Jonathan Vielma
E-mail: jovielma@uc.edu.ve
Para
entender a Ockham como filósofo no debemos perder de vista que una de sus
preocupaciones fue la de limpiar a la teología y a la misma filosofía de toda mancha griega,
particularmente de las teorías de las esencias que, en su opinión, ponía en
peligro las doctrinas cristianas de la omnipotencia y libertad divina, Por otro
lado, observamos que su actividad como lógico y sus ataques a todas las formas
de realismo en la cuestión de los
universales pueden considerarse en cierto sentido, como subordinado a sus
preocupaciones de teólogo cristiano .
De
allí que, en la doctrina sobre el origen y el valor de nuestro conocimiento se
manifiesta en Ockham como novedoso, impactante, dando así por asentado, un
nuevo concepto de experiencia. Si olvidar autores, como Escoto que también
apuntó a la experiencia, pero a renglón seguido subrayó y acentuó el papel del
entendimiento. En éste puso él siempre la causa única, eficiente, adecuada, de
nuestro conocimiento. Ésta concepción es aceptable ya que era aún el espíritu
de la anterior escolástica, que no vio
en la experiencia sino una mera causa material, tal es el caso también de Tomás
de Aquino. En Ockham, en cambio, la experiencia sensible se constituye ahora en
auténtica causa.
Por consiguiente, nada se podrá
afirmar con certeza si no es dado en la experiencia. Para fundamentar dicha
tesis, Ockham se sirve de la distinción que hace Escoto entre el conocimiento
intuitivo y el conocimiento abstracto. El conocimiento intuitivo consiste en
conocer con toda evidencia (directamente sin intermediarios) si algo existe o
no y permite al entendimiento juzgar inmediatamente sobre la realidad o
irrealidad del objeto. Éste puede ser sensible y gracias a esta característica
podemos conocer las cosas singulares del mundo exterior; por otro lado, el
conocimiento intuitivo puede ser intelectual mediante el cual conocemos los
movimientos de nuestro espíritu como dolor, placer, odio, etc. Ambas
característica, pueden ser perfectas (la experiencia, realidad presente) o
imperfectas (un objeto experimentado en el pasado).
Entre
uno y otro hay una relación de derivación donde el conocimiento intuitivo
imperfecto procede del conocimiento intuito perfecto de una experiencia.
En este sentido, podemos decir que el conocimiento intuitivo
es la percepción inmediata de una cosa que realmente existe en la realidad, por
tanto posee certeza absoluta. En cambio el conocimiento abstracto son representaciones
mentales, prescinde de toda realidad, pueden ser partes de la memoria pero
desligado de la cosa existente representada, de allí la existencia o no de la
cosa. La diferencia entre recordar y ver es el mismo paralelismo entre
abstracción e intuición.
En Ockham por tanto, la experiencia
constituye en auténtica causa del conocimiento, pues según él sólo necesitamos
que la mirada sensitiva e intuitiva se proyecte a los objetos del mundo
externo, o la intuición espiritual y reflexiva sobre nuestros propios actos
interiores anímicos, y ya tenemos el origen de nuestro conocimiento de un mundo
real. A partir de aquí, formamos después por abstracción los conceptos
universales y juicios, y tenemos ya con ello los elementos con los que opera la
ciencia.
Decíamos antes que el conocimiento
intuitivo actúa sin intermediario, sin puente; es decir, se da una relación
directa, inmediata entre el sujeto que conoce y la cosa conocida. De este punto
de vista resulta lógico pensar que Ockham niegue la concepción de la especies impresa y
expresa que nos habla Santo Tomás de Aquino, por dos razones principales la
primera porque según Ockham no hay que multiplicar los entes sin necesidad,
solo importa la intuición primera para luego significar lo significado (Signo-
Significado). Y en segundo lugar, el
valor cognoscitivo que se tienen de la especie se nulo, porque, si el objeto no
es percibido inmediatamente, no podría darse a conocer “La estatua de Hércules
no conducirá nunca al conocimiento de Hércules, ni se podría dictaminar sobre
su semejanza con Hércules, si no fuera previamente conocido Hércules mismo”[1]
Sobre la base de una teoría de la experiencia
tan interesante y completa, que anticipa la de Locke, ninguna realidad al
respecto podía ser reconocida al universal.
Por tanto el universal o bien no es nada o es algo, y en este caso no
puede ser otra cosa que un singular.
De allí, que el problema de los
universales estriba en establecer o fundamentar la aplicabilidad de dicho
concepto a la realidad, en otras palabras, lo que se quiere es argumentar qué
realidades hay que conceder a las nociones genéricas conocidas como
“universales” Ejemplos de universales son el
hombre, el triángulo, el caballo etc. Estas nociones
abstractas se oponen a los particulares, que serían entidades concretas, como Luis, Marcos, éste caballo, aquel triángulo, etc.
Ahora bien, el problema de los
universales tiene varias vertientes. Por un lado se trata de determinar qué
clase de ser es el universal; es decir, ¿tiene forma?, ¿materia?, ¿existe en
las cosas concretas que participan de él?, ¿en la mente, en Dios? Pero también
se trata de determinar qué relación de significado tiene con las cosas qué
significa.
Entre las distintas respuestas que
la Edad Media produce destaca el realismo, el cuál entiende que los
universales son entidades que existen antes que los particulares que participan
de ellas y que son independientes de las mentes que los conocen. Y así, por
ejemplo, el universal “caballo” sería una entidad que existiría fuera de la
mente del hombre, que es quien conoce a los distintos caballos, y hace, de
algún modo, que los distintos seres concretos que llamamos “caballo” tengan
algo en común –el universal o su participación- por lo cuál les denominamos
así.
Pero pronto se extendió la tesis denominada realismo
exagerado o extremo, que consideraba que el universal existía dentro de las
propias cosas concretas, de modo que cuando el ser humano percibía la cosa, su
mente captaba el universal, y así, al ser el universal duplicado por el
entendimiento humano, podía el ser humano conocerlo.
Una forma distinta de la realista de
entender la existencia del universal lo encontramos en el realismo moderado de Tomás de Aquino. Para él las cosas son un
compuesto de materia y forma al que denomina esencia. Al percibir un objeto el
entendimiento desvela la esencia concreta del ser percibido, y a partir de esa
esencia concreta el entendimiento crea el universal, que vendría a ser la
esencia común de la clase de seres que ha percibido, y lo hace abstrayendo lo
que de común hay en la esencia concreta del ser percibido.
Por tanto, no se puede decir que el
universal abstraído esté en la cosa, ya que en la cosa estará la forma, y
también, de algún modo, la esencia concreta de la cosa, pero no el universal,
que es una esencia común y que produce el entendimiento. Y así, el universal es
una creación de la mente pero con fundamento en las cosas. Un tipo de respuesta
diferente, llamados antirrealista, considerarán que el universal era un producto
exclusivo de la mente humana, sin existencia alguna fuera de ella.
Frente a estas teorías Ockham
reaccionará, dando por asentado su perspectiva de la realidad a partir del conceptualismo
y el nominalismo, del que él será iniciador. Por otro lado observamos, como en
la historia de la Filosofía, el conceptualismo, mantenido por Pedro Abelardo,
considera que el universal es una creación de la mente humana con valor lógico,
la mente crea conceptos que tienen un valor universal; es decir, un valor que
los hace capaces de ser aplicados al conjunto de individuos al que se refieren,
y por lo que se denominan “universales”.[2]
En este sentido, la mente humana no
se inventa los universales antes de tener experiencia con las cosas. Sin
embargo, las cosas que percibe no tienen en sí nada que guíe al entendimiento
en su labor de producir el universal. Como por ejemplo ocurre con el concepto
de “decena”, que no procede de algo que tengan en sí las cosas y que la mente
humana sea capaz de abstraer, sino que es un invento arbitrario de ésta que
posteriormente utiliza para hacer clasificaciones en las cosas.
Lo característico de esta posición
es considerar que la mente humana es capaz de crear conceptos que, posteriormente,
tendrán validez (validez lógica) para todos los seres que se incluyen dentro de
ese universal, y a partir de la cuál puede construirse la ciencia.
Por su parte, Ockham establece, y
pregona que el universal no existe más que en la mente humana, ocurre que éste
ni siquiera es un concepto con valor lógico. De ser un concepto con valor
lógico podríamos, predecir y caracterizar definitivamente cómo son las
entidades concretas conceptualizadas por el universal. Por ejemplo, si tenemos
el concepto de gato, y dentro de él se incluye entre otras propiedades que los
gatos son mamíferos, entonces, dado un gato cualquiera, podemos predecir por el
valor lógico del universal que tendrá que ser mamífero.
Sin embargo, Ockham señala que esto no es cierto, que la
lógica de los conceptos no pueden imponerse a la realidad, y que aunque en
nuestra lógica tal relación tiene que darse es necesario ir a la experiencia (
conocimiento intuitivo),porque sólo ésta puede decir qué existe y que no, y por
tanto podrá decir si esa relación se cumple en cada caso de gato o no lo hace; es
decir, no es el universal el que dice como tiene que ser el mundo, sino el
mundo el que dice cómo tiene que significar el universal.
Por tanto, Ockham considera que el
universal no es un concepto en el sentido dicho por el conceptualismo, sino
sólo un término, sin más valor que significar
un conjunto arbitrario de individuos. Tanto a conceptualistas como a
nominalistas se les ha señalado críticamente la dificultad de explicar cómo
hace la mente para agrupar los individuos semejantes para poder formar el
universal. El problema está en que si la mente agrupa los individuos porque
éstos tienen propiedades semejantes, entonces ya existiría una semejanza en las
cosas que sería, justamente, el universal.
De todas formas los conceptos, si
bien no tienen una realidad objetiva, si tienen una realidad subjetiva o mental
y tiende, más allá de sí, más allá del propio acto intelectual, a una realidad
significada. A esto Ockham le llama intentio (intención). Para Ockham la
lógica se encarga del estudio de las propiedades de los términos.
Los términos pueden ser, según una
vieja clasificación de Boecio, escritos, hablados y concebido (conceptos). El
término oral y escrito no significa otra cosa más que lo que voluntariamente se
establece, consiguientemente son artificiales y pueden cambiar.[3]
El término concepto es una intención
o afección del alma que significa o consignifica naturalmente algo, y como es
natural, no puede cambiar el significado a gusto de nadie sirve para ser parte
de una proposición mental y para estar en lugar de lo que significa así será un
"signum" o sea un símbolo de 1a realidad[4].
Cabe decir que, tanto las oraciones
del lenguaje, como la propia ciencia, utilizan los universales en su confección
.Sin embargo, si los universales son una construcción arbitraria, ¿qué
significan en las proposiciones? Para responder a esa pregunta Ockham establece
su teoría del significado, la cual la denomina ''suppositio",
algo que “hace las veces de...”,
Por consiguiente, al hablar de
significado bajo el espejo de Ockham, nos,
estamos refiriendo a “estar
en lugar de algo”. Por ejemplo, “Carlos llama a la puerta de la clase”,
“Carlos” estaría por la persona concreta que así se llama, “llamar” sería la
acción concreta que esa persona hizo, es decir golpear con los nudillos la
puerta de la clase, y “puerta de la clase” estaría por el objeto físico y
concreto correspondiente. Es decir, el término está puesto en lugar del objeto,
o conjunto de objetos, a los que representa, y puede significarlos –estar en lugar
de ellos- de tres modos distintos.
El primero es el significado material, se
refiere a un término empleado como signo verbal o escrito, que
ocurre cuando el término está en lugar de sí mismo, se pone por sí mismo. Como
por ejemplo en la proposición “el hombre es una palabra bisílaba”, donde
“hombre” no significa más que la propia palabra, ya que no se dice ahí que
ningún ser humano sea “bisílabo”, sino que lo es la palabra.
La significación personal cuando
se refiere a algo real y concreto, es decir, ocurre
cuando el término está en lugar de las cosas a las que se refiere, se pone por
las cosas significadas. Por ejemplo en “el hombre corre”, dicho en referencia a
una persona concreta que corre, el término “hombre” no supone la palabra, ya
que la palabra no corre, sino que supone –se pone- por un hombre determinado
que es el que corre. Y por último se encuentra la significación simple,
el término está en lugar del concepto pero no tomado en su significado, en la que se refiere a un conjunto de individuos,
y se pone por algo que todos tienen en común. Como cuando se dice “el hombre es
especie”, o “el hombre es animal”, donde “hombre” está por aquello de común
presentan todos y cada uno de los hombres. [5]
Ahora bien, ¿cómo puede un término
ponerse por una pluralidad de individuos cuando los individuos no tienen en la
realidad nada en común que los agrupe?
Para
responder a esta cuestión Ockham explica que los objetos pueden ser percibidos
de forma confusa; percibimos confusamente cuando no podemos distinguir el
singular de que se trata. Por ejemplo cuando, en la distancia, vemos que se
acerca una persona pero no somos capaces de reconocer de qué persona se trata.
En esas circunstancias podríamos
decir que percibimos una persona, y “persona” significaría –se pone por- un ser
humano confusamente conocido. Y de esta manera pasa con los universales. Sólo
existen realidades concretas, pero éstas pueden ser confusamente conocidas, y
es en esa confusión que aparece el universal. Éste vale para muchos individuos
en tanto que no podemos precisar qué individuo es, aunque podamos precisar
muchos individuos que no son. No podemos saber si quien viene es Luis, o
Samuel, pero sabemos que no es un elefante, una vaca, o un lápiz.
Por consiguiente, el significado simple
de los términos –el universal- viene a ser algo común que tienen los individuos
al ser confusamente conocidos. No es algo común que tengan en la realidad los
individuos, sino algo común que aparece debido a la percepción confusa del
singular.
Para Ockham el universal es un
concepto de la mente, es decir, con el cual elaboramos los términos de las
proposiciones y con éstas construimos la ciencia. El concepto no es un signo
convencional, sino natural. Por tanto no esta librado al arbitrio de los hombres
y de las diferentes culturas como si lo están los lenguajes escritos y orales,
sino que es una reacción espontanea del alma (intelecto) frente a la cosa.
Por tanto, el pensamiento responde
ante la realidad a través de signos, y es capaz de construir un saber científico
con conceptos y leyes universales, porque hay signos que tienen una capacidad
significativa que no se limita a un solo individuo y consecuentemente representan
a una pluralidad de ellos. No olvidemos que se está dando un giro desde la trascendencia
a la inmanencia que implica darle más auge y autonomía a la razón para
descubrir las cosas, a la ciencia frente a la fe.
En este sentido, Okcham critica a la
metafísica tradicional bajo el espectro del significado, partiendo de la idea de
la suppositio simple, es lógico que Ockham rechace toda la teoría
aristotélico-tomista sobre la sustancia. Una cosa existe si se tiene una
intuición de 1a misma. De la sustancia no se tiene un conocimiento intuitivo,
luego no existe Sólo se tiene un conocimiento intuitivo de los accidentes,
luego sólo éstos existen, es decir son reales.
Afirma Okhcam que no conocemos el fuego en sí mismo, sino el
calor que es un accidente del fuego; por eso no tenemos de la sustancia más que
conceptos connotativos, como “el ser que subsiste por sí” o “el ser que no
existe en otro” o que “es sujeto de los accidentes”. No es, por tanto, más que
el sustrato desconocido de las Algo parecido pasaría con otro concepto
metafísico fundamental: la causa. Se conocen fenómenos, pero no causas.
Lo propio pasaría con los conceptos tomistas de esencia y existencia.
Nuestro autor (Ockham) afirma que el
ser y la cosa coinciden, es decir que la existencia no sobreviene a la esencia
de una cosa como si la esencia fuese la potencia y la existencia el acto de esa
potencia, sino que pertenece sin más a la cosa misma en cuanto cosa real. Si se
niegan todos los principios metafísicos tradicionales, también es lógico que Ockham
niegue cualquier prueba sobre la demostración de la existencia de Dios que
esté apoyada en tales principios
Es necesario considerar que, la
concepción nominalista conceptualista de Guillermo de Ockham niega el universal
como algo real y lo relega a la significación de los conceptos mentales,
singulares ellos mismos por su propia constitución ontológica, pero universales
por su significación. La noción de signo Ockamista se comprende que el concepto
mental es un signo natural y universal, sin apelar a la noción de concepto
objetivo del realismo. Por otro lado, vemos como Okcham intentará rescatar a
toda costa la realidad y la contingencia.
En definitiva, los conceptos son
universales porque señalan una multitud de individuos semejantes entre sí. Por
más que consideremos a los conceptos en sí mismo no podemos decir que sean
universales porque son una huella de la cosa, tan individual como cualquier
otra huella, y solo universal por significación. Cabe decir, que la respuesta
de Ockham al problema de los universales es que los universales son términos
que significan cosas individuales y que las representan en las proposiciones.
Solamente existen las cosas individuales; y por el mero hecho de que una cosa
exista es individual. No hay ni puede haber universales existentes. Afirmar la
existencia extramental de los universales es cometer la insensatez de afirmar
una contradicción, porque si el universal existe, ha de ser individual.
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