ENSAYO
PENSAMIENTO POLÍTICO Y
EDUCACIÓN EN AMÉRICA
LATINA VISTO DESDE LA
FILOSOFÍA ANTROPOLÓGICA
Autor: Miguel Patacón
miguelpatacon_@hotmail.com
Facultad de Ciencias de la Educación Universidad de Carabobo Valencia-Edo. Carabobo Venezuela Recibido: 26/06/2009 Aprobado: 30/03/2010 Profesor Titular de la Universidad de Carabobo, Departamento de Filosofía. Doctor en Ciencias de la Educación (USM). Magíster en Investigación Educativa (UC). Licenciado en Educación (UC). PPI. Ponente en Congresos Nacionales e Internacionales, Ensayista y Articulista.

RESUMEN
Este trabajo intenta evaluar el impacto del
pensamiento político, educativo y social,
partiendo desde la filosofía antropológica
como argumento teórico en la descripción
de los cambios en la política latinoamericana
y venezolana en particular, en virtud del
surgimiento de nuevas formas paradigmáticas
donde la participación del sujeto pedagógico
es de extrema importancia. Esta participación,
se determina como un hecho obligatorio
en todas las áreas del conocimiento. La
intelectualidad latinoamericana y en especial
la venezolana, motivado por los cambios
volátiles que se suscitan en el tejido societal;
están predestinados a asumir roles de
importancia opinática, en virtud de las
distintas fenomenologías que presenta
el país nacional. El estudio presentado,
indaga teóricamente desde dos aristas: el
racionalismo-pragmatismo, cuya discursiva
se fundamenta en la concepción de la
racionalidad utilitarista y su influencia en
el sujeto, versus la denuncia devenida del
desgarramiento del humanismo y de la
reinterpretación de lo existencial-humano.
Palabras clave: Filosofía, Educación, Sujetopedagógico,
Pragmatismo, Política.
POLITICAL THOUGHT AND EDUCATION IN LATIN AMERICA
ANTHROPOLOGICAL VIEW FROM THE PHILOSOPHY
ABSTRACT
This paper attempts to evaluate the impact of political thought and social
education, starting from the philosophical anthropology and theoretical
argument in the description of policy changes in Latin America and Venezuela
in particular, by the emergence of new paradigmatic forms where the subject's
participation Teaching is extremely important. This participation is determined
as a fact mandatory in all areas of knowledge. Latin American intellectuals
and especially Venezuela, led by volatile changes that arise in the societal
fabric, are destined to asume important roles nonmetropolitan, under different
phenomenology presented by the national country. The study presented
investigates theoretically from two edges: rationalism, pragmatism, whose
discourse is based on the utilitarian conception of rationality and its influence
on the subject, versus tearing the complaint passing of humanism and the
reinterpretation of the existential-human.
Key words: Philosophy, Education, Subject-pedagogical, Pragmatism,
Politics.
PENSAMIENTO POLÍTICO Y EDUCACIÓN EN AMÉRICA LATINA
VISTO DESDE LA FILOSOFÍA ANTROPOLÓGICA
Desde la antigüedad y como consecuencia del desarrollo social, van
surgiendo nuevas fenomenologías, producto de nuevas realidades y
nuevas formas de pensamiento que las interpretan y las explican. De
este modo, el desarrollo social evolutivo nos habla de períodos históricos
caracterizados por prácticas sociales que los definen y que están
sustentadas en determinados tipos de discursos que las ordenan. Es así
como en la vida diaria, el sujeto se ve atrapado por muchas cosas derivadas
de su trabajo, de su estudio, de sus intereses particulares y profesionales
y, cuando se dice “particulares”, el elemento antropológico es determinante;
máxime cuando éste es profesional; en este caso se habla de la Filosofía de
la Educación, en razón que la misma permite al sujeto las construcciones
de diferentes concepciones de mundo. La filosofía es entonces, el trazo
que rompe y rasga los moldes contemporáneos actuales y se declara también confusa, con sus dudas y debilidades, en constante rebeldía y
búsqueda. Un orgullo íntimo la sostiene, una ambición de serenidad la
traspasa, todo ello mixturiza y panoramiza los problemas de la organización
social y política; en fin, de múltiples actividades que la vida social exige
y que implican una especial dedicación y preocupación.
Pero, a pesar
de realizar tareas tanto manuales como mecanizadas, definidas por el
conjunto de rutinas y prácticas cotidianas, se va poco a poco perdiendo y
sin darse cuenta la raíz misma del ser y de la actividad social. Básicamente
el hombre se pierde a sí mismo, ya casi ni se reconoce, ocupándose de
todos se olvida de lo más importante: su propio ser, su humanidad. Surgen
las ineludibles preguntas: ¿Qué o quiénes somos? ¿Quién es el hombre?
¿Qué es la educación? ¿Es un proceso civilizatorio? ¿Tiene algún sentido
la vida humana? ¿Cuáles son o cuáles deben ser los objetivos básicos de
nuestra efervescente actividad?
Todos estos problemas, aunque están en la base de la vida humana,
o mejor dicho, de la cotidianidad, se han ocultado por el trajín rutinario
de la actividad monótona o por las condiciones inhumanas de trabajo.
El hombre ya no se interroga a sí mismo, pues ha dejado de ser para sí
un problema. Con las excepciones producto de ciertas situaciones límite
(rechazo, dolor, fracaso, muerte), la sociedad actual parece complacerse
en el círculo más puro del hacer, del tener y el consumir; parece como
si toda su energía estuviese dirigida a la subsistencia diaria.
En estas
condiciones no es siquiera posible plantearse con cierta rigurosidad la
pregunta por el hombre mismo y por su educación.
La Antropología Filosófica y la Filosofía de la Educación ocupan un
lugar de especial importancia. Con ambas se pretende construir el piso de
sustento de los diferentes estudios y profesiones sobre el conocimiento
y significado de lo que es el hombre en general y de las cualidades
específicas que le son propias en este continente latinoafroamericano. El
hombre, en definitiva, constituye el objetivo último de todas las ciencias,
en virtud de que cualquier área del conocimiento humano, por su misma
naturaleza, va orientado al logro del bienestar de la humanidad. En el
momento que la formación profesional olvida este objetivo terminal, resulta
muy fácil explicar el excesivo reduccionismo profesional a lo largo de lo
casi exclusivamente técnico.
Esta fenomenología instrumentalista se puede
observar con poco esfuerzo en la sociedad laboral, basta con verificar el trabajo del ingeniero, del administrador, del médico, del docente y del
abogado, entre otros. Y todos y cada uno en su profesión u oficio, busca
la máxima utilidad económica con un mínimo de esfuerzo.
Esta “Ley del mínimo esfuerzo” deja salir por sus entresijos algunas
preguntas antropológicamente importantes:
¿Dónde queda la gaveta que guarda la preocupación por el bienestar
de la sociedad, por el futuro de la nación, por el esfuerzo para erradicar
la miseria? El individualismo que atraviesa el tejido social hace que el
hombre olvide los problemas fundamentales expresados en las preguntas
– fuerza del sujeto que reflexiona en más o menor cantidad: ¿Qué somos?
¿Por qué vivimos? ¿Hacia dónde vamos? ¿Para qué estudiamos? Abonar
el terreno para hacer posible la aproximación de respuestas a estas
preguntas es lo que se propone la Antropología Filosófica y la Filosofía
de la Educación.
Es necesario advertir que este trabajo permitirá abordar la problemática
de la Postmodernidad y su educación desde una perspectiva poco
convencional desde el punto de vista metodológico, en el sentido que
se servirá de un instrumental que permitirá la interpretación cualitativa
del hecho de la sociedad humana que se concibe desde la filosofía, sin
menospreciar de su lógica la forma de asumir el objeto de conocimiento,
sin perder de vista el sistema como elemento educacional ideologizante
del sujeto mismo.
La Antropología Filosófica y la Filosofía de la Educación son
sencillamente reflexiones sobre el hombre, en el primer caso y sobre el
proceso de enseñanza y aprendizaje en el segundo caso. Toda reflexión
filosófica parte de premisas y contenidos que están definidos en un
vector histórico, de manera que la Filosofía Antropológica y la Filosofía
de la Educación no son sino la filosofía misma, reflexionando sobre algo
típicamente humano en un determinado período histórico (Patacón, 2003).
En el mundo han existido diferentes ideales de hombre y de educación
en la historia de la humanidad, cada uno de ellos ha reflejado una particular
peculiaridad histórica, cultural, social y antropológica. Durante milenios
el hombre ha intentado dar respuesta a sus diferentes problemáticas
construyendo sistemas de pensamiento para dar respuesta a las mismas, pero muchas de estas respuestas estuvieron aisladas las unas de las otras,
muchas veces también estuvieron unidas, en un extraordinario sincretismo,
a filosofías y doctrinas de liberación profundamente complejas asociadas
al nacimiento del capitalismo y a la consecuente contaminación teórica de
los nuevos descubrimientos, tanto geográficos como científicos; basta con
observar las expresiones contradictorias en el proceso de formación del
espíritu científico: Platonismo versus Aristotelismo, Aristotelismo versus
Renacimiento, esto es solamente un ejemplo.
En esa época los seres humanos vivieron en comunidades encantadas,
provistas de un gran sentido de vida, con sus espacios sagrados, pero
también profanos.
A partir del intersticio de los siglos XVI-XVII comienza
el proceso de desencantamiento de la sociedad occidental; esto es,
ocurre una ruptura epistemológica del conocimiento. Con el racionalismo
de Descartes y la duda epistemológica acerca de las facultades del
yo para conocer, se inicia por primera vez la utilización de un modelo
mecanicista de interpretación del mundo (fenomenológico), que aún tiene
vigencia (Capra, 1996); con Leibniz este mecanicismo alcanza exacta
precisión. Este es el período que Foucault llamó “El período clásico”,
cuando intenta demostrar que el conocimiento tiene una racionalidad
vinculada a la vigilancia y al castigo del sujeto; elementos fundamentales
que están presentes en todas sus obras: el Panoptismo, este último
es considerado como constructo para la vigilancia y castigo desde la
perspectiva Foucaultliana, este dispositivo de control fue destinado a
“educar” a los sujetos para el fiel cumplimiento de normas en cualquier
área de la actividad humana: trabajo, corporaciones, escuela, prisiones,
hospitales, o cualquier otra función productiva a la cual fuera sometido
dicho sujeto. La categoría vigilancia, se ha venido utilizando para observar
a los sujetos, al tiempo de registrar, si realmente están cumpliendo con sus
deberes. Por otra parte, el castigo se convierte en el mecanismo a utilizar
por las élites del poder para reprimir y corregir a todos aquellos sujetos
que intenten fracturar las reglas devenidas del propio poder.
Vistas así
las cosas, pudiéramos concluir que el panoptismo, se pudiera entender
como paradigma de una sociedad disciplinante.
Es en estos dos siglos (XVI-XVII), cuando se da el paso definitivo hacia
el nuevo episteme (Moreno, 1993). El nuevo concepto científico se apropia
y produce los nuevos saberes que, en definitiva, van a desencantar al mundo. Hasta aquí los hombres habían vivido una vida “natural”, un tiempo
orgánico, donde la comunicación entre ellos y el entorno circundante estaba
impregnada de misterio y de dureza.
Es así que el pensamiento ilustrado entre los siglos XVII y XVIII corroe
las bases de la antigua religión y construye las de la nueva fe: la del
progreso y el orden. La burguesía se convierte en la nueva clase social
emergente y transforma el orden establecido; es ilustrativa la máxima: “Lo
duro se evapora”; aquí comienza la más grande revolución jamás llevada a
cabo y que parece nunca acabar, en esta nueva situación histórica, en que
ya los ideales morales y educativos tienen poco que ver con la liberación
y la trascendencia del sujeto y tan sólo impone la nueva mentalidad del
cálculo individual y la ganancia; esta última aparecerá para siempre
como síntoma de la gracia divina. El hombre crea una especie de mundo
paralelo: es su mundo socio-cultural, a expensas del mundo natural, el
cual se señaló anteriormente.
El hombre, una vez expulsado del paraíso, sólo podía acelerar su
caída con la modernidad, ésto es lo que se llama la aceleración de la
historia; es decir, la transformación del futuro en pesadilla (Cioran, 2000).
El sujeto duro, capaz de cambiar el mundo en nombre de una ideología o
ideal, está fuera de lugar, hoy se pudiera decir, de manera descalificativa,
que ha cumplido su “función histórica”. El nuevo sujeto es tan blando
que de tanta blandura podría terminar diluido, en una dilución que ya
atisbaron los filósofos postmodernos y han transformado en principio
antropológico. En la medida que el mundo se transforma en imagen, en
esa misma medida, paradójicamente, la interioridad, la nueva subjetividad,
ha creado el concepto de Postmodernidad, por lo que se deduce un vacío
de contenido; de esta manera, el sujeto blando sería el “protagonista” del
fin de la historia. Esta última afirmación no es más que una referencia
antitésica al desmoronamiento de la verdad, cuyo refugio último estaría
en la interioridad del sujeto; es decir, la historia como tematización de
comprensión universal se vería seriamente afectada por la intimidad de las
verdades que sucumben de manera personal en cada uno de los sujetos.
¿Cómo se define el hombre en la Postmodernidad? ¿Cómo es la
educación en la Postmodernidad? Éstas son algunas de las interrogantes
a las que en este trabajo se intentará dar respuesta.
Reflexionar acerca de la importancia de la Filosofía dentro de una
sociedad postmoderna sumergida hasta el alma en el pragmatismo más
crudo que se haya vivido a lo largo de la historia de la humanidad, puede
resultar un esfuerzo que probablemente carezca de significado, el recuerdo
insignificante de un momento de la vida universitaria, donde un profesor del
montón habló en una asignatura del pensum de estudio de cosas extrañas
y ajenas a la vida real, no sólo de los estudiantes, sino de la casi totalidad
del profesorado; tal vez ajena y extraña de la vida concreta de los mismos
sujetos que estudian filosofía y se dedican a su docencia, quienes muchas
veces reducen la Filosofía a la utilidad que produce; en este sentido, cada
uno de ellos tendría que ser el primero en hacerse la pregunta sobre la
importancia de la Filosofía, pero en el “...pensum de la vida misma”.
Actualmente, el racionalismo pragmático baña al paradigma valorativo
desde el cual se interpreta toda la realidad y a todas las relaciones
interpersonales, entonces, la capacidad de utilidad determina de manera
fulminante el valor de todo cuanto rodea al hombre. No se trata de una
disquisición personal, la sociedad es así. Y todos somos parte de esta
sociedad. Cuando se hace contacto con cualquier persona, o con cualquier
objeto, lo primero que preocupa es saber para qué sirve, y a partir de ahí se
calcula su importancia: Si la pareja “no sirve” ya no tiene nada que hacer
en este mundo.
Lo que no sirve se desecha, hasta la fe religiosa tiene que
servir para algo, si Dios “no sirve” entonces estorba, si la fe no me da “la
paz” o “la tranquilidad” o el placer de sentirme “salvo” entonces no sirve,
luego es inútil.
Lo más fuerte del pragmatismo consiste en el poder de su lógica interna,
de allí la máxima: “Lo que sirve tiene valor, lo que no sirve no tiene valor”
y, en honor a la verdad, parece lo más lógico del mundo. No tiene sentido
querer lo que no sirve... sería ilógico. Se trata ahora de indicar los criterios
según los cuales el pragmatismo determina “lo que sirve” y descarta “lo
que no sirve”. En primer lugar, cabe señalar el bienestar económico que
produce lo que se valora; es decir, si produce dinero sirve y es altamente
valioso y lo que no produce ganancias económicas carece de valor. No
tiene sentido dedicar la vida a una profesión que no produce ganancias
económicas suficientes, de allí que el valor de cualquier profesión se mide
por la ganancia económica que proporciona.
Por otra parte, se puede aludir al placer como criterio de valor. Lo
que produce placer, en todos los sentidos posibles del término, sirve y,
por lo tanto, vale; de tal manera que la vida se convierte en una cadena
de momentos y situaciones placenteras, al extremo que la existencia
sin problemas, “vivir en paz”, sin molestias, como quien tiene sueño y
desea dormir lo más cómodamente posible para despertar con suficiente
energía para gozar la vida se hace el deseo vital más profundo. La vejez
se convierte en el temor supremo. Es preferible la muerte a la vejez.
La ausencia de placer lleva consigo el absurdo existencial, es decir, el
verdadero infierno.
En cuanto a las relaciones, se impone el dominio, ser el mejor, “más
que el otro”, estar por encima de “mis rivales”. Todo lo que me dé más
poder sirve. La vida se convierte en una competencia sin cuartel, donde
lo más importante es dominar y no ser dominado. Todos luchan por el
éxito, no importa quien muera en el camino. El dinero, el placer y el poder
son realmente los criterios que el pragmatismo impone como fundamento
de valor. Todo cuanto existe gira en torno al tener, al placer y al poder,
elementos que componen la nueva “Santísima Trinidad”, centro de
adoración de todos los seguidores del pragmatismo radical, religión de
nuevo cuño.
Dentro de este paradigma, el conocimiento en general se concibe como
un “medio”, una especie de escalera que lleva a conseguir las promesas del
placer, del tener y del poder, por eso se estudia y se investiga por razones
pragmáticas. De hecho, un conocimiento que no tenga aplicabilidad
inmediata, utilidad en el hacer, que no “resuelva algún problema”... no
sirve...
Esa es la gran paradoja de la educación y si alguna asignatura
académica no resuelve algún problema, lo coherente es eliminarla del
pensum... si no resuelve ningún problema, si no concluye en una destreza
aplicable, si no mejora alguna conducta observable, realmente es lo
más inútil que pueda existir. Y dentro del campo de la profesión docente
abundan los promotores y defensores del pragmatismo a su más elevada
expresión.
Los adoradores del pragmatismo, en nombre de “las necesidades
reales”, “de la actualización” y “de la eficiencia” construyen diseños
curriculares “actualizados” en función de las exigencias concretas de la tarea educativa; por lo tanto, las asignaturas que conforman el pensum
de estudio, deben tener alguna utilidad bien definida, nada de “teorías
huecas” que se quedan en el olvido. El resultado final puede ser un “obrero
de la educación”, cuya única meta en la vida consistiría en trabajar para
comer y cuyo motivo de rebelión se reduciría a la lucha por unas cuantas
monedas más que le proporcionarían un tanto más de placer alienante. El
pragmatismo aliena y cuando la adicción enfermiza se da en la dimensión
cognitiva... el paciente no tiene remedio.
Sumergidos en el ambiente pragmático, la pregunta en torno a la
importancia sobre el sentido de la Filosofía en el pensum de estudio
universitario, se hace complicada, al constatar que el pragmatismo
domina más allá del discurso. No obstante lo que se pueda afirmar en un
ambiente académico es el escaso reconocimiento de la Filosofía por los
integrantes de la comunidad universitaria y no se hace referencia a los
alumnos solamente, la mayoría preferiría sustituir algunas asignaturas con
densa formación teórica, por otras que presentan carencia casi absoluta
de este componente... y, lo menos afortunado es que no se exagera al
afirmar esto. Y como corolario, todos “saben Filosofía”: los psicólogos, los
sociólogos, los orientadores, los educadores, los ingenieros, los médicos
y los investigadores de todos los niveles que puedan concebirse.
El problema del pragmatismo académico, y de ahí la poca valoración de
la filosofía, tiene su base en un principio gnoseológico de consecuencias
antropológicas; es decir, la “Dimensión del hacer”, necesidad analítica
cuya existencia es ideal; en la realidad ontológica no existe la dimensión
del “hacer”, el hombre sólo y exclusivamente ES; el carpintero no es un
hacedor de carpintería... es carpintero; con mucha más razón el educador...
Todo el proceso de aprendizaje en los centros educativos apunta, con o sin
consentimiento hacia el Ser del educador... Jamás el aprendizaje se reduce
al Hacer (dimensión que no existe en la realidad); sólo el saltar las barreras
del pragmatismo alienante y tomar conciencia de que siempre se educa en
el ser llevaría a valorar la importancia de la Filosofía en la Educación, ya
que, definitivamente, la Filosofía “no sirve”.
Si la afirmación anterior fuese cierta; es decir, que la Filosofía “no
sirve”, entonces cómo se entiende que desde la Reforma de Córdoba en
Argentina, de 1918, se busca formar un universitario como un ser social, capaz de percibir las distintas fenomenologías nacionales para adentrarse
en la discusión sobre el desarrollo autonómico del país, no para ser un
saltimbanqui de las diferentes metodologías y sí para plantearse el paso
reflexivo hacia la sociedad del conocimiento.
La reflexión anterior sobre la filosofía, nos conduce inexorablemente
a la cotidianidad como descentramiento. El hombre actual, viejo o joven,
tiene la sensación de que su imagen a cerca de la realidad social se ha
hecho movediza, borrosa y discutible; siente que hay un descentramiento
con respecto a los cuatro puntos cardinales: culturales, estéticos, morales
y científicos; que se habían hecho pacíficamente familiares; siente que
le han cambiado las reglas de juego o, más aún, que ya no hay reglas
sino arbitrariedad y snobismo; que no es posible regresar a lo mismo,
en referencia a la seguridad que sentía anteriormente. Hoy, este hombre
siente la vivencia de que la verdadera realidad es el movimiento, el
desrealizamiento, la encrucijada y el cambio (Barbera, 2004).
La cotidianidad es la forma más sencilla de relacionarse con el hombre
y éste con el cosmos, esto le da contenido a su propia historia; por lo
tanto, este hombre común y corriente es un ser social e históricamente
determinado, por tal razón su intimidad es nutrida por representaciones
de todo género; es decir, ideas, valores, juicios y otros y, por esta razón,
la cotidianidad es absorbida por una lógica que describe lo personal del
sujeto, es por ello que adquiere una nueva dimensión que responde a ubicar
de manera antagónica la situación axiológica, donde el sujeto va creando
nuevos valores, por ejemplo el ocio, el relajamiento y la espontaneidad, que
diluyen a la disciplina y al rigor.
Lo anterior expuesto determina la cultura del sujeto, así mismo, por ello,
la cultura postmoderna es poco vertebrada en disciplina, pero muy rica en
sensaciones, es un “liberarse de...”; es la liberación del yo, de allí su carácter
permisivo.
De igual forma se encuentra que la estructura lingüística utilizada
para la comunicación oral también ha sido impactada por características de
suavidad, por tal motivo, el proceso de personalización en el sujeto le induce
a matizar su vocabulario y, por tanto, su expresión oral; de tal manera que
todas aquellas palabras o frases que connoten injusticia se sustituyan por
palabras neutras y aterciopeladas que permitan establecer mecanismos o
sistemas comunicacionales desprovistos de traumas y malos entendidos que pudieran ser factores de entrabamiento en un contacto feliz, eficaz y
sutil entre las personas, esto se puede observar de forma más cercana en
los jóvenes.
Hoy es un riesgo real quedar fuera del propio tiempo y, además,
desincronizado; despertarse sin las categorías imprescindibles para
intercomunicarse con los demás; entender cada vez menos expresiones
del periódico o encontrarse literalmente perdido ante el lenguaje de una
exposición de pintura o de una obra de teatro; sentir como estridentes
formas de comportamiento que buena parte de la sociedad acepta como
normales, desafectarse del ambiente comunicativo de la cotidianidad.
En tiempos de ventisca postmoderna el riesgo consiste en ser sacado
del caudal del río de las tecnologías de la información y comunicación y
quedarse solo y atrasado por falta de velocidad o, al contrario, viajar por él
y quedarse expresamente aturdido. Esta sociedad condena rápidamente
al atraso y a la inutilización; en términos de política, de ética y de estética,
las sólidas fórmulas anteriores, los salvavidas, han desaparecido; es decir,
el hombre es impelido a una permanente descentración con respecto a su
propia cultura y no es que se hayan cambiado los mapas de orientación
cultural, el fenómeno va más allá.
Han desaparecido los principios del mapeado de la vida humana y, por
ahora, no se reconstruirán más. Lo que evidentemente se está viviendo es
la vertiginosa destrucción y reconstrucción de mundos y de subjetividades.
Dos hechos firmemente interconectados entre sí. Esta es la experiencia
que ofrece, a nivel interno, la postmodernidad. Piénsese, por un lado, en el
mundo mental de un campesino, quieto como su propio paisaje externo de
valles y montañas: convicciones arraigadas, valores estables, sociedades
tradicionalmente idénticas a sí mismas y, por otro lado, piénsese en el
mundo torrencial de un adolescente sentado ante el flujo de imágenes de
un televisor universal, control en mano, seleccionando la presencia de
mundos múltiples, vertiginosos, contradictorios, en un auténtico pastiche.
El mouse es uno de los símbolos de este tiempo. Con él en la mano es
como si se girara velozmente sobre uno mismo, impulsado por el ímpetu
de las imágenes circulantes, sin poder detenerse, sin poder fijar una
representación estable del mundo ni en sus ojos ni en su mente. Hasta
hace poco había un mundo y por eso era reconocible; ahora hay tantos
que no hay ninguno. La modernidad representa una primera descentración; de mano de
la ciencia la humanidad fue conducida a una imagen racional del mundo
muy diferente a la anterior, que era religiosa y dogmática. Hoy, la nueva
descentración es producida no sólo por la aceleración y autocrítica de esa
misma racionalidad, por su voraz fagocitismo sino, de un modo particular,
por la presencia compulsiva de los medios de comunicación de masas que
se han apoderado de toda la realidad, alegre o infeliz, incluso de la más
privada y personal y la han espectacularizado y mercadeado, a base de
reinterpretarla en términos mucho más sensoriales y menos racionales.
En este punto se seguirá el pensamiento de Niklas Luhmann, en su
“Teoría de la Sociedad Pedagógica” (1996), sobre todo en su capítulo
segundo “El Déficit Tecnológico de la Educación Pedagógica”. El autor
plantea la aceptación de ese déficit tecnológico de la educación como
una tesis básica a partir de la cual se organiza el trabajo posterior. En
consecuencia, es imperativo descubrir una tecnología que venga a llenar
eficientemente este persistente vacío. La supuesta tecnología que se
ha pretendido aplicar inútilmente hasta ahora a la realidad social y a la
pedagogía en particular responde a los principios de la tecnología, tal y
como ésta se entendió a principios del siglo XVIII, pero que no han resultado
válidos ni adaptables a las características peculiares de la realidad social.
Cuando hoy se vuelve a hablar, como si fuera una novedad, de tecnología
educativa, esta expresión se reduce a equipamiento y a nuevos instrumentos
físicos de trabajo.
En este sentido, la carencia de una tecnología pedagógica se ha
debido, en concreto, a la falsa interpretación que se ha dado a los
preconceptos de causalidad, racionalidad y socialidad, al asumirlos
tal y como fueron sobreentendidos en el siglo XVIII. La causalidad
ha sido interpretada simplemente como un proceso lineal de causa
y efecto, como un principio por sí mismo de transformación material.
La racionalidad ha sido sobreentendida como el proceso mental que
eslabona inexorablemente medios y fines. Según estos fundamentos
se ha juzgado que los principios de causalidad y racionalidad operan
simultáneamente, el uno más próximo al nivel de la ejecución y el otro al
de la explicación. La socialidad, aunque se mantenía teóricamente a cierta
distancia, en la práctica quedaba dominada, liquidada, por la libertad
que se reconocía al individuo para elegir, por el imperativo categórico.
Si el hombre es libre y autónomo prácticamente anula la influencia de la
sociedad sobre su comportamiento.
Esa interpretación, que concreta conceptos incluidos en la definición
de “tecnología”, hubiera podido ser útil si la realidad social fuera una
realidad lineal, pero no lo es dentro del sistema. No se ajusta a él. Su
aplicación más bien tiende a desfigurar el carácter real y sistémico del
hecho social y del hecho pedagógico; mas los planes causales, dentro
de los fenómenos sociales, son siempre incompletos y falsos. Cuando se
trata de relaciones interpersonales se suspenden las leyes causales; por
eso no se pueden dar como simétricos los roles, los condicionamientos,
la causalidad recíproca del alumno y del profesor, ni estos son previsibles
cuando cambian las circunstancias del sistema.
La racionalidad dentro de estos sistemas, por su parte, tampoco
es lineal ni previsible. La relación entre medios y fines queda
permanentemente trastocada, como lo dice elocuentemente la
experiencia, gracias a la presencia de otros muchos factores exógenos
a ellos mismos; de esta manera, el efecto de la socialidad queda
igualmente determinado por la presencia de la libertad personal para
elegir y decidir.
Así, la tecnología pedagógica, concebida en esos
términos, ha resultado ser tan inútil que se puede hablar de un crónico
déficit tecnológico. La consecuencia de ello ha sido que los fenómenos
esenciales en la clase como el de la observación, la intelección, la
valoración y la comprensión han quedado tecnológicamente a la deriva.
La comprensión, por ejemplo, supone una auto-referencialidad y una
hetero-referencialidad que esta circunstancia no garantiza. En esas
condiciones ¿se conocerá siquiera en qué consiste la comprensión
del otro?
En cambio, el caso de la educación en familia es distinto y pudiera
aceptarse como paradigmático. Ahí ya funciona una comprensión mucho
más sistémica de la realidad y de las mutuas relaciones entre sus miembros;
por eso es fácil conectarse a lo que está sucediendo a cualquiera de ellos e
incluso a situaciones de carácter inesperadamente jocoso y aprovecharlas
pedagógicamente. Dentro de ese grupo pequeño donde todos se conocen y
participan de unas condiciones reconocidas con anticipación cada situación
puede ser ubicada perfectamente en un contexto integral.
Eliminadas las ontologías y las teleologías, no tiene sentido hablar de fines
pedagógicos ni de otros conceptos metafísicos, puesto que en ese contexto
han perdido su sentido, lo que queda es fijar simplemente tareas; tareas que
se descomponen, conforme a la teoría de los sistemas, en inputs y outputs,
así como en la estrategia racional que conduzca de los unos a los otros. Lo
importante, en términos operativos, es controlar las causas (inputs) con otras
causas (estrategias) que puedan ser controladas congnitivamente en cada
situación; por derivación, la educación deberá auto-regularse y seleccionar
sus propias alternativas simplemente a través del sistema binario del éxito y
el fracaso, de la demanda y del rechazo como situaciones de vida.
El sistema, en general, es una unidad realmente creativa, autopoiética
que tiende a su propia conservación. El sistema determina sus propias
posibilidades, sus limitaciones y sus vías de crecimiento, todos sus
elementos quedan resignificados y funcionalizados por él.
En este contexto
y vista la sociedad como sistema, ésta no se compone de hombres sino
de comunicaciones, igual sucede en la música al respecto habría escrito
Luhmann (1996): “El hombre no se pierde como entorno del sistema, sólo
cambia la posición jerárquica de que gozaba en la antigua teoría europea de
la sociedad civil que considera seriamente al ser humano como una unidad
concreta y empírica formada física, química, orgánica y psicológicamente no
puede concebir al individuo como parte del sistema social. Para empezar,
existen muchos hombres, cada uno distinto; entonces ¿qué se quiere decir
cuándo se habla del hombre? A la sociología tradicional que, como teoría de
la acción, remite “al sujeto”, habría que reprocharle que, precisamente ella
no toma en serio al ser humano cuando habla de él mediante construcciones
nebulosas y sin referencias empíricas”.
Pero si el hombre no es el sistema social; sin embargo, forma parte de
ese entorno que rodea y se intercomunica con el sistema. Desde luego,
también en Luhmann, la clave en la constitución y funcionamiento del
sistema está en la interrelación concreta que se produzca entre todas las
variables intervinientes. El funcionamiento pedagógico dependerá de la
interrelación maestro, alumno, dirección, familia, cultura social, economía,
horarios, espacios físicos, planificación del esfuerzo, comunicación y otros.
Cualquier forma de incoherencia o desconexión con respecto a las leyes
del propio sistema incidirá en su empobrecimiento o deformación. El que
educa es el sistema.
REERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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Patacón, M. (2003). Asombro. Revista de Filosofía de la Universidad de
Carabobo. Valencia-Venezuela. Ediciones Predios.
DISPONIBLE EN LA REVISTA CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN 33 DE LA UNIVERSIDAD DE CARABOBO
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