miércoles, 17 de mayo de 2017

LA BATALLA DEFINITIVA ENTRE EL BIEN Y EL MAL




Dr. Gustavo Fernández Colón
Correo: fernandezcolon@gmail.com


  Imagen relacionada 
 Cilindro mesopotámico (c. siglos IX-VIII a.C.) que muestra la batalla entre 
 Marduk y la gran serpiente-dragón Tiamat




"Ya no hay diferencia entre judío y griego,
entre esclavo y hombre libre;
no se hace diferencia entre hombre y mujer,
pues todos ustedes son uno solo en Cristo Jesús."
Gálatas 3, 28.

Las tradiciones espirituales del Medio Oriente transmitieron durante milenios una cosmovisión dualista, según la cual el Universo está conformado por dos seres o sustancias primordiales, una benigna y otra maligna, enfrentadas en combate por toda la eternidad: Anu y Kur entre los sumerios, el mito asirio de Marduk y Tiamat, Ahura Mazda y Arhimán en el zoroastrismo…

En las religiones abrahámicas (judaísmo, cristianismo e islam) y en otros sistemas antiguos de creencias como el mazdeísmo, el maniqueísmo y el gnosticismo, la confrontación entre el Bien y el Mal concluye en una Batalla Final, donde las fuerzas divinas de la Luz derrotan a la Oscuridad. Se trata del mítico "Final de los Tiempos", narrado en numerosos relatos proféticos conocidos como "Apocalipsis".

El monoteísmo judío, cristiano y musulmán, al identificar a Dios con el Bien, se distanció del dualismo ontológico de los gnósticos y maniqueos. En las especulaciones teológicas más próximas al neoplatonismo, el Mal fue identificado con la Nada (el No Ser) o con el alejamiento de la fuente de la Luz Divina. Mientras que en las corrientes más fieles a la mitología hebrea, el Maligno pasó a ser una entidad creada por Dios y subordinada a su voluntad. En efecto, Satán es un ángel, como lo ilustra el libro de Job, encargado originalmente de tentar a los hombres piadosos y acusarlos ante Dios. Luego se convertirá en el cabecilla de las huestes de espíritus rebeldes, que serán combatidas -y finalmente derrotadas- por los ángeles fieles comandados por Miguel.

En el Apocalipsis bíblico de Juan, el adversario del Mesías en la Batalla Final no es un ser divino sino un hombre mortal, el Anticristo, descrito como un tirano megalómano y sanguinario en el que se ha encarnado el Mal absoluto. Pero a pesar de la supremacía indiscutible del Dios Bueno, el imaginario escatológico del judeo-cristianismo continuó compartiendo con las antiguas religiones del Medio Oriente, la creencia en que el Mal ontológico se manifiesta en la historia humana, para disputarle a Dios su predominio sobre las almas y el Mundo.

En la Edad Media cristiana, a medida que caducaron las fechas anunciadas por diversos intérpretes de las profecías, sin que se produjera el segundo advenimiento del Mesías y su combate final con el Anticristo, la concepción histórico-escatológica del Mal comenzó a perder fuerza y a ser desplazada por una visión más psicológica o subjetiva del dualismo primordial.

Pueden distinguirse en consecuencia, en este vasto panorama, tres grandes etapas en la evolución de la concepción medio-oriental del Mal: a) el dualismo ontológico de las dos sustancias originarias constitutivas del cosmos; b) el Mal como instrumento de la voluntad de Dios dentro de la historia de la salvación; y c) el Mal como propensión psíquica que desvía el alma humana hacia el error y el pecado.

En esta tercera y última fase, corresponderá a los místicos librar, en el campo de batalla de su propia psiquis, una lucha sin cuartel contra las entidades demoníacas. Sobre todo los jasidistas judíos, los sufíes musulmanes y los místicos cristianos experimentarán en carne propia los ataques del Maligno, contra el Espíritu Santo que también habita en las profundidades del alma. Incluso en pleno siglo XX, una mística italiana como Gema Galgani, canonizada por el catolicismo cuatro décadas después de su muerte, fue sometida en vida a terribles exorcismos para ser "liberada de los lazos del Diablo", en su tortuoso camino hacia la santidad espiritual.

Cabe destacar que las sucesivas metamorfosis del simbolismo del Bien y el Mal, no lograron extinguir por completo los mitos arcaicos imperantes en los ciclos precedentes. Al contrario, tanto el dualismo ontológico de origen asirio-babilónico como el fanatismo apocalíptico de los milenaristas medievales, permanecieron latentes en las profundidades del psiquismo colectivo del Medio Oriente y de la Cristiandad, hasta que nuevas crisis históricas propiciaron el "retorno de lo reprimido". Los fundamentalismos religiosos y los extremismos políticos surgidos en el siglo XX (como el fascismo alemán, el comunismo ruso, el shiísmo iranio o la Guerra contra el Terror estadounidense), ilustran la persistencia de nuestra propensión atávica al sectarismo intolerante y la aniquilación del Otro.

Para la escatología apocalíptica, el Mal está encarnado en el tirano de los últimos días y sus secuaces. El "combate final" ha de librarse en la exterioridad del Mundo, contra el poder despótico de los apóstatas, manifestado objetivamente en las estructuras opresivas de la historia. Se trata, todavía, de un resabio antropologizado del Mal ontológico del dualismo arcaico. El mundo humano está dividido en dos bandos irreconciliables, los seguidores de Cristo y los siervos del Anticristo, que el plan de Dios enfrentará en una guerra total, donde los justos combatirán confiados en la promesa de su triunfo definitivo sobre la injusticia.

Pero en vista del descrédito que el paso del tiempo arrojó sobre las cosmovisiones mesiánicas y apocalípticas y la difusión alcanzada por las concepciones psicológicas de la salvación, el pensamiento dualista comenzó a ser denunciado como la raíz profunda del Mal, en la mente y el corazón del ser humano.   

La derrota del Mal será experimentada, desde entonces, como vivencia amorosa de la no-dualidad del Ser, en la mística jasídica, en la espiritualidad de Rumi y Abenarabi entre los sufíes y en los éxtasis cristianos de Pablo de Tarso, Agustín de Hipona, Francisco de Asís y Juan de la Cruz, entre otros muchos.

Para quienes cruzan el desierto de esta transformación interior, el Mal ya no puede ser identificado con una “raza inferior” como lo pretendieron los nazis; ni con la clase burguesa dominante como lo postulan los intérpretes sectarios del marxismo; ni con los pobres del Tercer Mundo como lo sostienen las élites ultraliberales del Occidente opulento. Cuando el Anticristo interior es desarmado por el Amor Divino, desaparecen la contradicción y el conflicto; pues se percibe claramente que el pecado original es el pensamiento dualista, desencadenante del odio contra quienes consideramos erróneamente nuestros enemigos. Y queda al descubierto que la caída luciferina de la razón consiste justamente en la ontologización del Bien y el Mal que, a lo largo de la historia, ha servido de coartada para la guerra fratricida y el exterminio del Otro.

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

McGinn, Bernard (1997). El Anticristo. Dos milenios de fascinación humana por el mal. Barcelona: Paidós.
Ricoeur, Paul (2004). Le mal. Un défi à la philosophie et à la théologie (Troisième édition). Paris: Labor et fides.
Walker, Joseph (2002). Antiguas civilizaciones de Mesopotamia. España: Edimat Libros.