LA ENSEÑANZA DE LA
FILOSOFÍA EN LA EDUCACIÓN SUPERIOR LATINOAMERICANA
Autor: Prof. Franklin
León
RESUMEN
La filosofía que se
imparte en Latinoamérica es, casi siempre, una trasmisión o copia de la
filosofía europea-occidental. En estas reflexiones se propone la necesidad de
un pensamiento liberador, que nazca de la enseñanza de la filosofía en los
centros de educación superior Latinoamericanos, que permita desarrollar nuestra
propia filosofía, para poder afirmar nuestra identidad desde el planteamiento
de los problemas que nos atañen con sus respectivas soluciones, hechas desde
nuestra particular cosmovisión, desde nuestra episteme, desde nuestro lugar de
comprensión.
Palabras clave: liberación,
filosofía, enseñanza, colonización, Nuestramérica.
TEACHING PHILOSOPHY IN LATINAMERICAN HIGHER EDUCATION
The philosophy that is given in Latin America is almost always a
transmission or a copy of the European - western philosophy. In these
reflections one proposes the need of a liberating thought, which it is born of
the education of the philosophy in the Latin-American Centers of Top Education,
that it allows to develop our own philosophy, to be able to affirm our identity
from the exposition of the problems that they us concern with his respective
solutions done from our individual cosmovision, from our episteme, from our
place of comprehension.
Key words: Liberation,
philosophy, education, settling, Nuestramérica
NECESIDAD DE UNA
FILOSOFÍA NUESTROAMERICANA
“Nuestro vino es de
plátano, y si sale agrio, es nuestro vino”
José Martí
Filosofía significa
en su origen etimológico amor a la sabiduría, pero ¿fueron los griegos los
únicos que buscaron y encontraron la sabiduría? Nadie cuestiona la existencia
de una filosofía griega, ni la existencia del término filosofía alemana, pero
sí se duda de la autenticidad de una filosofía latinoamericana.
La filosofía en
nuestro continente aparece como una manifestación cultural bastarda, ya que
desde su nacimiento se cuestionó su legitimidad, su pureza de origen, su linaje.
Hablar de filosofía
en nuestro continente es referirse a una realidad problemática, dudosa, que
refiere al reconocimiento o la negación de la realidad de nuestramérica como lugar
para hacer filosofía.
Se introduce el
neologismo: “Nuestramérica” para designar la unión de dos palabras que son
inseparables, pues sólo partiendo de nuestro continente como lugar de
comprensión, desde la implicación en los mismos códigos de vida del pueblo
latinoamericano, podrá comprenderse desde dentro nuestra episteme, para
producir un pensamiento emancipador, propio, liberador, original. La única
posibilidad que tenemos para producir nuestra filosofía es asumiendo a América como
nuestra, de allí que se forme un solo
vocablo como resultado de dos palabras que usualmente van separadas.
Lo que está en juego
es si nuestramérica da qué pensar a los filósofos, cómo lo que acontece en este
continente es capaz de originar procesos de reflexión que le den a la filosofía
formas y estilos diferentes a los ya conocidos.
Pero ha habido dos
formas de hacer filosofía en nuestro continente. Una primera hecha en tiempos
de la colonia, donde la filosofía cumplía una clara función ideológica de
legitimización de lo ya establecido, de forma colonizadora y eurocéntrica. Otra
hecha desde las entrañas de nuestramérica por quienes piensan y padecen en
carne propia lo que significa estar en la periferia del centro del mundo. Esta
segunda forma echa sus raíces en un profundo sentido liberador, en la búsqueda
de refundar la realidad histórica americana con un espíritu auténtico y
solidario.
Dos expresiones
filosóficas muy distintas que reman en direcciones opuestas. Esto nos permite
comprender cómo la filosofía es alterada por la realidad histórica, pues
depende de cómo el filósofo se sitúe en relación con la realidad que influye y
moldea su pensar.
Esta diferencia de
comprensiones, con fines distintos (conquistar o amar), sobre nuestramérica no
implica una declaración de guerra entre los dos modelos en pugna de la
filosofía de nuestras tierras, porque nuestro pensar se da en un espacio
filosófico donde se dan cita y conviven distintas cosmovisiones, una desde la
imposición, otra desde la espontaneidad del vivir concreto.
No existe filosofía
sin sujeto, aunque ésta se nos presente como un pensar sin sujeto, un pensar
universal. El Discurso del método está escrito en primera persona, esta
obra escrita por Descartes, que representa el discurso que inaugura la
filosofía moderna de occidente, es un diario de vida, donde el autor pretende
dar cuenta de su experiencia, sin prescribir a los demás lo que debe hacer.
Las experiencias del
filósofo siempre están presentes, aunque de manera oculta. La primera persona
se oculta para no ser visible, se expresa como voz neutra, sin revelar el
vínculo que existe entre vida y pensamiento.
No hay filosofía sin
sujeto. Y este sujeto está situado en coordenadas temporales, sociales,
culturales, comunitarias. Pero, ¿cómo se puede ser Profesor de filosofía
venezolana?, ¿cómo se puede ser educador venezolano, latinoamericano, y a la
vez filósofo?, ¿qué tipo de filosofía surge ahí?
Es necesario dejar de
ser un inciso de la “verdadera” filosofía. Se trata de relatar el camino de
sujetos históricos, concretos, en su tiempo y en su lugar. Hacer filosofía no
se trata de indicar el camino que ha de seguirse, sino dar cuenta del trayecto
que se recorre en estas tierras en comunidad, junto a otros; plantearse las
preguntas que surgen como genuinas y originales dentro del contexto específico
de las Américas y buscar juntos las respuestas, aunque éstas sean provisorias.
TRASMISIÓN DE UNA
FILOSOFÍA COLONIZADA
De la mano con Santos
(2010), repasamos la colonización del pensamiento en nuestro continente en
épocas del domino español y también en nuestros días. La filosofía en el Nuevo
Mundo representa un lugar colonizado y no lograr distanciarse de esa condición.
La dominación ha abarcado todos los ámbitos de la vida y la reflexión
filosófica no se salva.
Los americanos
recibimos y copiamos los problemas filosóficos y sus consecuentes soluciones de
Europa. También recibimos los criterios de validación, los parámetros que
determinan qué es y qué no es filosofía, los métodos de enseñanza de la misma y
la forma en que se lee la historia de la filosofía.
Se recibe, se imita y
se comenta. Se recibe cualquier producto teórico que viene de afuera, siempre y cuando vengan con fama y con alguna influencia sobre algún país
europeo.
En América ha
existido la filosofía escolástica en tiempos de la colonia, positivismo y
marxismo, fenomenología, existencialismo, filosofía postmoderna. Todas
corrientes de pensamiento de origen
europeo.
El trabajo filosófico
se reduce al de hermeneuta de obras y problemas ajenos.
¿Qué latinoamericano,
en su situación de periferia, de sobrevivencia, pero también de convivencia junto
a otros, con su visión sagrada del mundo, está preguntándose en el autobús o en
el metro: soy o no soy, he ahí mi dilema?
Nos conformamos con
ser buenos profesores de filosofía sin hacer filosofía, sino repitiendo el
pensamiento de otros.
Una de las causantes
de esta tendencia imitativa de la filosofía en Latinoamérica sería la carencia
de Centros de Investigación y la dificultad para investigar, porque las condiciones
institucionales son precarias y el financiamiento muy escaso. Los
latinoamericanos tomamos de Europa aquello que necesitamos. La copia es
evidencia de la dependencia. O hacemos filosofía como la hacen los europeos, y
esto sería una vulgar copia, o la hacemos de un modo alternativo, distinto,
porque otro es nuestro pueblo, nuestra cosmovisión, nuestra episteme.
A la filosofía se le
exige un determinado rigor en su desarrollo y la aplicación de cierta metodología.
No se trata de una simple palabrería.
Se le pide a la
filosofía latinoamericana que se acerque a la “madurez” europea occidental.
La idea de una
normalidad en el discurso filosófico es cerrada, marginante, excluyente de cualquier
otro tipo de filosofía que no sea la europea-occidental. Ésta es el modelo, el parámetro
a seguir de lo que es filosofía. Una reflexión no puede ser normal sino cumple
con los requisitos que de antemano se le han establecido, sino se adapta a la
norma. La categoría de normalidad que se establece le permite –al filósofo de
mentalidad europea- distinguir entre la filosofía y los eclecticismos que no
merecen llevar ese nombre. Y en este juicio de valor caen todas las formas de
pensamiento indígena de Nuestramérica.
Esta filosofía
normalizada se convirtió en la práctica de una minoría privilegiada, de una élite
de filósofos poseedores de la verdad, la verdad de una clase, la dominante. No
es lo mismo filosofar en la comodidad de una oficina, con la vida asegurada,
que en los márgenes de la ciudad, a la intemperie, allí donde lejos de toda
seguridad el hombre conoce realmente quién es.
El concepto de la
normalidad de la filosofía pone las barreras de protección para la dominación
del pensamiento. Dussel (1977) explica en estos términos la colonización del
pensamiento: “maestros castrados que castraban a sus discípulos” (p. 21). De
esta manera se deformará a las generaciones futuras, guiándolas por el método
“normal” de ejercitar la filosofía. El sistema se perpetúa a sí mismo.
En cuanto a la
enseñanza de la filosofía, ¿qué y cómo debe enseñarse? En esta práctica
pedagógica se desprenden rasgos de dominación.
Los planes y
programas de estudio así lo reflejan. Se reduce la filosofía a una historia
muerta de sistemas e ideas, marcada por el eurocentrismo y monoculturalismo.
El carácter histórico de ciertos programas de filosofía así
lo demuestra, no hay un aprender a pensar, sino repetición de contenidos.
En las Universidades latinoamericanas donde se imparte
filosofía se enseñan las etapas históricas del pensamiento occidental bajo una
linealidad que no existe: antigua, media, moderna, contemporánea.
Se estudia exclusivamente la filosofía de origen europeo. Se
identifica la historia de la filosofía en general con la historia de la
filosofía occidental, dejando de lado toda otra tradición de pensamiento:
hindú, china, africana, inca, quechua, aymara, chibcha, náhuatl. La propia
tradición Nuestramericana no es considerada parte de la historia de la
filosofía.
Se busca que el estudiante llegue a conocer el pensamiento
de los autores más relevantes de la filosofía europea, se reduce la iniciación
al pensar a un mero ejercicio de repetición, Santos (Op. Cit.) los denomina
“Currículos históricos” (p. 118). Se identifica la filosofía con la
textualidad. El trabajo filosófico
consistirá en hacer una comprensión profunda de las obras más significativas de
la historia de la filosofía occidental, haciendo énfasis en los escritos
originales.
No forman parte del catálogo Lao Tsé, ni los versos de Veda,
ni los códices Náhuatl. Los únicos autores clásicos de la filosofía o son
griegos o son europeos.
A los autores se les toma individualmente o de forma
descontextualizada, de manera que se desliga la reflexión filosófica de la
vida.
Hay un segundo tipo de currículos, Santos los denomina
temáticos-sistemáticos. En ellos el acento no está en lo histórico, sino que
están orientados al análisis de determinados temas filosóficos: la ética, la
epistemología, la antropología. Cada plan de estudio establece los temas
adecuados para la cátedra. Aquí se descontextualizan las ideas.
Los temas son definidos desde la tradición filosófica
occidental. El eurocentrismo y el monoculturalismo parecieran ser lo que motiva
la enseñanza de la filosofía institucionalizada en los planes de estudio del
continente. Sólo una cultura —la europea-occidental— es el referente y
fundamento de toda filosofía posible. De esta manera, tal como lo señala
Fornet-Betancourt (2004) “las Facultades de Filosofía se convierten en lugares
de exclusión y desprecio de los pueblos amerindios y afroamericanos, y también
de las formas del pensamiento de las nuevas culturas populares mestizas”
(p.111). Estudiar filosofía se convierte en una serie de visitas guiadas por el
museo de la filosofía europea, lugar desvinculado del mundo, de la vida que
acaece en otros topos.
Ejercicio de exégesis arqueológica.
Santos (2010), señala tres modelos de profesores de
filosofía: el fiscalizador, el oral y el lector. El primero corresponde al
método escolástico de enseñar filosofía que se usaba en las Universidades
religiosas del siglo XVI.
Allí se disputaba la lectio
y la disputatio.
El profesor dictaba, los alumnos copiaban, y luego repetían de memoria en el
examen.
Este modelo de profesor no se acaba en la colonia, hay
quienes velan porque ciertas verdades queden protegidas. Este docente se caracteriza
por ser autoritario y cerrado.
El profesor oral es aquel que enseña de manera expositiva,
verbalmente. Reproduce en su discurso lo que está en la tradición, Su voz
sustituye los textos de los autores.
Es depositario de un saber enciclopédico, se mueve con
enorme soltura de un autor a otro, de una época a otra. Al estudiante sólo le
queda escuchar acríticamente, desde la admiración, la narración de su profesor.
Por último, el profesor lector. Impone una metodología de
lectura del texto filosófico original, se leen algunos pasajes relevantes de
textos escogidos. La clase se vuelve un taller, seminario. El docente sólo
sugiere algunas pistas, abre la discusión, se convierte en un guardián porque
se asegura que la lectura e interpretación de los clásicos sea la adecuada.
Estos tres modelos de profesor de filosofía responden a lo
que Freire (1970) llamó el modelo de educación bancaria. Es el acto de depositar,
transferir, valores y conocimientos, que irán siendo depositados en las cabezas
vacías de los estudiantes. El educador se considera a sí mismo el único sujeto
del proceso educativo. Sólo él sabe filosofía y piensa acertadamente. La
educación es concebida como monológica: el profesor habla, los educandos
escuchan, no hay diálogo posible.
Freire (1997) lo plantea así: “los educandos son castrados
sistemática y totalmente en su creatividad. Lo único que se puede obtener de
allí son intelectuales memorizadores” (p. 24). Autoridad, depósito, pasividad,
marcan el camino por donde se enseña la filosofía en Nuestramérica.
Se enseña admiración extrema, respeto excesivo hacia los
grandes pensadores, hacia la erudición de los profesores. Cualquier intento de
pensar por cuenta propia debe ser frustrado. No hay lugar para la crítica, se
enseña la historia de la filosofía europea. No hay espacio para la discusión
con esa historia, ni muchos menos para el aporte novedoso.
La filosofía europea anula, ignora, desplaza, al pensamiento
indígena, haciéndonos creer que no hubo nada antes de ella. Por eso Salazar Bondy
(1988) sostiene que “la filosofía ha comenzado entre nosotros desde cero, es decir,
sin apoyo en una tradición vernácula, pues el pensar indígena no fue
incorporado al proceso de la filosofía hispanoamericana” (p. 27). La filosofía
en el Nuevo Mundo tiene su comienzo con la llegada del pensamiento europeo, así
lo piensan nuestros historiadores. Ni siquiera se trata de la filosofía europea,
sino de un tipo de filosofía europea: la escolástica, que es la que se
establece en el siglo XVI en nuestro continente con la fundación de nuestras
Universidades americanas. Su referente es Aristóteles, filtrado por el
pensamiento cristiano de Tomás de Aquino –dominicos–, Duns Scoto –franciscanos–
y Francisco Suárez –jesuitas–. La filosofía se centra así en los clásicos
debates medievales.
Esta filosofía escolástica quería influir en la constitución
de identidades nacionales y continentales, formar conciencia, adoctrinar.
Es Juan Bautista Alberdi quien inicia una verdadera
filosofía latinoamericana (1838-
1840), cuando se toma conciencia de hacer una filosofía de
sí y para sí. Sin embargo, la postura de Alberdi, aunque marcó un inicio, no
superó la concepción instrumental de utilizar el saber europeo adaptándolo a
nuestras circunstancias.
Miró Quesada (1974) afirma que una vez que se pierde la
tradición indígena debido a lo aplastante de la época colonial, ocurre lo que
él llama la fundación del filosofar latinoamericano. “Nace delante de todos,
desnudo y flaco, como huérfano desvalido. Su origen es desconocido, no se sabe
a quién acudir. Tiene que echar mano de una tradición lejana, extranjera. Desde
que nace está vertido hacia Europa” (p. 25). El filosofar latinoamericano no
tendría tradición propia, afirma este autor.
Latinoamérica es una continuación de la filosofía europea. Todas
estas alternativas sitúan los inicios de la filosofía en Nuestramérica en la
medida en que se relaciona con el pensar europeo occidental, lo que se discute
es el inicio de la filosofía del Nuevo Mundo, anclada en la filosofía del Viejo
Mundo.
De esta manera se produce un pensamiento clausurado. Manejamos
sus idiomas, copiamos sus cátedras, utilizamos su bibliografía, investigamos
sus fuentes, importamos sus problemas y calcamos sus soluciones. Es la manifestación
externa de una colonización del pensamiento, de allí la importación y copia de
estructuras, instituciones, métodos y contenidos. De partida, se asume que sólo
existe “la filosofía” –en singular–. Esta única filosofía europea-occidental se
vuelve la única para el latinoamericano; su historia será la historia de la
filosofía, sus pensadores serán los únicos reconocidos dentro del panteón de
los grandes filósofos.
PROMOCIÓN DE UN PENSAMIENTO LIBERADOR
Siguiendo con la exposición de Santos (2010), nos adentramos
en su propuesta de elaborar una filosofía liberadora desde la educación superior.
Ya antes se ha expuesto cómo la filosofía que se enseña es de carácter europeo-occidental,
espejo de un pensamiento eurocéntrico que quiere servir de herramienta para la
colonización del pensamiento.
Filosofía colonizada que quiere conseguir la dominación y la
subordinación de lo otro. Pero la filosofía, al igual que la educación, puede
ser instrumento de dominación o de emancipación. Hace falta crear ideas que logren
romper las cadenas de la discriminación y la dominación impuesta, de las
diversas formas de dependencia. Se trata de promover la plena liberación de los
hombres americanos.
Freire (1970) nos propone una pedagogía de la autonomía,
para que el maestro más que encadenar a sus estudiantes, sea capaz de abrirles
los ojos, quebrar las ataduras, liberarlos, posibilitar su liberación. Hemos
decidir como docentes por la educación de un hombre objeto o la educación de un
hombre sujeto.
Salazar Bondy (1975) encabezó como político una gran reforma
educativa en el Perú, inspirado en las ideas de Freire. Planteaba una educación
como “despertar del hombre peruano a la conciencia crítica de su situación, una
eliminación sistemática de mitos enmarcaradores y de factores ideológicos de alienación.
La educación nueva aspira a ser liberadora” (p. 43). Ante este planteamiento vale
preguntarnos ¿qué nos da derecho a educar?, ¿qué es lo que nos hace pensar que una
determinada educación le está haciendo bien al educando? Estos cuestionamientos
parecieran trabar todo proyecto educativo.
¿Es posible una pedagogía no dominadora? ¿Qué es lo que hace
que una pedagogía sea dominadora? Freire (1977) contesta diciendo que esto
ocurre cuando lo que se hace al educar es depositar, transferir, transmitir
valores y conocimientos. El educador concibe que sólo él sabe y piensa, por eso
educa, disciplina, manda, prescribe. Así le entrega su sabiduría a los pobres
ignorantes a los que no les queda más remedio que recibir agradecidos y guardar
con celo el regalo recibido.
La educación bancaria considera al educando como una cosa,
una tabla vacía que ha de ser llenada; no como hombre, ser humano.
Freire dice que esta educación es sádica, porque castra la
creatividad, anula el pensamiento propio y el espíritu crítico, permite la
total adaptación al mundo tal cual es en el presente. De esta manera se
domestica al educando, subordinándole al sistema imperante. Así se perpetúa una
relación de poder.
Se usa la educación como herramienta de control y de
dominio. Salazar Bondy (1975) busca acabar con este tipo de educación
paternalista y domesticadora, por eso plantea que: “el objetivo de la educación
es la constitución y la realización del hombre. Que esto se logre o se pierda es
la esencia de la cuestión básica de toda filosofía educativa” (p. 27). Con esto
afirma que la finalidad de una educación emancipadora es el desarrollo de la
humanidad de los educandos. Esto será posible si el educando se vuelve sujeto y
no simple objeto de su proceso educativo. Esto sucederá cuando el educando esté
en condiciones de decidir, de autoformarse, de buscar sus propias formas de ser
y pensar, de decidir y recrearse a sí mismo y al mundo que lo rodea.
Surge el educando como sujeto autónomo, con un papel activo
en su educación. Se convierte en autores, protagonistas, de su propia educación.
Para conseguir esto, el profesor deberá fomentar, estimular, desarrollar, la capacidad
crítica y problematizadora de sus estudiantes, promoviendo su rebeldía. Y ambos,
profesores y estudiantes, deberán construir y reconstruir continuamente el
saber adquirido.
La educación liberadora se basa en la dialogicidad para poder
desarrollar la humanidad, se alternan los papeles educador-educando, no se
enseña sin aprender y viceversa. Los educandos deben volverse unos
investigadores críticos y en diálogo con los educadores y con la comunidad construyen
saberes y se construyen a sí mismos y a los otros como sujetos.
A través de la apertura a la comunidad la educación se
convierte en y para la vida, porque se vincula con el mundo de la vida de
los educandos, de las comunidades de
donde provienen
y a las que pertenecen. El hombre se
humaniza ligado a la comunidad. Nadie se libera solo, sino en comunidad. La referencia
y la vinculación comunitaria son
indispensables para
toda educación que pretenda ser
emancipadora. En vistas de ella deben fijarse los contenidos pedagógicos: el mundo
del educando ha de integrarse a la
práctica docente.
Es el camino a la concientización, que
ocurre cuando el hombre despierta a la conciencia
crítica de su situación.
Concientización no es adoctrinamiento ideológico, sino
desarrollo de la libertad personal. Es un despertar de la conciencia que lleva a
un compromiso existencial con la realidad del sujeto. Es la comunidad de las
conciencias la que va descubriendo la realidad. En el pensamiento de Freire,
concientización es interconcientización.
Por otra parte, toda concepción educativa tiene como sustento
y fundamento una concepción de la historia y de hombre. La educación bancaria
tiende a desconocer a los hombres como sujetos históricos, también lo hace la
filosofía eurocéntrica, que piensa al hombre en abstracto, como un ser
universal, igual en todas partes. La educación liberadora no sólo reconoce, sino
que se fundamenta en la historicidad de los hombres. Este carácter histórico
niega un presente determinado, inamovible, y considera al futuro como algo abierto,
no pre-establecido. Abre la posibilidad para la realización de cualquier
utopía, entendiendo ésta como un sueño sin lugar, no realizado, pero
realizable.
Para Freire, el
hombre es un ser inacabado, inconcluso. Humanizar sería abrir el camino para
que el hombre actualice su vocación de ser más. La pedagogía de la autonomía se
desplaza hacia una historia abierta. La concepción de la historia que se tiene
influye en la autoimagen individual o grupal, afecta a la percepción que se
tenga del presente, determinando las posibilidades de la construcción del
futuro. Mirar el pasado implica saber cómo hemos sido y con ello se define nuestra
identidad cultural.
El pasado funciona como fundamento del presente. La
historiografía nos brinda una determinada racionalidad en el mundo que vivimos,
porque nos explica porqué el mundo está como está, nos da una interpretación general
del presente. Pero también las perspectivas del futuro dependen del discurso historiográfico.
El discurso historiográfico será siempre una de las muchas interpretaciones
posibles del pasado, que quiere proyectarnos una determinada autoimagen, darnos
una concepción del presente y dibujar un futuro posible. Lejos de ser la
encarnación de la verdad de lo ocurrido, es lo que se cuenta de lo sucedido.
De lo sucedido quedan huellas, rastros, fuentes, con los cuales
se constituye un discurso sobre el pasado. Detrás de toda narración de la historia
interviene el interés y las circunstancias vitales del historiador. El interés
del historiador es siempre un interés presente para él. Las preguntas que le
hace al pasado surgen de intereses concretos.
De allí que América haya sido integrada a la historia bajo
cierta perspectiva ocupando un lugar subordinado, dependiente. Por eso Hegel
afirma que América está fuera de la Historia Universal, situándola en el
espacio de un posible futuro. Esta historia, así contada, donde quedamos al
margen de la civilización, nos hace sentirnos, diría Miró
Quesada (1981), “como excéntricos, como marginales, y esto
hace que dudemos de nosotros mismos, de nuestras posibilidades creadoras. No llegamos
a sentirnos plenamente dueños de nuestro ser, queremos ser como los occidentales,
pero tenemos la impresión de que no podemos serlo” (p. 138).
Perdemos de vista lo que somos, no sabemos cuál es nuestro
ser, qué significa ser latinoamericanos, y así no podemos alcanzar una firme
conciencia histórica. La historiografía ha sido una efectiva herramienta de
domesticación del pensamiento americano. La historia de América latina ha sido
una historia eurocéntrica, y no sólo la nuestra, sino toda la del mal llamado
“tercer mundo”.
De aquí la necesidad de un pensamiento que dé origen a un relato
de lo sucedido que permita crear un mundo sin dominados. Santos (2010) lo plantea
así: “contra una filosofía de la historia imperial, una filosofía de la historia
emergente” (p. 188). Y es que no tiene sentido empeñarse en una historia
liberadora a partir de una filosofía de la historia que no lo sea y que sea
cautiva de una interpretación imperial de la historia. Ha de partirse de la
liberación de la historiografía a partir de una crítica a la filosofía de la
historia dominadora.
Se trata de ver las historias escondidas detrás de la
historia oficial, analizar los recorte que se hicieron, porqué se seleccionaros
estos y no otros acontecimientos. Otro problema son las fuentes históricas, ya
que el hecho histórico siempre es construido a partir de documentos. Este
último parte de una investigación que discrimina lo que considera lo más
importante de lo ocurrido. Por otra parte, se debe establecer cuáles documentos
se toman en cuenta y cuáles no. Ningún documento es inocente, neutro,
imparcial.
Todo documento ha de ser desmontado, re-interpretado. De
allí la importancia de la labor hermenéutica. El poder está siempre detrás de la
producción de documentos y de fuentes. Por eso es importante entender la historia
como un saber imperfecto, discutible.
Sobre el pasado sólo hay versiones, no verdades absolutas. Puesta
en duda la objetividad de la verdad histórica, es difícilmente creíble la
linealidad de la historia que hoy se nos presenta.
Se podría pensar que esta continuidad es más bien fruto del
ejercicio del poder, expresión de deseo de los poderosos; un proyecto producto de
una racionalidad específica: la occidental. Gramsci habla de historia
episódica, que no es la historia oficial, lineal, periódica, continua, sino una
historia con momentos puntuales de ruptura sin significado, momentos de
irracionalidad. En esta concepción de la historia, Roig (1994) ve la
posibilidad de representar y hacer la historia de nuestros pueblos, no como un agregado
de la única linealidad posible, sino como otro acontecer, porque múltiple y
distinto son los recorridos históricos.
La misma sospecha se puede llevar al sujeto histórico. La historia
vista como sucesión de períodos supone la existencia de un sujeto único y
permanente que sostiene el proceso y sirve de soporte a los cambios. Un mismo
sujeto histórico sería el que atraviesa los períodos, dándole continuidad a la
historia. Es sospechable la invención de este sujeto histórico.
Suena más lógico y real la existencia de una pluralidad de
sujetos históricos. De tal manera, que en vez de una historia lineal hay multiplicidad
de desarrollos históricos.
Habrá que superar esa visión ingenua de la historia que afirma
que en ella se nos muestran los hechos tal como son. El historiador toma los
datos y le da su narración. Hace falta cuestionar la selección de los hechos,
las fuentes que no toman en cuenta a los marginados de la historia, romper con
la idea de una historia lineal, una y eterna. La historiografía es un relato de
muchos posibles.
Esta concepción emergente de la historia posibilita modos alternativos
de hacer historia, de relatar lo sucedido, de tal manera que sea factible otra
imagen del pasado: múltiple, cambiante, interrumpido, De lo ocurrido existen
múltiples aproximaciones, interpretaciones, lecturas; ninguna es la verdad absoluta
acerca de lo acontecido. El pasado se vuelve flexible, y lejos de amarrar,
libera, abre posibilidades de ser y de llegar a ser.
Es necesario desarrollar, hacer realidad nuestra propia utopía,
haciendo posible un lugar donde el pensamiento utópico pueda convertirse en
camino de liberación.
La utopía es denuncia, porque delata lo inviable de una
situación. Pero es también propuesta, de allí lo imprescindible del acto imaginativo
que debe completar a la razón en la búsqueda de alternativas realizables.
La utopía se convierte en alternativa, en proyecto. Pero es
imposible la utopía sin una historia abierta, inacabada, en camino de realización,
por eso se ha resaltado la importancia de emancipar la historia desde nuestra
historia. Si el futuro queda abierto el pensamiento utópico también. La utopía
aspira al cambio, por eso necesita flexibilidad.
Los sueños se sueñan despiertos para poder construir un
futuro. Como afirma Cerutti
(1973), “se es utopista por exceso de realismo y no por
ingenuidad” (p. 53). Utopía es cambio, transformación. El discurso utópico es
anticonservador, se opone a los intentos de mantener el statu quo. Es imposible hacer cambios sin el impulso de un pensamiento y
discurso utópico. Lo utópico debe hacerse real para mejorar el mundo presente.
Se trata de un sueño que quiere encarnarse en la realidad.
Toda utopía comienza siendo crítica, pero cuando alcanza
cuotas de poder se vuelve conservadora. Por eso la necesidad de crear mecanismos
acordes para la autocrítica continua.
Generalmente, lo que se crea después de la utopía son
mecanismos de control, vigilancia, represión, de manera que la utopía se vuelve
cárcel, tortura. Sólo se puede escapar de este peligro si la utopía busca crear
un mundo cuya conservación sea imposible.
La utopía no puede ser un mundo perfecto.
No se puede predecir cuáles serán los problemas futuros y
los cambios que serán necesarios.
Debe buscarse un mundo mejor, no un mundo perfecto,
entendiendo a la comunidad en camino permanente, nunca acabado. Esta visión
permitirá a la utopía ir adaptándose a las circunstancias del momento e ir
actualizándose a los requerimientos para quienes fue pensada, planteando
siempre nuevas y creativas soluciones. La utopía ha de renunciar a su encarnación
definitiva, debe desterrar la idea de una sociedad perfecta, acabada. No hay
fin de la utopía, ella es aspiración sin final.
Todas estas reflexiones sobre la utopía vienen porque ella
desde su llegada a América sirvió como instrumento de control, de dominación.
Aínsa (1998) lo expresa así: “América tenía que ser lo que se esperaba de ella.
Poco importaba la realidad, tanto se creía en el proyecto” (p. 40). La utopía
europea se impuso en América, nuestro continente debía ser lo que no pudo ser
Europa, y este imaginario perdura hasta nuestros días.
América como el topos
de los sueños ajenos, frente a esa utopía
para otro surge el reclamo, la exigencia de reivindicación, el llamado a la
búsqueda y la construcción de la propia utopía. ¿Cuándo empezaremos a pensar y
hacer realidad nuestra propia utopía?
Es necesario seguir soñando con una sociedad justa, libre de
dominación. El filósofo debe ser un autor de utopías, no un mero repetidor.
Debemos liberarnos de la utopía que quiere proyectar a una
Europa mejor en tierras americanas. Se trata de pensar las Américas desde
nuestras propias realidades de dolor, pobreza material, hambre, injusticia social,
dependencia, muerte; pero también desde la alegría, la convivencia, la
humanidad y calidez que nos caracteriza, la hospitalidad, entre muchos otros
rasgos positivos que expresamos en la concretés de la vida.
Y este sueño debe contar con la participación de todos,
porque hasta ahora sólo unos pocos se han adueñado de esta tarea. Cerutti (1991)
comenta que América: ha sido soñada desde todos los tiempos por una parte de
nuestra población: la mayoría, la marginada, la desamparada, la que siempre ha
constituido la carne de cañón y la que ha pagado con su sangre la realización
de utopías ajenas (p. 31).
Dussel (1982), afirma que este discurso utópico, que crea nuestro
propio pensamiento, tiene en América más de cinco siglos de antigüedad, desde que
Antón Montesinos criticara a los españoles por las injusticias cometidas contra
los indios americanos, luego continuaría esta defensa Bartolomé de Las Casas,
más tarde, Francisco Vitoria. Estos autores, sin ser latinoamericanos, producen
la semilla de un discurso crítico antiesclavista y antiviolento.
Surgen así los primeros intentos utópicos, que aunque no reflejan
del todo nuestra utopía, denuncian la realidad de explotación de los pueblos
originarios de América.
De allí en adelante Nuestramérica empieza su búsqueda de
caminos utópicos, tras la huella de mundos mejores para nosotros, la mayoría de
las veces copiando modelos ajenos a nuestra realidad, creyendo firmemente en la
superioridad europea o estadounidense, y en la inferioridad nuestroamericana.
El camino de la utopía latinoamericana ha sido largo, la
lista de soñadores ha sido interminable: Francisco de Miranda, Simón rodríguez,
Simón Bolívar, Domingo Faustino Sarmiento, Juan Bautista Alberdi, José Ingenieros,
José Martí, José Enrique Rodó, García Calderón, Salazar Bondy, Leopoldo Zea,
Ignacio Ellacuría, Enrique Dussel, Raúl Fornet Betancourt, y muchos otros. Se ha
empezado una lucha desde las demandas por satisfacer necesidades no cubiertas
por el Estado: trabajo, tierra, techo, alimentación, salud, educación,
independencia, libertad, participación, justicia, paz, y otras.
La utopía sigue ahí: una América más humana, más justa, más
equitativa y participativa, más solidaria, en donde las diferencias de toda
índole se valoren de forma positiva, sin exclusión ni persecución por pensar diferente.
Sueño que apunta a la liberación y a la unidad en la diversidad. Las razones para
ser uno no pueden ni deben justificarse en causas del momento: estrecho lazos
con los gobiernos que piensan como yo. A los de pensamiento diferente los
descalifico.
La unidad que desde Miranda aspiramos requiere de un
fundamento estable. América Latina es multiplicidad, sin embargo, sostiene Ribeiro
(1995): “pese a esos factores de diversificación, un motor de unidad se integra
y opera en América latina que tiende a unificarla” (p. 108). Algo no
determinado está en el fondo unificado a un continente en constante fragmentación.
Pudiera ser la lengua, las estructuras sociales, la religión, una historia común,
la pertenencia a un mismo “proceso civilizatorio”, un mismo horizonte cultural,
o todas estas opciones juntas, quién sabe. Pertenecemos a una misma raza
compartida.
Lo que unifica a América son los latinoamericanos.
Al final somos uno porque uno solo es el espíritu que compartimos
los latinoamericanos. Pero en la organización sociopolítica- económica el
intento de unidad es pura frustración. Desde el inicio el sueño de unidad de nuestros
libertadores tuvo corta vida. Sin embargo, el anhelo de unidad sigue ahí,
tocando a nuestra puerta.
Quizás la limitante ha estado en el intento de construir una
unidad latinoamericana desconociendo las diversidades culturales entre los
distintos pueblos del continente. Se fundamenta la unificación desde una
perspectiva eurocéntrica. Por ejemplo, se argumenta que el motivo de nuestra
unidad es la lengua, el castellano. Ésta es sólo una lengua en la multiplicidad
de lenguas que se hablan en el continente. Pasa lo mismo con la afirmación de una
única religión o las estructuras sociales compartidas, la historia común o el
mismo horizonte cultural. Se plantean expresiones monoculturales que se quieren
hacer expansivas a todo el continente.
Unidad, integración, no puede ser homogenización, ni monoculturalidad,
sino pluriculturalidad.
Existe una América que es mosaico, pluralidad de pueblos y
culturas, divergencia, variedad de riquezas en lo artístico, lingüístico,
religioso, filosófico, social, entre otras tantas manifestaciones.
América no es una entidad uniforme, homogénea, compacta, al
estilo de un concepto hecho por el logos
occidental. Tampoco lo es la venezolanidad,
o la peruanidad, o la mexicanidad, cada pueblo converge en una unidad rica en
expresiones de vida, de pensamiento, de prácticas concretas, de manifestaciones
culturales.
Hermanar significa dejar espacio para todos, espacio donde
cada pueblo exprese sus culturas y sus tradiciones. Espacio plural donde indios,
negros, mestizos, campesinos, obreros, marginados, empresarios, profesionales, vendedores
ambulantes, emprendedores, puedan desarrollar sus culturas en una sociedad
plurilingüe y multiétnica.
La filosofía posee en sí una función liberadora, porque enseña
a pensar, a ser críticos, a transformar la realidad. Por eso Rico (1997) llega
a sostener que “filosofar y liberar son palabras hermanadas. El problema es que
existen filosofares con mala memoria, que han olvidado este llamado del
pensamiento a abrir, a emancipar, enfermándose de academicismo y entrampándose
en círculos viciosos narcisistas” (p.
7). Desde esta óptica, hablar de filosofía liberadora sería una redundancia o
una tautología. Toda filosofía debe ser liberadora, y si no lo es, hay que
liberarse de ella.
Santos (2010), nos ha señalado tres caminos necesarios para
la liberación y que aquí hemos explicado: la educación, la historia y la utopía.
No son los únicos caminos a liberar para poder liberarse, pero el recorrido
emancipador puede empezar desde ellos. La pedagogía de la autonomía
desarrollada por Freire y Salazar Bondy quiere que los educandos se desarrollen
como hombres plenos dentro de un proceso educativo que los tiene a ellos como
autores y protagonistas. La filosofía de la historia emergente quiere
contribuir al fin de una concepción rígida de la historia que paraliza el presente
e hipoteca el futuro. El pensamiento utópico quiere ponernos en marcha hacia un
mundo mejor y más justo. Se trata de comenzar a caminar.
BIBLIOGRAFÍA
Aínsa, F. (1998). De
la edad de oro a El Dorado. Fondo de
Cultura Económica.
México.
Cerutti, H. (1973). Para
una filosofía política indo-iberoamericana. América en las utopías del
renacimiento. Bonum. Buenos Aires.
___________ (1991). 500
años después. Presagia y tópica del descubrimiento. UNAM.
México.
Dussel, E. (1982). Hipótesis
para una historia de la filosofía en América Latina. Universidad
Santo Tomás. Colombia.
Fornet-Betancourt, R. (2004). Crítica intercultural de la
filosofía latinoamericana actual. Trotta. Madrid.
Freire, P. (1970). Pedagogía
del oprimido. Siglo XXI. Buenos Aires.
__________ (1997). Pedagogía
de la autonomía. Saberes necesarios para la práctica educativa. Siglo XXI. Buenos Aires.
Miró Quesada, F. (1974). Despertar y proyecto del filosofar latinoamericano. Fondo de
Cultura Económica. México.
_____________ (1981). Proyecto
y realización del filosofar latinoamericano.
Fondo de Cultura Económica. México.
Ribeiro, D. (1995). La
cultura latinoamericana. Fondo de
Cultura Económica. México.
Rico, A. (1997). Filosofías
para la liberación. ¿Liberación del filosofar? CICSH. México.
Roig, A. (1994). El
pensamiento latinoamericano y su aventura.
Centro Editor de
América Latina. Buenos Aires.
Santos, J. (2010). Conflicto
de representaciones. Fondo de Cultura Económica. Chile.
Salazar Bondy, A. (1975). La Educación del hombre nuevo. La reforma educativa
peruana.
Paidós. Buenos Aires.
_______________ (1988). ¿Existe una filosofía en nuestra América? Siglo XXI. Buenos
Aires.
DISPONIBLE EN: Revista Educación en Valores. Universidad de Carabobo. Julio - Diciembre 2011 Vol. 2 Nº 16
ResponderBorrar