él y se comporta
indiferentemente con respecto a su existir y a su conocer. El hombre conoce ese
mundo por medio de los órganos de los sentidos; su reflexión sobre él es una
adaptación a él. Todo su aprender y querer-entender las cosas y acaecimientos
cae bajo ese punto de vista. El conocimiento tiene la tendencia a ser copia
fiel de lo real, y en tanto se confirma prácticamente, háblese de un
“conocimiento verdadero” (p. 162)
NICOLAI HARTMANN (1882-1950)
EDITORIAL LOZADA ARGENTINA 1957
METAFÍSICA DEL CONOCIMIENTO TOMO I
I (1921)
291. “Lo que constituye la dificultad del problema del conocimiento: que ni el
sujeto se reduce a su ser-sujeto para el objeto ni el objeto a su ser-objeto
para el sujeto, proyecta precisamente más allá de sí al propio tiempo esta
dificultad, dando un primer punto de partida para su solución. En virtud de
esta su autonomía, sujeto y objeto adquieren un rasgo fundamental común que los
une: el ser. Sujeto y objeto se hallan uno frente a otro como miembros de una
sola conexión de ser, pertenecen a un solo mundo real, en que todo lo existente
se halla en diversas relaciones actuales, determinándose y condicionándose
recíprocamente de diversos modos” (p. 378)
292. “En cierto sentido es verdad que la conciencia no puede conocer más que sus
propios contenidos; pero en este sentido es una proposición tautológica, puesto
que decir que la conciencia “conoce” o “aprehende” algo, no significa otra cosa
sino que este algo es su contenido. Este sentido reducido, evidente, de la
proposición es una ley esencial de la conciencia y, naturalmente, no puede ser
suprimido por ninguna teoría; pero, tomándolo en rigor, no afecta al
“aprehender”, sino solamente al “tener” –es decir que no afecta la relación
gnoseológica. El contenido puede representar para ella un ajeno a la
conciencia. La representación es entonces inmanente en la conciencia, pero lo
representado puede serle trascendente. No está supeditado a los límites de la
conciencia” (p. 386)
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