lunes, 31 de octubre de 2016

FORMAS DE VIDA, PLURALISMO Y CIENCIA EN LA EDUCACIÓN VENEZOLANA. (FRANKLÍN LEÓN)











Prof. Franklin León




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RESUMEN

Desde el Pensamiento de Feyerabend, ilustre epistemólogo que opta por el “todo vale” dentro de la investigación científica, se propone el reconocimiento de las distintas culturas, de las distintas formas de vida, para que en un diálogo plural y democrático podamos hacer un mundo más sustentable, a partir de una educación que no sea impositiva de una forma de acceder al conocimiento: la occidental, sino que se construyan diversidad de caminos que nos permitan pensar nuestras sociedades desde las propias raíces. Los caminos para el bienestar son diversos, el camino de la tecno-ciencia no es el único posible.

Palabras Clave: Diálogo, Culturas, Ciencia, Pluralidad.





LIFESTYLE, PLURALISM AND SCIENCE IN VENEZUELAN EDUCATION



ABSTRACT
From Feyerabend’s thought, illustrate epistemologist that chooses for any voucher inside the scientific investigation, one proposes the recognition of the different cultures, of the different forms of life, in order that in a plural and democratic dia- logue we could do a more sustainable world, from an education that is not tax of a culture: the western one, but there is constructed diversity of ways that allow us to think our companies from the own roots. The ways for the well-being are diverse, the way of the tecno-science is not the possible only one.

Key words: Dialogue, Cultures, Science, Plurality.


Desde un diálogo plural y democrático podemos hacer un mundo más sustentable, a partir de una educación que no sea impositiva de una cultura: la occidental, sino que se construyan diversidad de caminos que nos permitan pensar nuestras sociedades desde las propias raíces. Los caminos para el bienestar son di- versos, el camino de la tecno-ciencia no es el único posible.

Por eso la filosofía no debe fijar fronteras ante la vida humana, debemos liberarnos del escondite en la pura palabra, en la erudición que durante más de dos mil años ha conformado a la filosofía. Es necesario introducir los mitos en nuestro sistema de representación, que se vayan  transformando medida que cambien las necesidades. Lo que se necesita para avanzar no es el  repliegue en  la armonía y la estabilidad, sino una forma de vida tal y como la establecen los mitos antiguos, con elementos antagónicos que se influyen mutuamente.

Por eso Feyerabend (1991) recomienda al cine como forma más viva, dinámica y real de conocimiento, pues en él escenario, libro y vida se juntan. La aparición de una nueva generación de directores que piensen, puede ayudar a explotar todas las potencialidades de este medio. Se trataría de una nueva mitología que va a continuar la obra de los viejos filósofos. El séptimo arte, la comunicación social, tienen mucho qué decir y aportar a nuestra educación.


LAS SOCIEDADES LIBRES

Considera Feyerabend (1985) que  mientras se les niegue el derecho al voto a los menores de 18 años por su presunta inmadurez, de ese mismo modo hay que negarles el derecho a los expertos de elegir por su inmadurez efectiva. Debemos esperar que crezcan, maduren y se hagan responsables, al igual que los menores. Con esto aboga por una sociedad libre, don- de seamos formados de manera crítica, para poder opinar y decidir en las elecciones de la ciencia.

Una verdadera sociedad libre, considera, ha de dar el derecho al voto a los menores de 18 años como a los expertos, aunque sin perder de vista la actuación de los expertos, pues se hace necesario su control por parte de la sociedad. Los expertos se les concederán el derecho al voto pero como a cualquier ciudadano, sostiene, sin tener poderes especiales como los que tienen ahora. Cuando se quiera aplicar la ciencia en la sociedad, los ciudadanos los vigilarán atentamente, recomienda.

El experto no ha de separar su saber especializado de la vida, pues esta división (saber-vida) tiene consecuencias muy negativas, sostiene. Los saberes se vacían de todos aquellos elementos que hacen feliz y digna una vida humana, por eso se empobrece, los sentimientos se vuelven toscos y mecánicos, mientras que el pensamiento se hace frío e inhumano. Por eso refuta él mismo como experto: ¿quién se preocupa del estado de nuestros sentimientos?,
¿quién se ocupa del lenguaje que nos acerca a los hombres, donde hay consuelo, comprensión y crítica personal?

Lo que aquí ocurre, afirma, es que un único lenguaje, bastante vacío, ha asumido todas las funciones y se aplica a cualquier circunstancia. Hace tiempo que Aristóteles vio que la existencia de un especialista representa algo que puede perjudicarnos y no algo de lo que se puede estar orgulloso. Los hombres piensan,  pero también tienen sentimientos, de  ahí


el peligro del saber especializado, de ahí la necesidad de control de los ciudadanos sobre sus expertos.

Un pensamiento se convierte en una fórmula vacía al no ser apoyado por la experiencia concreta, recalca. Es este contacto el que impide que un hombre se convierta en un ser parcial y estrecho de espíritu. Por eso Aristóteles nos recuerda que toda actividad, arte o ciencia, que hace al cuerpo, al alma o al espíritu poco apto para el ejercicio de la virtud, es vulgar. De ahí que Feyerabend sostenga que el arte que desfigure el cuerpo es vulgar, al igual que las actividades pagadas, porque devoran o rebajan el espíritu. Baste con pensar como una profesión académica puede convertir a los hombres en esclavos, especialmente  a los que no tienen un puesto fijo.

Por eso afirma que la organización de la ciencia actúa como un sistema de vigilancia institucionalizada, donde las relaciones se dan por la competencia, buscando descubrir los errores del otro. En este sistema los científicos están predispuestos a devorar las tesis científicas nuevas.

Estos espíritus esclavos, sostiene, han llegado a convencer a la mayoría que poseen el saber y la inteligencia suficiente como para mandar en sus propios castillos de arena y en toda la sociedad, de tal manera que se les debe asignar a ellos y a sus teorías la educación de los niños, piden que se les un poder sin ningún control externo y sin sometimiento a la vigilancia de los ciudadanos corrientes. Parten del concepto que sólo un científico puede entender a otro científico, por tanto son ellos quiénes deben juzgarse entre sí. De ahí que Feyerabend (1985) se pregunte: “¿Acaso podemos permitir que un grupo de esclavos digan a hombres libres cómo deben orientar su vida en común? ¿Con qué argumentos podrían apoyar su vergonzosa pretensión de reemplazar el génesis, como visión de hombre, por teorías evolucionistas? (p. 43). La ciencia brinda una de muchas posibles visiones del hombre, ¿bajo qué argumento imponerla como la más idónea o la única posible sin generar un debate democrático?

Lo que se discute es que los juicios de valor acerca de los resultados de la ciencia se dejen únicamente en manos de los especialistas. La comunidad y los expertos deben decidir, no sólo los expertos. Es necesario hablar con los no expertos, explicarles la propia profesión, de manera que los expertos se vean obligados a re-aprender el lenguaje cotidiano, esto los hará más humanos. Esto se logrará si dejamos a un lado la absurda veneración a los expertos.

HACIA UNA SOCIEDAD DEMOCRÁTICA, PLURALISTA E INTEGRAL

Las preguntas de la filosofía de la ciencia se pueden resumir, según Feyerabend, en dos grupos: 1. ¿Qué es la ciencia, cómo procede, cuáles son sus resultados, en qué se diferencian sus procedimientos de los procedimientos de otros ámbitos del saber? 2. ¿Qué es lo que hace que la ciencia sea preferible a otras formas de saber?

Para contestar a la pregunta del segundo grupo no podemos hacerlo midiendo la ciencia desde parámetros científicos, pues hace falta someter a examen estos parámetros (sus bases), sin hacerlos el fundamento de nuestro juicio. La ciencia aristotélica debe medirse con parámetros aristotélicos, entonces el problema radica en si los resultados de esta ciencia son preferibles a los resultados de la ciencia empírica.

La esencia de la ciencia permanece en la oscuridad, afirma. La ciencia es mucho más compleja que la lógica que pretendió darle sustento. Casi nadie se plantea la segunda pregunta, la excelencia de la ciencia se presupone de antemano y no es objeto de discusión en nuestra sociedad. La ciencia ya no es sólo una institución más, sostiene Feyerabend, se ha convertido en parte fundamental de la estructura de nuestra democracia, del mismo modo en que  la iglesia constituyó parte de la estructura básica de la sociedad.

Se gastan enormes cantidades de dinero en promocionar la ciencia y así todo se somete a un tratamiento científico. Pero el modo en que recibimos las ideas científicas es muy diferente a un proceso democrático: “las leyes científicas se aceptan, se enseñan en las escuelas y se convierten en el fundamento de importantes decisiones políticas, sin haberlas sometido a examen ni a votación” (p. 60).

La sociedad moderna sostiene la teoría copernicana no porque la haya sometido a votación, manifiesta el autor, sino porque los científicos son copernicanos y su cosmología se ha asumido de manera acrítica como en otros tiempos se aceptó la cosmología de la  Iglesia.

En otros tiempos la ciencia era un poder liberador, en los siglos XVII y XVIII, incluso en el XIX, cuando las ciencias eran una de múltiples ideologías, cuando el Estado no se había pronunciado a su favor. En aquellos tiempos eran un poder liberador no porque habían encontrado la verdad y el método correcto, opina, sino porque ponía un límite al influjo de otras ideologías y con ello les daba a las personas espacio para pensar.

Los métodos y logros de la ciencia eran objeto de debates críticos. Pero no sucede así hoy en día. Las ideologías pueden convertirse en religiones dogmáticas cuando la oposición queda anulada y no hay espacio para el debate y la sana confrontación. El desarrollo de la ciencia en los siglos XIX y XX, son un buen ejemplo de ello, manifiesta. La ciencia se ha convertido en una religión tiránica que convierte al hombre en esclavo de sus intereses. ¿Estarán dispuestos nuestros científicos a que otras tradiciones ocupen junto a la ciencia los fundamentos de nuestra educación?

Por eso sostiene que el predominio de la ciencia es una amenaza a nuestra democracia, el matrimonio Estado-ciencia acaba nuestra libertad de pensamiento. Quienes defienden la libertad de pensamiento, de religión, y otras liberta- des, son los mismos que están convencidos que sólo los procedimientos del racionalismo occidental son los adecuados para formar una democracia. ¡Vaya paradoja! Nuestros intelectuales liberales construyen la libertad sobre una concepción del mundo racional-científica.

Desde esta concepción se interpreta la religión y el mito como interpretaciones no serias, pertenecientes al pasado. Se interpreta así el significado psicológico, la función social, el temperamento de una cultura, sin tener en cuenta sus implicaciones ontológicas. No se admite que proporcionan un saber. Muchas veces esta tendencia de subrayar la dimensión subjetiva  o social del mito y la religión no es algo intencionado, sino una simple consecuencia de las tendencias subjetivistas y anti-metafísicas actuales.


Muchos de nuestros contemporáneos, expresa, que quieren retomar la forma de vida de nuestros antepasados se quedan en la superficie: el cabello, la ropa, los rituales, entre otras manifestaciones culturales. Pero no se dedican a la comprensión de las cosmologías que una vez formaron parte de esas tradiciones y que constituían auténticas alternativas a la ciencia.

Por eso sostiene que nuestra democracia es sólo de palabra, nuestros intelectuales posan para la foto como amigos de las culturas no occidentales sin poner en cuestionamiento la superioridad de su religión: la ciencia. Pero la situación está cambiando, cree el autor. Hay gente verdaderamente interesada en las concepciones del mundo y prácticas de vida de otras culturas.

Hay quienes creen que este proceder de la ciencia está justificado por la superioridad de la ciencia ante la religión, la magia, el mito. Se piensa que la ciencia contiene hechos e hipótesis que reflejan la realidad, mientras que otras concepciones sólo contienen castillos de arena que poco se vinculan al mundo. Los defensores de este tipo de sociedad libre sólo están interesados en conceder concesiones una vez que cuestiones como éstas estén ya decididas a su favor.

Ellos suponen que la sociedad se vendría abajo si todos no compartiéramos un mismo mito fundamental y obraran de acuerdo a él, sostiene Feyerabend. Pero una sociedad abierta ha de admitir la discusión, el desarrollo y la puesta en práctica de otras ideologías distintas a la dominante, mientras que una sociedad cerrada utiliza criterios de exclusión mucho más estrictos.

Feyerabend afirma (1991): “una sociedad libre puede existir sin una verdad y sin una moral comunes” (p. 66). No sólo no son    necesarios ni el racionalismo ni la ciencia, tampoco lo es ningún mito. La única idea general compatible con una sociedad libre, afirma, es la del relativismo. Los intelectuales temen esta idea porque amenaza su posición en la sociedad, sostiene.

La opinión pública, formada y educada para ello, se ha acostumbrado a equiparar relativismo con ruina social. Recordemos que el relativismo que propone el autor no es” nada existe y nada se puede conocer”, tampoco es la negación de fundamentos, sino el reconocimiento de las distintas culturas y de las distintas formas para llegar a la verdad.

Sostiene el autor (Op. Cit., 1985): “un relativista no niega que la gente tenga preferencias que puede fundamentar y de las que puede con- vencer a otros mediante una serie de razones. Tampoco discute que algunas ideas tienen éxito. Un relativista puede ser un investigador de éxito” (p. 67). Lo que el relativista niega es que el éxito que obtiene se dé sin el apoyo de sus tradiciones y preferencias personales y que su método tenga que ser aceptado por todos.
El relativista admite que todas las culturas, todas las opiniones, tienen el mismo derecho a  la existencia. Un debate es para el intercambio cultural. El relativista se sumerge en la cultura, en lugar de contemplarla desde fuera y admitir sólo aquellas partes que armonizan con el racionalismo. Así cada debate se convierte en un campo de estudio y en un proceso de educación de todos los participantes, por lo que el relativista terminará el debate como un hombre completamente transformado.

Para el objetivista unas opiniones son verdaderas, otras son falsas, mientras que para el relativista todas las ideas son igualmente verdaderas, aunque no todas le sean igualmente queridas. Muchos temen al relativismo por la falta de entendimiento o cooperación que pudiera producirse, pero la cooperación es posible entre los que tienen los intereses, normas  y filosofías más dispares, afirma.

Una sociedad libre funciona cuando el mínimo común denominador de todas las razones, motivos y miedos que impulsan a los hombres a vivir en una sociedad es suficiente como para mantener en pie sus instituciones; sin embargo, no es necesaria la creencia en la objetividad de dichas normas, creencias y razones, sostiene.

Una sociedad no es ninguna Iglesia ni ninguna secta científica. La diferencia entre un ciudadano de un Estado totalitario y otro de una sociedad libre, es que el primero está convencido de la verdad de la doctrina, mientras que el otro se comporta como sea necesario para que haya una convivencia ordenada. Tendrá ideas propias e interpretará la estructura fundamental a su manera, recalca el autor.

En una sociedad libre poco hace falta el mito de la objetividad, por eso expresa el autor (Op. Cit. 1985): “sería una brutalidad extrema interpretar nuestros propios logros insignificantes como si fueran universalmente obligatorios” (p. 72). Por eso el relativismo se nos presenta como la única filosofía civilizada de la actualidad, sostiene. Una sociedad libre puede existir y desarrollarse sin que esté unificada por un mito común. El discurso acerca de la verdad implica una ideología construida por los intelectuales para sus fines particulares.
En una democracia cada ciudadano tiene derecho a leer, escribir y propagar lo que le dé   la gana, también puede formar asociaciones que apoyen su punto de vista si es capaz de financiarlas o encuentra apoyo económico, sostiene.   Feyerabend   (1985)   es   partidario que “el ciudadano tiene que poder intervenir en las instituciones a las que ha contribuido económicamente” (p. 76). Se pedirá consejo   a los expertos, pero éstos no tendrán la últi- ma palabra, quienes deciden serán los comités democráticos constituidos por los ciudadanos, propone.

Plantea que “una democracia es una asamblea de hombres maduros y no un rebaño de ovejas que tienen que ser guiados por un pequeño grupo de sabelotodo” (Op. Cit., 1985, p. 77). La madurez tiene que ser  alcanzada, no  es algo con lo que nacemos. Se aprende mediante la participación activa  en  decisiones. La madurez es más importante que el saber especializado que se enseña en nuestras instituciones educativas.

Somos nosotros los que tenemos que decidir cómo se aplican las formas del saber especializado, hasta qué punto se puede confiar en él, cuál es su relación con la totalidad de la existencia humana. Estas decisiones no pueden dejarse en manos exclusivamente de los expertos. En el mundo hay cosas más importantes que ganar una guerra, sacar adelante a la ciencia o encontrar  la verdad.

No es tan evidente que el éxito alcanzado por la ciencia descendería si se le quita a los expertos las decisiones fundamentales. A menudo, la opinión de los expertos está sujeta a pre-juicios y necesita de un control externo, recomienda. Hay tantas opiniones como científicos, mu- chas veces el acuerdo científico es el resultado de una decisión política, en otros casos es el resultado de unos pre-juicios comunes.

Esta unanimidad también puede significar la carencia de una conciencia crítica. La ciencia ha salido adelante, sentencia, gracias a la gente marginada por ella misma. Periodistas con des- cubrimientos históricos, comerciantes haciendo filosofía, dan fe de ello.

Incluso la teología es pluralista, no se silencian ni se ridiculizan las opiniones de los herejes, sino que se describen, se someten a examen y se eliminan mediante una serie de argumentos. Conocer es posible a través de un diálogo anti- dogmático que sopese los opuestos, tal como lo hacía Platón.

Los profanos, la gente común, puede poner al descubierto los errores de los expertos si están dispuestos a trabajar arduamente. Los expertos son hombres que pueden cometer errores, afirma. El saber de expertos no es tan inaccesible como se presenta, Feyerabend (1985) afirma que “un profano puede llegar a adquirir el saber necesario para entender el proceder de los expertos y descubrir sus faltas” (p. 92). La ciencia no está fuera del alcance del entendimiento humano. Esta fuerza del entendimiento, propone, debe emplearse no sólo en los juicios, sino en todos los asuntos sociales importantes que hoy están en manos de los expertos.

El argumento según el cual hay que preferir la ciencia por sus resultados se derrumba, pues hay otras ideologías que consiguen lo mismo. El hombre de la edad de piedra también consiguió importantes avances, y no era científico, en el sentido que la sociedad occidental en- tiende la ciencia. Otras culturas también lograron grandes avances fuera de la  ciencia.

La ciencia tampoco es preferible por sus resultados, pues para eso tendría que demostrar que ninguna otra tradición ha producido nada comparable y que los resultados de la ciencia son autónomos, no deben nada a otras instancias no científicas. Ambas cosas son falsas.
La ciencia ha hecho aportaciones maravillosas a nuestra comprensión del mundo, sopesa. Pero la mayoría de las alternativas de la ciencia o bien han ido desapareciendo o han ido cambiando tanto que ya no existe posibilidad alguna de que puedan entrar en conflicto con la ciencia.

Las religiones se han ido “desmitologizando” desde su análisis científico-racional, con el fin de hacerlas aceptables en nuestra era científica, y los mitos se han interpretado de modo que quedan eliminadas todas sus implicaciones ontológicas: todo es reducido a cultura entendible desde la razón occidental.

Así sucede con el universo, basta con ver un programa de “Discovery Science”, la astronomía actual nos habla de un mundo que funciona al azar, sin ninguna inteligencia o poder superior que lo dirija, nos hacen sentir como seres arrojados a un mundo físico, que tiene leyes autónomas, pero sin ningún propósito. Esto es una cosmología, no un descubrimiento científico, pero no es trasmitido como una verdad in- cuestionable, obviando otras explicaciones del universo.

Esto no significa que concepciones distintas del mundo no tuvieron ningún mérito o no fueran capaces de hacer alguna aportación a nuestro saber, lo que esto nos revela es que    al menos actualmente no pueden competir por la desigualdad de condiciones. Al principio el saber estaba construido sobre la especulación y la lógica; después Aristóteles introdujo un procedimiento empírico, que posteriormente fue sustituido por los  métodos  matemáticos de Descartes y Galileo.

La superioridad de la ciencia no se presenta como resultado de la investigación o de la argumentación, sino de la presión política, institucional y militar. Un caso paradigmático es la medicina china, su medicina tradicional dispone de métodos de diagnóstico y terapia que son superiores a los de la medicina científica occidental, a juicio de Feyerabend. Las ideologías no académicas pueden convertirse en rivales poderosos de la ciencia si se les da la oportunidad de competir honestamente. Es tarea de las instituciones de una sociedad libre darles esta oportunidad.

Nuestros antepasados y contemporáneos primitivos poseían y poseen cosmologías, teorías médicas y doctrinas biológicas altamente desarrolladas. A la ciencia se le alaba siempre por sus conquistas, pero quien descubrió el mito descubrió también el fuego y los medios para mantenerlo. Domesticó animales, cultivó plan- tas nuevas, mantuvo separada las especias, des- cubrió el cultivo, desarrolló un extraordinario arte, supo encontrar extraordinarias conexiones entre el hombre y la naturaleza, concibió una impresionante filosofía ecológica, atravesó océanos, se dio cuenta de la importancia del cambio y elaboró teorías del cambio.


Por eso nuestro autor concluye que ni la ciencia ni el racionalismo científico tienen superioridad en lo que al saber se refiere. La ciencia es un depósito de ideas valiosas, pero lo mismo puede decirse del mito, la magia y las ontologías que forman parte de sistemas religiosos. Mantiene que “los mitos contienen componentes absurdos y exageraciones infantiles, pero lo mismo ocurre con la ciencia. De vez en cuando hace progreso, pero también utiliza ideas que son inferiores a  las de sus predecesores míticos” (Op. Cit., 1985, p. 119). La ciencia es una de las muchas formas de pensamiento que el hombre ha desarrolla- do y no necesariamente la mejor.
Es superior para aquellos que de antemano se han decidido por una ideología determinada o que la han aceptado sin examinar sus ventajas y sus limitaciones. La separación entre Estado e Iglesia ha de completarse con la separación entre Estado y Ciencia.

CIENCIA Y ARTE: UNIDAD DEL CONOCIMIENTO

Sostiene Feyerabend que desde el  principio del espíritu occidental, en sus inicios griegos, hay una diferenciación entre arte y ciencia, entre poética y filosofía, precisamente en Platón. Esta frontera se debe a la batalla entre los seguidores de Homero y el nuevo racionalismo de los Siglos VII y VI a.C. Esta polémica obedece a un asunto cosmológico: ¿qué es el mundo: la agrupación de un conjunto de fenómenos individuales que se conocen por medio de los sentidos y del entendimiento o consta más bien de esencias sólo accesibles por medio del de- bate racional?

El saber ya no se trata de principios que sean válidos para todos los hombres, sino que de- pende del contexto y cambia de un período de tiempo a otro. La poesía tiene que mostrar los límites de un saber así entendido. En la Ilustración se creyó que la ciencia procede de manera objetiva y el arte de forma subjetiva. Pero esta opinión no es correcta, se trata de otro sueño filosófico que se teje alrededor de la ciencia, afirma el autor. La fantasía, la sensibilidad y la vanidad desempeñan un gran papel en la ciencia, sostiene.

La actividad científica no se separa de la actividad artística, su demarcación ha respondido en sus inicios a luchas de poder en cuanto a tradiciones distintas (Homero versus Platón) o a la falsa imagen de la ciencia desde el período  de la Ilustración. Plantea Feyerabend (1985) que “en un drama puede caber un montón de cono- cimientos, mientras que un ensayo sociológico puede carecer por completo de él” (p. 110). Hay métodos mejores para expresar algo que las argumentaciones científicas, apunta.

OTRA EDUCACIÓN

¿Qué va a ser de nuestra educación?, ¿qué asignaturas se deben estudiar en nuestras escuelas?, ¿cómo podemos poner a las nuevas generaciones en contacto con la naturaleza y con la sociedad?, ¿cuál debe ser el contenido de nuestros planes de estudios?, se pregunta Feyerabend.

El contenido de la educación no puede consistir en una combinación de dogmas. A fin de cuentas, los niños van a crecer y decidir convertirse en científicos, chamanes o narradores de cuentos. Pero esta es una decisión que no se puede tomar de antemano. Hay que hacerlo teniendo conciencia de todas las alternativas posibles, de modo que se pueda tener la convicción de haber escogido lo mejor para uno mismo sin caer en la tentación de creerse superiores a otras tradiciones.

El problema no es, pues, cómo introducir ideas en una cabeza, sino el cómo preservar a ésta última de ser aplastada por las primeras, recuerda el autor. A un niño hay que protegerlo de la falsedad tanto como de la verdad, pues en caso contrario nunca estará en condiciones de tomar una decisión libre ni de poder superar los erro- res de su tiempo.

El joven tiene que verse enfrentado, en todos los ámbitos, a los mejores propagandistas, tiene que aprender los métodos de propaganda más dispares, incluyendo el de la argumentación. La protección radica precisamente en   la diversidad, en la gran variedad de concepciones que el niño aprende. Se trata de enseñarle todas esas concepciones como si fueran una serie de narraciones o cuentos en lenguajes diferentes, la elección que después haga del lenguaje o   de la narración que más le guste es cosa suya. También puede escoger utilizar unas veces un lenguaje, concepción o método de propaganda y otras veces otro.

Habrá que estar orgullosos, reflexiona, de aquello que creemos que hemos conseguido, con nuestra ciencia, nuestra razón, nuestra verdad, nuestra libertad. Protejamos a nuestros hijos de la presión que ejerce por doquier la presencia del racionalismo científico, para que ellos tengan la oportunidad de encontrar su propia verdad o no verdad, su propio bien   o mal. Hay muchas tradiciones diferentes, el Taoísmo, la mística judía, la mística cristiana, la medicina china, entre muchas otras. Cada tribu tiene su propia cosmología, su propia tecnología social, su propio dominio de la materia, su propio tratamiento de las enfermedades.

Naturalmente estas tradiciones no tienen astronautas ni han mandado hombres a la luna, pero muchas de ellas han hecho cosas más interesante, nos recuerda el autor. Han adiestrado a cada individuo de tal manera que con la sola concentración es capaz de acercarse a Dios atravesando todas las esferas de la materia. Para Feyerabend (1985), “esto es mucho más impresionante que esa excursión rara que unos cuantos analfabetos hicieron a una piedra reseca, que ha costado billones de dólares y ha necesitad la ayuda de miles de hombres” (p. 152), sentencia. Aquellas tribus han abandonado el reino de la materia por solos, aunque actualmente se les diga que no es más que sugestión   sin
que se haya comprobado tal juicio. Se dice que algo es alucinación porque contradice a la ciencia.

Cada grupo tendrá sus propias ideas y podrá agarrarse a ellas dogmáticamente, si eso es lo que se quiere. El pluralismo que propone el autor es de grupos, “no un pluralismo de ideas en una sola cabeza” (Op. Cit., 1985, p. 164). Ninguna sociedad posible puede hacer realidad todos sus deseos, todos los talentos, todos los sueños del hombre. Que exista la libertad de elegir entre distintas tradiciones con conciencia de las mismas y en igualdad de oportunidades de competencia, es su propuesta en ambas obras analizadas.

Con Feyerabend se ha apostado por un pluralismo de ideas, por un diálogo democrático, por la aceptación, respeto y comprensión de otras tradiciones no científicas, por considerarse que el bienestar está más allá de una cultura: la occidental. Incluso, problemas que se plantea la sociología de occidente son inexistentes para otras culturas porque su concepción acerca del mundo parte de otros puntos de partida que le brindan una concepción más holística e integral.

Lo que va quedando claro con los aportes de este autor es que los problemas sociales van ligados a una antropología y una cosmología. El hombre occidental se pregunta por la validez del conocimiento porque se entiende a  sí mismo como individuo y como centro del universo, entonces ve al mundo como algo que no le pertenece, ya Descartes marcó las fronteras occidentales entre la conciencia y   el mundo. Hace falta superar ese dualismo y sólo se le supera en otra concepción del hombre y del mundo.

La búsqueda de otras cosmovisiones en otras culturas, la aceptación de los límites de la ciencia como producto humano que es, permitirá profundizar la democracia en un nuevo orden, donde no sólo la industrialización sea el parámetro para medir el desarrollo de los pueblos. En la diversidad cultural del hombre están las soluciones para acabar con tanta pobreza, desigualdad y egoísmo. Otras organizaciones sociales son posibles si tomamos como base otras culturas que han tenido mayor éxito en la justicia social.

BIBLIOGRAFÍA

Feyerabend P. (1985) ¿Por qué no Platón? Madrid, España: Tecnos.

IBIDEM (1991) Diálogos sobre el Conocimiento. Madrid, España: Teorema.