Dr. Gustavo Fernández Colón
Correo: fernandezcolon@gmail.com
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Cilindro
mesopotámico (c. siglos IX-VIII a.C.) que muestra la batalla entre
Marduk y la gran serpiente-dragón Tiamat
Marduk y la gran serpiente-dragón Tiamat
"Ya no hay diferencia entre judío y griego,
entre esclavo y hombre libre;
no se hace diferencia entre hombre y mujer,
pues todos ustedes son uno solo en Cristo Jesús."
Gálatas 3, 28.
Las
tradiciones espirituales del Medio Oriente transmitieron durante milenios una
cosmovisión dualista, según la cual el Universo está conformado por dos seres o
sustancias primordiales, una benigna y otra maligna, enfrentadas en combate por
toda la eternidad: Anu y Kur entre los sumerios, el mito asirio de Marduk y
Tiamat, Ahura Mazda y Arhimán en el zoroastrismo…
En
las religiones abrahámicas (judaísmo, cristianismo e islam) y en otros sistemas
antiguos de creencias como el mazdeísmo, el maniqueísmo y el gnosticismo, la
confrontación entre el Bien y el Mal concluye en una Batalla Final, donde las
fuerzas divinas de la Luz derrotan a la Oscuridad. Se trata del mítico
"Final de los Tiempos", narrado en numerosos relatos proféticos
conocidos como "Apocalipsis".
El
monoteísmo judío, cristiano y musulmán, al identificar a Dios con el Bien, se distanció
del dualismo ontológico de los gnósticos y maniqueos. En las especulaciones
teológicas más próximas al neoplatonismo, el Mal fue identificado con la Nada (el
No Ser) o con el alejamiento de la fuente de la Luz Divina. Mientras que en las
corrientes más fieles a la mitología hebrea, el Maligno pasó a ser una entidad
creada por Dios y subordinada a su voluntad. En efecto, Satán es un ángel, como
lo ilustra el libro de Job, encargado originalmente de tentar a los hombres
piadosos y acusarlos ante Dios. Luego se convertirá en el cabecilla de las
huestes de espíritus rebeldes, que serán combatidas -y finalmente derrotadas-
por los ángeles fieles comandados por Miguel.
En
el Apocalipsis bíblico de Juan, el adversario del Mesías en la Batalla Final no
es un ser divino sino un hombre mortal, el Anticristo, descrito como un tirano
megalómano y sanguinario en el que se ha encarnado el Mal absoluto. Pero a
pesar de la supremacía indiscutible del Dios Bueno, el imaginario escatológico
del judeo-cristianismo continuó compartiendo con las antiguas religiones del
Medio Oriente, la creencia en que el Mal ontológico se manifiesta en la
historia humana, para disputarle a Dios su predominio sobre las almas y el
Mundo.
En
la Edad Media cristiana, a medida que caducaron las fechas anunciadas por
diversos intérpretes de las profecías, sin que se produjera el segundo
advenimiento del Mesías y su combate final con el Anticristo, la concepción
histórico-escatológica del Mal comenzó a perder fuerza y a ser desplazada por
una visión más psicológica o subjetiva del dualismo primordial.
Pueden
distinguirse en consecuencia, en este vasto panorama, tres grandes etapas en la
evolución de la concepción medio-oriental del Mal: a) el dualismo ontológico de
las dos sustancias originarias constitutivas del cosmos; b) el Mal como
instrumento de la voluntad de Dios dentro de la historia de la salvación; y c)
el Mal como propensión psíquica que desvía el alma humana hacia el error y el
pecado.
En
esta tercera y última fase, corresponderá a los místicos librar, en el campo de
batalla de su propia psiquis, una lucha sin cuartel contra las entidades demoníacas.
Sobre todo los jasidistas judíos, los sufíes musulmanes y los místicos
cristianos experimentarán en carne propia los ataques del Maligno, contra el
Espíritu Santo que también habita en las profundidades del alma. Incluso en
pleno siglo XX, una mística italiana como Gema Galgani, canonizada por el
catolicismo cuatro décadas después de su muerte, fue sometida en vida a terribles
exorcismos para ser "liberada de los lazos del Diablo", en su
tortuoso camino hacia la santidad espiritual.
Cabe
destacar que las sucesivas metamorfosis del simbolismo del Bien y el Mal, no lograron
extinguir por completo los mitos arcaicos imperantes en los ciclos precedentes.
Al contrario, tanto el dualismo ontológico de origen asirio-babilónico como el
fanatismo apocalíptico de los milenaristas medievales, permanecieron latentes
en las profundidades del psiquismo colectivo del Medio Oriente y de la
Cristiandad, hasta que nuevas crisis históricas propiciaron el "retorno de
lo reprimido". Los fundamentalismos religiosos y los extremismos políticos
surgidos en el siglo XX (como el fascismo alemán, el comunismo ruso, el shiísmo
iranio o la Guerra contra el Terror estadounidense), ilustran la persistencia
de nuestra propensión atávica al sectarismo intolerante y la aniquilación del
Otro.
Para
la escatología apocalíptica, el Mal está encarnado en el tirano de los últimos
días y sus secuaces. El "combate final" ha de librarse en la
exterioridad del Mundo, contra el poder despótico de los apóstatas, manifestado
objetivamente en las estructuras opresivas de la historia. Se trata, todavía,
de un resabio antropologizado del Mal ontológico del dualismo arcaico. El mundo
humano está dividido en dos bandos irreconciliables, los seguidores de Cristo y
los siervos del Anticristo, que el plan de Dios enfrentará en una guerra total,
donde los justos combatirán confiados en la promesa de su triunfo definitivo
sobre la injusticia.
Pero
en vista del descrédito que el paso del tiempo arrojó sobre las cosmovisiones
mesiánicas y apocalípticas y la difusión alcanzada por las concepciones
psicológicas de la salvación, el pensamiento dualista comenzó a ser denunciado
como la raíz profunda del Mal, en la mente y el corazón del ser humano.
La
derrota del Mal será experimentada, desde entonces, como vivencia amorosa de la
no-dualidad del Ser, en la mística jasídica, en la espiritualidad de Rumi y
Abenarabi entre los sufíes y en los éxtasis cristianos de Pablo de Tarso,
Agustín de Hipona, Francisco de Asís y Juan de la Cruz, entre otros muchos.
Para
quienes cruzan el desierto de esta transformación interior, el Mal ya no puede
ser identificado con una “raza inferior” como lo pretendieron los nazis; ni con
la clase burguesa dominante como lo postulan los intérpretes sectarios del
marxismo; ni con los pobres del Tercer Mundo como lo sostienen las élites
ultraliberales del Occidente opulento. Cuando el Anticristo interior es
desarmado por el Amor Divino, desaparecen la contradicción y el conflicto; pues
se percibe claramente que el pecado original es el pensamiento dualista,
desencadenante del odio contra quienes consideramos erróneamente nuestros
enemigos. Y queda al descubierto que la caída luciferina de la razón consiste
justamente en la ontologización del Bien y el Mal que, a lo largo de la historia,
ha servido de coartada para la guerra fratricida y el exterminio del Otro.
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
McGinn,
Bernard (1997). El Anticristo. Dos
milenios de fascinación humana por el mal. Barcelona: Paidós.
Ricoeur,
Paul (2004). Le mal. Un défi à la philosophie et à la théologie (Troisième
édition). Paris: Labor et fides.
Walker,
Joseph (2002). Antiguas civilizaciones de
Mesopotamia. España: Edimat Libros.