Prof. Franklin León
RESUMEN
Desde el Pensamiento de Feyerabend, ilustre
epistemólogo que opta por el “todo vale” dentro de la investigación científica,
se propone el reconocimiento de las distintas culturas, de las distintas formas
de vida, para que en un diálogo plural y democrático podamos hacer un mundo más sustentable, a partir de una educación que no sea impositiva de una
forma de acceder al conocimiento: la occidental, sino que se construyan
diversidad de caminos que nos permitan pensar nuestras sociedades desde las propias
raíces. Los caminos
para el bienestar son diversos,
el camino de la tecno-ciencia no es el único posible.
Palabras Clave: Diálogo, Culturas, Ciencia, Pluralidad.
LIFESTYLE, PLURALISM
AND
SCIENCE
IN VENEZUELAN EDUCATION
ABSTRACT
From Feyerabend’s thought,
illustrate epistemologist that chooses for any
voucher inside the scientific investigation, one proposes the
recognition of the different cultures, of the different forms of life, in order
that in a plural and democratic dia-
logue we could do a more sustainable world, from an education that is not tax of a
culture: the western one, but there is constructed diversity of ways that allow us to
think our companies from the own roots. The ways for the well-being are
diverse, the way of the tecno-science is not the possible only one.
Key words: Dialogue,
Cultures, Science, Plurality.
Desde un diálogo plural y democrático
podemos hacer un mundo más sustentable, a partir de una educación que no sea
impositiva de una cultura: la occidental, sino que se construyan diversidad de caminos que nos permitan pensar
nuestras sociedades desde las propias raíces. Los caminos para el bienestar son
di- versos, el camino de la tecno-ciencia no es el único posible.
Por eso la filosofía no debe fijar fronteras ante la vida humana, debemos liberarnos
del escondite en la pura palabra, en la erudición que durante más de
dos mil años ha conformado a la filosofía.
Es necesario introducir los mitos en nuestro sistema de representación, que se vayan transformando
a medida que cambien las
necesidades. Lo que se necesita para avanzar no es el repliegue en la
armonía y la estabilidad, sino una forma de
vida tal y como la establecen los mitos antiguos, con elementos antagónicos que se influyen mutuamente.
Por eso Feyerabend (1991) recomienda al cine
como forma más viva, dinámica y real de conocimiento, pues en él escenario,
libro y vida se juntan. La aparición de una nueva generación de directores que
piensen, puede
ayudar a explotar todas las potencialidades de este medio. Se trataría de una
nueva mitología que va a continuar la obra de los viejos filósofos. El séptimo
arte, la comunicación social, tienen mucho qué decir y aportar a nuestra educación.
LAS SOCIEDADES
LIBRES
Considera Feyerabend (1985) que mientras se les niegue el derecho al voto a
los menores de 18 años por su presunta inmadurez, de ese mismo modo hay que negarles el derecho a los expertos de elegir por su inmadurez
efectiva. Debemos esperar que crezcan, maduren y se hagan responsables, al
igual que los menores. Con esto aboga por una sociedad libre, don- de seamos
formados de manera crítica, para poder opinar y decidir en las elecciones de la
ciencia.
Una verdadera sociedad libre, considera,
ha de dar el derecho al voto a los menores de 18 años como a los expertos,
aunque sin perder de vista la actuación de los expertos, pues se hace necesario su control por parte de la sociedad. Los expertos se les concederán
el derecho al voto pero como a cualquier ciudadano, sostiene, sin tener poderes
especiales como los que tienen ahora. Cuando se quiera
aplicar la ciencia en la sociedad, los ciudadanos los vigilarán
atentamente, recomienda.
El experto no ha de separar su saber especializado de la vida, pues esta división (saber-vida) tiene consecuencias muy
negativas, sostiene. Los saberes se vacían de todos aquellos elementos que hacen
feliz y digna una vida humana, por eso se empobrece, los sentimientos se
vuelven toscos y mecánicos, mientras que el pensamiento se hace frío e
inhumano. Por eso refuta él mismo como experto: ¿quién se preocupa del estado de nuestros sentimientos?,
¿quién se ocupa del lenguaje que nos
acerca a los hombres, donde hay consuelo, comprensión y crítica personal?
Lo que aquí ocurre, afirma, es que un
único lenguaje, bastante vacío, ha asumido todas las funciones y se aplica a
cualquier circunstancia. Hace tiempo que Aristóteles vio que la existencia de
un especialista representa algo que puede perjudicarnos y no algo de lo que se
puede estar orgulloso. Los hombres piensan, pero también tienen sentimientos, de ahí
el peligro del saber especializado, de ahí la necesidad de control de los ciudadanos sobre sus expertos.
Un pensamiento se convierte en una fórmula
vacía al no ser apoyado por la experiencia concreta, recalca. Es este contacto
el que impide que un hombre se convierta en un ser parcial y estrecho de
espíritu. Por eso Aristóteles nos recuerda que toda actividad, arte o ciencia,
que hace al cuerpo, al alma o al espíritu poco apto para el ejercicio de la
virtud, es vulgar. De ahí que Feyerabend sostenga que el arte que desfigure el
cuerpo es vulgar, al igual que las actividades pagadas, porque devoran o
rebajan el espíritu. Baste con pensar como una profesión académica puede convertir
a los hombres en esclavos, especialmente
a los que no tienen un puesto fijo.
Por eso afirma que la organización de la
ciencia actúa como un sistema de vigilancia institucionalizada, donde las
relaciones se dan por la competencia, buscando descubrir los errores del otro. En este sistema
los científicos están
predispuestos a devorar las tesis científicas
nuevas.
Estos espíritus esclavos, sostiene, han
llegado a convencer a la mayoría
que poseen el saber y la inteligencia suficiente como para mandar en
sus propios castillos de arena y en toda la sociedad, de tal manera
que se les debe asignar
a ellos y a sus teorías la educación de los niños, piden que se les dé un poder sin ningún control externo y sin sometimiento a la
vigilancia de los ciudadanos corrientes. Parten del concepto que sólo un científico puede entender a otro
científico, por tanto son ellos quiénes deben juzgarse entre sí. De ahí que Feyerabend (1985) se pregunte: “¿Acaso podemos permitir que un grupo de esclavos digan a
hombres libres cómo deben orientar su vida en común? ¿Con qué argumentos podrían
apoyar su vergonzosa pretensión de reemplazar el génesis, como visión de
hombre, por teorías evolucionistas? (p. 43). La ciencia brinda una de muchas posibles
visiones del hombre, ¿bajo qué argumento imponerla como la más idónea o la
única posible sin generar un debate democrático?
Lo que se discute es que los juicios de
valor acerca de los resultados de la ciencia se dejen únicamente en manos de
los especialistas. La comunidad y los expertos deben decidir, no sólo los
expertos. Es necesario hablar con los no expertos, explicarles la propia profesión, de manera que los expertos se vean obligados a re-aprender el lenguaje cotidiano, esto los hará más humanos. Esto se logrará si
dejamos a un lado la absurda veneración a los
expertos.
HACIA
UNA SOCIEDAD DEMOCRÁTICA, PLURALISTA E INTEGRAL
Las preguntas de la filosofía de la
ciencia se pueden resumir, según Feyerabend, en dos grupos: 1. ¿Qué es la
ciencia, cómo procede, cuáles son sus resultados, en qué se diferencian sus procedimientos de los procedimientos de otros ámbitos del
saber? 2. ¿Qué es lo que hace que la ciencia sea preferible a otras formas de saber?
Para contestar a la pregunta
del segundo grupo no
podemos hacerlo midiendo
la ciencia desde parámetros científicos, pues hace
falta someter a examen estos parámetros (sus bases), sin hacerlos el fundamento
de nuestro juicio. La ciencia aristotélica debe medirse con parámetros aristotélicos, entonces el
problema radica en si los resultados de esta ciencia son preferibles a los
resultados de la ciencia empírica.
La esencia de la ciencia permanece en la
oscuridad, afirma. La ciencia es mucho más compleja que la lógica que pretendió
darle sustento. Casi nadie se plantea la segunda pregunta, la excelencia de la
ciencia se presupone de antemano y no es objeto de discusión en nuestra
sociedad. La ciencia ya no es sólo una institución más, sostiene Feyerabend, se
ha convertido en parte fundamental de la estructura de nuestra democracia, del
mismo modo en que la iglesia constituyó
parte de la estructura básica de la sociedad.
Se gastan enormes cantidades de dinero
en promocionar la ciencia y así todo se somete a un tratamiento científico.
Pero el modo en que recibimos las ideas científicas es muy diferente a un
proceso democrático: “las leyes científicas se aceptan, se enseñan en las
escuelas y se convierten en el fundamento de importantes decisiones políticas,
sin haberlas sometido a examen ni a votación” (p. 60).
La sociedad moderna sostiene la teoría
copernicana no porque la haya sometido a votación, manifiesta el autor, sino
porque los científicos son copernicanos y su cosmología se ha asumido de manera
acrítica como en otros tiempos se aceptó la cosmología de la Iglesia.
En otros tiempos la ciencia era un poder
liberador, en los siglos XVII y XVIII, incluso en el XIX, cuando las ciencias
eran una de múltiples ideologías, cuando el Estado no se había pronunciado a su
favor. En aquellos tiempos eran un poder liberador no porque habían encontrado
la verdad y el método correcto, opina, sino porque ponía un límite al influjo de otras ideologías y con ello les daba a
las personas espacio para pensar.
Los métodos y logros de la ciencia eran
objeto de debates críticos. Pero no sucede así hoy en día. Las ideologías
pueden convertirse en religiones dogmáticas cuando la oposición queda anulada y
no hay espacio para el debate y la sana confrontación. El desarrollo de la
ciencia en los siglos XIX y XX, son un buen ejemplo de ello, manifiesta. La
ciencia se ha convertido en una religión tiránica que convierte al hombre en
esclavo de sus intereses. ¿Estarán dispuestos nuestros científicos a que otras
tradiciones ocupen junto a la ciencia los fundamentos de nuestra educación?
Por eso sostiene
que el predominio de la ciencia
es una amenaza a nuestra democracia, el matrimonio Estado-ciencia acaba nuestra
libertad de pensamiento. Quienes defienden la libertad de pensamiento, de
religión, y otras liberta- des, son los mismos que están convencidos que sólo
los procedimientos del racionalismo occidental son los adecuados para formar
una democracia. ¡Vaya paradoja!
Nuestros intelectuales liberales construyen la libertad sobre una concepción
del mundo racional-científica.
Desde esta concepción se interpreta la
religión y el mito como interpretaciones no serias, pertenecientes al pasado.
Se interpreta así el significado psicológico, la función social, el temperamento
de una cultura, sin tener en cuenta sus implicaciones ontológicas. No se admite que proporcionan un saber. Muchas
veces esta tendencia de subrayar la dimensión subjetiva o social del mito y la religión no es algo intencionado,
sino una simple consecuencia de las tendencias subjetivistas y anti-metafísicas
actuales.
Muchos de nuestros contemporáneos,
expresa, que quieren retomar la forma de vida de nuestros antepasados se quedan
en la superficie: el cabello, la ropa, los rituales, entre otras manifestaciones
culturales. Pero no se dedican a la comprensión de las cosmologías que una vez
formaron parte de esas tradiciones y que constituían auténticas alternativas a
la ciencia.
Por eso sostiene
que nuestra democracia es sólo de palabra,
nuestros intelectuales posan para la
foto como amigos de las culturas no occidentales
sin poner en cuestionamiento la superioridad de su religión: la ciencia. Pero
la situación está cambiando, cree el autor. Hay gente verdaderamente interesada en las
concepciones del mundo y prácticas de vida de otras culturas.
Hay quienes
creen que este proceder de la ciencia
está justificado por la superioridad de
la ciencia ante la religión, la magia, el mito. Se piensa que la ciencia contiene hechos e hipótesis
que reflejan la realidad, mientras
que otras concepciones sólo contienen
castillos de arena que poco se vinculan
al mundo. Los defensores de este tipo
de sociedad libre sólo
están interesados en conceder concesiones una vez que cuestiones como éstas estén ya decididas a su favor.
Ellos suponen que la sociedad se vendría
abajo si todos no compartiéramos un mismo mito fundamental y obraran de acuerdo
a él, sostiene Feyerabend. Pero una sociedad
abierta ha de admitir la discusión, el desarrollo y la puesta en
práctica de otras ideologías distintas a la
dominante, mientras que una sociedad cerrada utiliza criterios de
exclusión mucho más estrictos.
Feyerabend afirma (1991): “una sociedad
libre puede existir sin una verdad y sin una moral comunes” (p. 66). No sólo no
son necesarios ni el racionalismo ni
la ciencia, tampoco lo es ningún mito. La única idea general compatible con una
sociedad libre, afirma, es la del relativismo.
Los intelectuales temen
esta idea porque amenaza su posición en la
sociedad, sostiene.
La opinión pública, formada y educada
para ello, se ha acostumbrado a equiparar relativismo con ruina social.
Recordemos que el relativismo que propone el autor no es” nada existe y nada se
puede conocer”, tampoco es la negación de fundamentos, sino el reconocimiento de las distintas culturas y
de las distintas formas para llegar a la verdad.
Sostiene el autor (Op. Cit., 1985): “un
relativista no niega que la gente tenga preferencias que puede fundamentar y de las que puede
con- vencer a otros mediante una serie de razones. Tampoco discute que algunas ideas tienen
éxito. Un relativista puede ser un investigador de éxito” (p. 67). Lo que el relativista niega
es que el éxito que obtiene
se dé sin el apoyo de sus tradiciones y preferencias personales y que su método
tenga que ser aceptado por todos.
El relativista admite que todas las
culturas, todas las opiniones, tienen el mismo derecho a la existencia. Un debate es para el
intercambio cultural. El relativista se sumerge en la cultura, en lugar de contemplarla desde fuera y admitir sólo
aquellas partes que armonizan con el racionalismo. Así cada debate se convierte
en un campo de estudio y en un proceso de educación de todos los participantes,
por lo que el relativista terminará el debate como un hombre completamente transformado.
Para el objetivista unas opiniones son
verdaderas, otras son falsas, mientras que para el relativista todas las ideas
son igualmente verdaderas, aunque no todas le sean igualmente queridas. Muchos
temen al relativismo por la falta
de entendimiento o cooperación que pudiera producirse, pero la cooperación es
posible entre los que tienen los intereses, normas y filosofías más dispares, afirma.
Una sociedad libre funciona cuando el
mínimo común denominador de todas las razones, motivos y miedos que impulsan a
los hombres a vivir en una sociedad es suficiente como para mantener en pie sus
instituciones; sin embargo, no es necesaria la creencia en la objetividad de
dichas normas, creencias y razones, sostiene.
Una sociedad no es ninguna Iglesia ni
ninguna secta científica. La diferencia entre un ciudadano de un Estado totalitario y otro
de una sociedad libre, es que el primero está convencido de la verdad de la doctrina, mientras que el otro se comporta
como sea necesario para que haya una convivencia ordenada. Tendrá ideas propias e interpretará la
estructura fundamental a su manera, recalca el
autor.
En una sociedad libre poco hace falta el
mito de la objetividad, por eso expresa el autor (Op. Cit. 1985): “sería una
brutalidad extrema interpretar
nuestros propios logros insignificantes como si fueran universalmente
obligatorios” (p. 72). Por eso el relativismo se nos presenta como la única filosofía
civilizada de la actualidad, sostiene. Una sociedad libre puede existir y
desarrollarse sin que esté unificada por un mito común. El discurso acerca de
la verdad implica una ideología construida por los intelectuales para sus fines particulares.
En una democracia cada ciudadano tiene
derecho a leer, escribir y propagar lo que le dé la gana, también puede formar asociaciones
que apoyen su punto de vista si es capaz de financiarlas o encuentra apoyo
económico, sostiene. Feyerabend (1985)
es partidario que “el
ciudadano tiene que poder intervenir en las instituciones a las que ha
contribuido económicamente” (p. 76). Se pedirá consejo a los expertos, pero éstos no tendrán la
últi- ma palabra, quienes deciden serán los comités democráticos constituidos por
los ciudadanos, propone.
Plantea que “una democracia es una
asamblea de hombres maduros y no un rebaño de ovejas que tienen que ser guiados
por un pequeño grupo de sabelotodo” (Op. Cit., 1985, p. 77). La madurez tiene
que ser alcanzada, no es algo con lo que nacemos. Se aprende mediante
la participación activa en decisiones. La madurez es más importante que
el saber especializado que se enseña en nuestras instituciones educativas.
Somos nosotros los que tenemos que
decidir cómo se aplican las formas del saber especializado, hasta qué punto se
puede confiar en él, cuál es su relación con la totalidad de la existencia humana.
Estas decisiones no pueden dejarse en manos exclusivamente de los expertos. En
el mundo hay cosas más importantes que ganar una guerra, sacar adelante a la
ciencia o encontrar la verdad.
No es tan evidente que el éxito
alcanzado por la ciencia descendería si se le quita a los expertos
las decisiones fundamentales. A menudo, la opinión de los expertos
está sujeta a pre-juicios
y necesita de un control externo, recomienda. Hay tantas opiniones como
científicos, mu- chas veces el acuerdo científico es el resultado de una
decisión política, en otros casos es el resultado de unos pre-juicios comunes.
Esta unanimidad también puede significar
la carencia de una conciencia crítica. La ciencia ha salido adelante,
sentencia, gracias a la gente marginada
por ella misma.
Periodistas con des- cubrimientos históricos, comerciantes
haciendo filosofía, dan fe de ello.
Incluso la teología es pluralista, no se silencian ni se ridiculizan las
opiniones de los herejes, sino que se describen, se someten a examen y se
eliminan mediante una serie de argumentos. Conocer es posible a través de un
diálogo anti- dogmático que sopese
los opuestos, tal como lo hacía
Platón.
Los profanos, la gente común, puede
poner al descubierto los errores de los expertos si están dispuestos a trabajar
arduamente. Los expertos son hombres que pueden cometer errores, afirma. El
saber de expertos no es tan inaccesible como se presenta, Feyerabend (1985)
afirma que “un profano puede llegar a adquirir
el saber necesario para entender
el proceder de los expertos y descubrir
sus faltas” (p. 92). La ciencia
no está fuera del alcance del entendimiento
humano. Esta fuerza del entendimiento, propone, debe emplearse no sólo
en los juicios, sino en todos los asuntos sociales importantes que hoy están en
manos de los expertos.
El argumento según el cual hay que
preferir la ciencia por sus resultados se derrumba, pues hay otras ideologías
que consiguen lo mismo. El hombre de la edad de piedra también consiguió
importantes avances, y no era científico, en el sentido que la sociedad
occidental en- tiende la ciencia. Otras culturas también lograron grandes
avances fuera de la ciencia.
La ciencia tampoco es preferible por sus
resultados, pues para eso tendría que demostrar que ninguna otra tradición ha
producido nada comparable y que los
resultados de la ciencia son autónomos, no deben nada a otras instancias no científicas. Ambas cosas
son falsas.
La ciencia ha hecho aportaciones maravillosas a
nuestra comprensión del
mundo, sopesa. Pero
la mayoría de las alternativas de la ciencia o bien han ido
desapareciendo o han ido cambiando tanto que ya no existe
posibilidad alguna de que
puedan entrar en conflicto con la ciencia.
Las religiones se han ido
“desmitologizando” desde su análisis científico-racional, con el fin de hacerlas aceptables en nuestra era científica,
y los mitos se han interpretado de modo que quedan eliminadas todas sus
implicaciones ontológicas: todo es reducido
a cultura entendible desde la razón occidental.
Así sucede con el universo, basta con
ver un programa de “Discovery Science”, la astronomía actual nos habla
de un mundo que funciona al azar, sin ninguna inteligencia o poder superior que lo dirija,
nos hacen sentir como seres arrojados a un mundo físico, que tiene leyes
autónomas, pero sin ningún propósito. Esto es una cosmología, no un
descubrimiento científico, pero no
es trasmitido como una verdad in- cuestionable, obviando otras explicaciones
del universo.
Esto no significa que concepciones
distintas del mundo no tuvieron ningún mérito o no fueran capaces de hacer
alguna aportación a nuestro saber, lo que esto nos revela es que al menos actualmente no pueden competir por la desigualdad de condiciones. Al
principio el saber estaba construido sobre la especulación y la lógica; después
Aristóteles introdujo un procedimiento empírico, que posteriormente fue
sustituido por los métodos matemáticos de Descartes y Galileo.
La superioridad de la ciencia no se
presenta como resultado de la investigación o de la argumentación, sino de la
presión política, institucional y militar. Un
caso paradigmático es la medicina china, su medicina tradicional dispone de métodos de diagnóstico y terapia que son
superiores a los de la medicina científica occidental, a juicio de Feyerabend.
Las ideologías no académicas pueden convertirse en rivales poderosos de la
ciencia si se les da la oportunidad
de competir honestamente. Es tarea de las instituciones de una sociedad libre
darles esta oportunidad.
Nuestros antepasados y contemporáneos
primitivos poseían y poseen cosmologías, teorías médicas y doctrinas biológicas
altamente desarrolladas. A la
ciencia se le alaba siempre por sus conquistas, pero quien descubrió el mito
descubrió también el fuego y los medios para mantenerlo. Domesticó animales,
cultivó plan- tas nuevas, mantuvo
separada las especias, des- cubrió el cultivo, desarrolló un extraordinario arte, supo
encontrar extraordinarias conexiones entre el hombre y la naturaleza, concibió
una impresionante filosofía ecológica, atravesó
océanos, se dio cuenta de la importancia del cambio y elaboró teorías del cambio.
Por eso nuestro autor concluye que ni la
ciencia ni el racionalismo científico tienen superioridad en lo que al saber se
refiere. La ciencia es un depósito de ideas valiosas, pero lo mismo puede
decirse del mito, la magia y las ontologías que forman parte de sistemas religiosos.
Mantiene que “los mitos contienen componentes absurdos y exageraciones infantiles,
pero lo mismo ocurre con la ciencia. De vez en cuando hace progreso, pero también
utiliza ideas que son inferiores a las
de sus predecesores míticos” (Op. Cit., 1985, p. 119). La ciencia es una de las
muchas formas de pensamiento que el hombre ha desarrolla- do y no
necesariamente la mejor.
Es superior para aquellos que de
antemano se han decidido por una ideología determinada o que la han aceptado
sin examinar sus ventajas y sus limitaciones. La separación entre Estado e
Iglesia ha de completarse con la separación entre Estado y Ciencia.
CIENCIA Y ARTE: UNIDAD DEL CONOCIMIENTO
Sostiene Feyerabend que desde el principio del espíritu occidental, en sus
inicios griegos, hay una diferenciación entre arte y ciencia, entre poética y
filosofía, precisamente en Platón. Esta frontera se debe a la batalla entre los
seguidores de Homero y el nuevo racionalismo de los Siglos VII y VI a.C. Esta
polémica obedece a un asunto cosmológico: ¿qué es el mundo: la agrupación de un conjunto
de fenómenos individuales que
se conocen por medio de los sentidos y del entendimiento o consta más bien
de esencias sólo accesibles por medio del de- bate racional?
El saber ya no se trata de principios
que sean válidos para todos los hombres, sino que de- pende del contexto y
cambia de un período de tiempo a otro. La poesía tiene que mostrar los límites de
un saber así entendido. En la Ilustración
se creyó que la ciencia procede de manera
objetiva y el arte de forma subjetiva. Pero esta opinión no es correcta, se
trata de otro sueño filosófico que se teje alrededor de la ciencia, afirma el autor. La fantasía, la sensibilidad y la
vanidad desempeñan un gran papel en la ciencia, sostiene.
La actividad científica no se separa
de la actividad artística, su demarcación ha respondido en sus inicios
a luchas de poder en cuanto a tradiciones distintas (Homero versus Platón) o a
la falsa imagen de la ciencia desde el período de la Ilustración. Plantea Feyerabend (1985)
que “en un drama puede caber un montón de cono- cimientos, mientras que un
ensayo sociológico puede carecer por completo de él” (p. 110). Hay métodos
mejores para expresar algo que las argumentaciones científicas, apunta.
OTRA EDUCACIÓN
¿Qué
va a ser de nuestra
educación?, ¿qué asignaturas se deben estudiar
en nuestras escuelas?, ¿cómo podemos poner a las nuevas generaciones en contacto
con la naturaleza y con la sociedad?, ¿cuál debe ser el contenido de nuestros
planes de estudios?, se pregunta
Feyerabend.
El contenido de la educación no puede consistir en una combinación de dogmas. A
fin de cuentas, los niños van a
crecer y decidir convertirse en
científicos, chamanes o narradores de cuentos. Pero esta es una decisión que no
se puede tomar de antemano. Hay que hacerlo teniendo conciencia de todas las alternativas posibles, de modo que se pueda tener la convicción de haber escogido lo
mejor para uno mismo sin caer en la tentación
de creerse superiores a otras tradiciones.
El problema no es, pues, cómo introducir ideas en una cabeza, sino el cómo preservar a ésta última de ser aplastada por las primeras, recuerda el autor. A un niño hay que protegerlo de la falsedad tanto como de
la verdad, pues en caso contrario nunca
estará en condiciones de tomar una
decisión libre ni de poder superar los erro- res de su tiempo.
El joven tiene que verse enfrentado, en
todos los ámbitos, a los mejores propagandistas, tiene que aprender los métodos
de propaganda más dispares, incluyendo el de la argumentación. La protección
radica precisamente en la diversidad, en la gran variedad de concepciones
que el niño aprende. Se trata de enseñarle todas esas concepciones como si fueran una
serie de narraciones o cuentos en lenguajes diferentes, la elección que después
haga del lenguaje o de la narración que
más le guste es cosa suya. También puede
escoger utilizar unas veces un lenguaje, concepción o método de propaganda y
otras veces otro.
Habrá que estar orgullosos, reflexiona,
de aquello que creemos que hemos conseguido, con nuestra ciencia, nuestra
razón, nuestra verdad, nuestra libertad. Protejamos a nuestros hijos de la
presión que ejerce por doquier la presencia del racionalismo científico, para
que ellos tengan la oportunidad de encontrar su propia verdad o no verdad, su
propio bien o mal. Hay muchas
tradiciones diferentes, el Taoísmo, la mística judía, la mística cristiana, la
medicina china, entre muchas otras. Cada tribu tiene su propia cosmología, su propia tecnología social, su propio dominio
de la materia, su propio tratamiento de las enfermedades.
Naturalmente estas tradiciones no tienen astronautas ni han mandado hombres a la luna, pero muchas
de ellas han hecho cosas más interesante,
nos recuerda el autor. Han
adiestrado a cada individuo
de tal manera que con la
sola concentración es capaz de acercarse a Dios atravesando todas las esferas de la materia. Para Feyerabend
(1985), “esto es mucho
más impresionante que esa excursión
rara que unos cuantos analfabetos
hicieron a una piedra
reseca, que ha costado
billones de dólares y ha
necesitad la ayuda de miles de hombres” (p.
152), sentencia. Aquellas tribus han abandonado
el reino de la materia por
sí solos, aunque actualmente se les diga que no es más que sugestión sin
que se haya comprobado tal juicio. Se
dice que algo es alucinación porque contradice a la ciencia.
Cada grupo tendrá sus propias ideas y
podrá agarrarse a ellas dogmáticamente, si eso es lo que se quiere. El
pluralismo que propone el autor es de grupos, “no un pluralismo de ideas en una sola cabeza” (Op. Cit.,
1985, p. 164). Ninguna sociedad posible puede hacer realidad todos sus deseos,
todos los talentos, todos los sueños del hombre. Que exista la libertad de
elegir entre distintas tradiciones con conciencia de las mismas y en igualdad
de oportunidades de competencia, es su propuesta en ambas obras analizadas.
Con Feyerabend se ha apostado por un
pluralismo de ideas, por un diálogo democrático, por la aceptación, respeto y
comprensión de otras tradiciones no científicas, por considerarse que el
bienestar está más allá de una cultura:
la occidental. Incluso, problemas que se plantea la sociología de occidente son
inexistentes para otras culturas porque su concepción acerca del mundo parte de
otros puntos de partida que le brindan una concepción más holística e integral.
Lo que va quedando claro con los aportes
de este autor es que los problemas sociales van ligados a una antropología y
una cosmología. El hombre occidental se
pregunta por la validez del conocimiento porque se entiende a sí mismo como individuo y como centro del
universo, entonces ve al mundo como algo que no le pertenece, ya Descartes
marcó las fronteras occidentales entre
la conciencia y el mundo. Hace falta
superar ese dualismo y sólo se le supera en otra concepción del hombre y del mundo.
La búsqueda de otras cosmovisiones en
otras culturas, la aceptación de los límites de la ciencia como producto humano
que es, permitirá profundizar la democracia en un nuevo orden, donde no sólo la
industrialización sea el parámetro para medir el desarrollo de los pueblos. En
la diversidad cultural del hombre están las soluciones para acabar con tanta
pobreza, desigualdad y egoísmo. Otras organizaciones
sociales son posibles si tomamos como
base otras culturas que han tenido mayor
éxito en la justicia social.
BIBLIOGRAFÍA
Feyerabend P. (1985) ¿Por qué no Platón? Madrid, España: Tecnos.
IBIDEM (1991) Diálogos
sobre el Conocimiento. Madrid, España: Teorema.