jueves, 23 de marzo de 2017

LAS DIMENSIONES DEL SER DOCENTE



MSc. Simón Alvarado




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           Todos los seres humanos necesitamos una brújula que guíe y oriente nuestra existencia. Eso es precisamente la ética: un saber que orienta la acción humana para la búsqueda de todo aquello que es bueno, bello y justo. Necesitamos lo que Victor Frankl (1991), padre de la logoterapia,  define como “sentido”. La vida cobra más sentido cuanto más difícil se hace. Los docentes estamos llamados a ser “logo educadores”, es decir, personas que educan en la búsqueda del sentido de la vida, iluminando los ambientes en los cuales se desata lenta e intrincadamente la cotidianeidad. La educación tiene una función terapéutica en cuanto un servicio que tiene como tareas fundamentales cuidar, enseñar, instruir, curar.

            Para la UNESCO educar es humanizar. Los docentes somos entonces constructores de humanidad y formadores de conciencia. “Nacemos humanos, pero eso no basta, tenemos también que llegar a serlo”. (Graham Green). Sin la educación el ser humano sería incompleto. Le faltaría lo más importante, aquello que lo define como humano. Tal como lo señaló Jacques Delors la educación encierra un tesoro. La educación es todo lo que la Humanidad ha aprendido sobre sí misma. Somos custodios de un legado cultural, intelectual y espiritual que ha llegado a nosotros para ser transmitido con mística y pasión.

            Reflexionar sobre el ser docente significa echar una mirada a lo que somos y hacemos con el fin de revisar nuestra pedagogía, opciones de vida, vocación, sentido de nuestras vidas y las motivaciones que nos mueven a actuar. Esta reflexión debe ser permanente para que nuestra acción educativa no se convierta en algo rutinario sino más bien en el ejercicio de la virtud, es decir, la repetición constante de un acto bueno.

La areté educativa consiste en ejercer la docencia de un modo elevado, sublime y trascendente. Debemos ser competentes como profesionales formados en las ciencias de la educación, pero lo más importante es sobre todo ser buenas personas. La pericia técnica y profesional sino va a acompañada de la bondad y la virtud se convierte en algo vacío.

            Si analizamos la docencia desde una perspectiva filosófica tenemos que acudir necesariamente a la antropología y la ética. La antropología nos ubica en el plano de la pregunta por el ser humano, su esencia y existencia, su devenir histórico y el sentido de la vida. La ética nos ayuda a entender la acción humana, el uso de la libertad, la formación del carácter y la conducción de nuestra existencia. Dentro de la ética se destaca la axiología o teoría de los valores. No hay educación sin valores porque la acción educativa no puede permanecer neutral ante cuestiones como el bien y el mal.

            Ubicados en una antropo-ética nos disponemos a reflexionar sobre las dimensiones del ser docente: la dimensión personal, para responder a la pregunta de quiénes somos y cuál es nuestra puesto en el mundo; la dimensión profesional, para responder a la pregunta sobre lo específico de la profesión docente y la dimensión ética, para responder a la pregunta sobre los valores que sustentan y dan sentido a la profesión docente.

1) Dimensión personal. Somos, en primer lugar, personas, seres humanos que compartimos la humana condición. “¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para darle poder?. Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y de dignidad.” (Salmo 8). El ser humano es persona. Boecio define a la persona como “sustancia individual de naturaleza racional”.La racionalidad, la libertad, la autonomía y la trascendencia son características de la persona humana.

Una educación personalista coloca al ser humano como centro de su preocupación e interés con la certeza que cada ser humano es único, singular e irrepetible. Está llamado a la autorrealización y la plenitud, a conocer la verdad y la felicidad. La persona está esencialmente ordenada a la relación interpersonal, familiar y social. La persona se realiza a sí misma en la donación, diálogo y comunión con las demás personas.
            “El hombre es persona. Ser espiritual subsistente. Ser dueño de sus actos. Ser que se posee a sí mismo. Ser dotado de intimidad, de mismidad, y, en ese sentido, ser en sí y para sí. Ser que precisamente porque se posee a sí mismo, porque está dotado de intimidad puede entregarse sin alejarse de sí. Ser, en consecuencia abierto, hecho para la comunicación. Ser para el otro. Ser capaz de darse a otro y capaz de recibir a otro, ya que recibir no es, en el fondo, otra cara del darse”. (José Luis Illanes).

            Este autor define a la persona como un ser espiritual, un espíritu encarnado. Un ser además dotado de intimidad que está relacionado con el pudor. Un ser capaz de amar y de ser amado. Un animal simbólico que se comunica a través del lenguaje. Un ser que se dona, que se entrega al otro para alcanzar la plenitud. Precisamente, una de las dimensiones más significativas de la persona humana es su capacidad de amar.

Decía el gran filósofo danés Soren Kierkegaard: “Engañarse respecto al amor es la pérdida más espantosa, es una pérdida eterna, para lo que no existe compensación ni en el tiempo ni en la eternidad”. El hombre es el único ser capaz de amar y ser amado. Pero esta capacidad de amar se revela, en primer lugar,  como un amor de amistad; en un nivel más íntimo como un amor esponsal;  y en la cúspide como un amor de donación y de entrega. La manifestación más alta del amor humano es el ágape, amor total y abnegado. “Nadie tiene amor  más grande que el que da la vida por sus amigos”. (Jn. 15,13).

            Pero, ¿en qué consiste amar?.  Aristóteles en la Retórica nos dice que “amar es querer el bien para el otro”. Según Dostoievsky el infierno es el dolor de no poder amar. El filósofo español Tomas Melendo en su obra Comprender al Amor, afirma lo siguiente: “Amar es apuntalar con todo nuestro ser —entendimiento, voluntad, afectividad, actitudes, habilidades, posesiones, capacidad de entrega y servicio…— el ser de la persona a la que queremos: derramar, volcar cuanto somos, sentimos, podemos, anhelamos y tenemos en apoyo de quien amamos, con el fin de que éste se despliegue y desarrolle hasta su culmen perfectivo”.

            El principio del amor-amabilidad sigue siendo hoy central en la educación. Y no existe un camino más válido para lograr la madurez afectiva que la experiencia de ser amados en el tiempo oportuno con amor-ternura. Quien ha sufrido en este campo, sólo mediante una amistad profunda puede liberar las energías de amor.  

Educar es un acto de amor. En este sentido, Perez Esclarín (2013) señala lo siguiente: “En educación es imposible ser efectivo sin ser afectivo. No es posible  calidad sin calidez. Ningún método, ninguna técnica, ningún currículo por abultado que sea, puede reemplazar al afecto en educación. Amor se escribe con “a” de ayuda, apoyo, ánimo, aliento,  asombro, acompañamiento, amistad. El educador es un amigo que ayuda a cada alumno, especialmente a los más carentes y necesitados, a superarse, a crecer, a ser mejores”. Es muy importante que nuestros estudiantes se sientan valorados, aceptados y seguros.

            Otra característica de la persona humana es su dignidad, unicidad y singularidad. La dignidad constituye una especie de preeminencia, de bondad o de categoría superior, en virtud de la cual algo destaca, se señala o eleva por encima de otros seres, carentes de tan excelso valor. Para nuestra labor como docentes esto significa, en relación con nuestros educandos, hacerlos conscientes de la intrínseca y constitutiva valía que todos poseen, con independencia de sus circunstancias concretas; animarlos a cultivar su riqueza interior; insistirles en que ahí radica el hontanar de su grandeza. Cada ser humano es único, singular e irrepetible. Para la educación significa que estamos frente a alguien no algo; frente a un sujeto y no un objeto; frente a un fin en sí mismo y no un simple medio o instrumento.

            II) Dimensión Profesional. La vocación educativa —la voz interior que puede reclamar a todo educador— es, así, custodiar la presencia de la humanidad en cada uno.          El docente es pues un custodio de la humanidad. Para Emmanuel Levinas la acción educativa es una relación de alteridad, una relación con el otro,—el rostro—, la palabra que viene de fuera, que habla en imperativo y que me demanda una responsabilidad más allá de todo pacto y de todo contrato.

            El educador puede hacer mucho sí, más que prestar atención al cambio del otro, se dedica a su propio cambio, al desarrollo de sí de sus zonas profundas, de las riquezas de su ser, para convertirse en una persona sólida, amante, comprensiva, respetuosa, libre y cercana, serena y pacificadora, armónica. Entonces se produce una especie de contagio de ser y de vida: la vida libera vida, el amor libera amor, el ser hace crecer. Es una espiral sin fin que va hacia un infinito de vida en continua expansión que coincide con la experiencia religiosa del absoluto profundo de Dios.

            Hoy día parece que la raíz de la crisis de las instituciones educativas es una enfermedad motivacional. El malestar docente es un hecho. Se ha perdido el sentido, se han debilitado las razones pedagógicas de la propia identidad. La educación requiere lo mejor del educador, corazón y mente. Ser educador hoy requiere una "opción de vida" requiere que este haga de su tarea educativa la propia razón de ser. Las exigencias y responsabilidades que se le plantean al educador son insoslayables, entre ellas destacamos:

La de ser poseedor y portador de una oferta axiológica.
Presencia y cercanía afectiva, interés y capacidad de encuentro interpersonal.
Coherencia entre los valores proclamados, pensados y vividos.
Ausencia de ambigüedades o silencios, escucha respetuosa y apertura al diálogo.
Honradez para vivenciar sus valores sin intento de manipulación.
Respetuoso de la libertad del educando.
Estimulador y motivador en los alumnos de la capacidad de compromiso con los valores asumidos.
Abierto, capaz de asumir todos los valores plenamente humanos.
Capaz de expresar los valores mediante signos y gestos actuales, legibles y vigentes.
Tolerante con el pluralismo de manifestaciones de modos de ser.
Libre o con capacidad de hacer opciones sabiendo por qué y para qué los hace, adherirse a valores y fidelidades que valen más que la vida, luchar, denunciar situaciones injustas.
Conocedor y facilitador del proceso.
Conocedor de las alternativas metodológicas. Un educador para momentos de crisis es un experto que domina el proceso: sabe de caminos; pero además es realista y con los pies muy en la tierra. Tiene el gesto adecuado, el ritmo conveniente, la palabra y el momento oportunos. Es un artesano de la construcción de personas.

III) Dimensión ética
La educación forma parte de las profesiones en las cuales son importantes la iniciativa, la responsabilidad, la dedicación y el compromiso, además por supuesto, de la competencia. Toda profesión exige además de competencia profesional, valores éticos.

Siguiendo la tradición filosófica griega, en la línea platónica, podemos afirmar que la pasión por la verdad, la belleza y el bien son los núcleos de la profesión docente. El fin de la educación no es formar técnicos y especialistas sino abrir al niño y al joven a la verdad, a la bondad y a la belleza.

En su obra El Valor de Educar, Fernando Savater (1997) señala con acierto que la educación es valiosa y válida, pero también que es un acto de coraje, un paso al frente de la valentía humana. Los cobardes o recelosos deben abstenerse de ser docentes. La educación es la tarea más sujeta a quiebras psicológicas, a depresiones, a desalentada fatiga acompañada por la sensación de sufrir abandono en una sociedad exigente pero desorientada.    

En Educar Para Humanizar Antonio Pérez Esclarín (2004), afirma que la educación debe recobrar su dimensión profética. Hombres y mujeres que levanten sus gritos y sacudan tanta modorra, tanta mediocridad, tanto descompromiso. “El objetivo esencial de toda auténtica educación no puede ser otro que recuperar la dignidad de las personas y enseñar a vivir humanamente. Vivir es hacerse, construirse, inventarse, desarrollar la semilla de uno mismo hasta alcanzar la cumbre de sus potencialidades. En el corazón de una cultura de violencia y de muerte, es necesario educar para el amor, que es educar para la libertad, para la liberación de uno mismo liberando a los demás”.

En la Familiaris consortio (1982) Juan Pablo II señala el papel de padres en la educación sexual de sus hijos: “Por los vínculos estrechos que hay entre la dimensión sexual de la persona y sus valores éticos, esta educación debe llevar a los hijos a conocer y estimar las normas morales como garantía necesaria y preciosa para un crecimiento personal y responsable en la sexualidad humana”.

Kohlberg (1981), plantea que el desarrollo moral, va vinculado al desarrollo psicológico de la persona, lo que significa que sin desarrollo psicológico no hay desarrollo moral. Un doble desarrollo que puede perfectamente ser trasladado a la práctica docente, de cualquier sociedad ya que presenta esquemas universales de razonamiento.

            IV) Conclusión
En nuestro mundo, que oscila entre la modernidad y la postmodernidad, los educadores debemos recuperar la alegría y la fiesta sin renunciar al compromiso, debemos tocar "la trompeta llamando lo mismo a la alegría que a la batalla" como decían los soldados en el "Fausto" de Goethe. Nuestra tarea será ayudar a integrar el compromiso y la alegría de vivir.

Función de los educadores, en la actualidad, será hacer descubrir que el ser humano no es sólo "homo faber", obsesionado por el rendimiento, el esfuerzo, la eficacia, la rentabilidad sino también "homo ludens", abierto a la gratuidad, al sentido abierto de la vida, y por tanto, puede y debe también realizarse en al juego, y en el ocio.

Tarea de los educadores será ayudar a integrar lo mejor de la modernidad y lo mejor de la postmodernidad. Enseñar a pensar y a sentir, (razón y amor). El motivo corriente de la mayoría de los actos morales no es la razón sino un sentimiento: simpatía, amor, respeto. Para nosotros sólo es real lo que nos interesa; la realidad de un objeto se mide por el eco que despierta en la esfera afectiva. Pero no se trata de sustituir el monopolio moderno de la razón por el postmoderno del sentimiento.

Otra de las urgentes tareas del educador hoy sería enseñar a vivir lo permanente en medio de lo efímero a través del diálogo como alternativa frente a la intolerancia y al relativismo. Cuando no hay certezas absolutas y no se tienen asideros, se maneja un equivocado concepto de libertad. Es necesario abogar por una educación en valores donde el hilo conductor es la libertad.

Por último, otro de los grandes desafíos que se le presenta al educador hoy y que es urgente resolver es educar en la fe de forma nueva, incidiendo en aquellos aspectos que conectan con la sensibilidad cultural de hoy. En la época del racionalismo la fe se identificaba con la aceptación intelectual de determinadas creencias. Hoy se trata de valorizar mas el mundo de la experiencia y el silencio meditativo en nuestro acercamiento a Dios, ante el cual, todo nuestro saber será siempre incierto; de ahí la revalorización de una teología narrativa, como consecuencia de la experiencia de Dios. La fuerte desconfianza de los individuos postmodernos frente a cualquier norma ética debe invitarnos a redescubrir la libertad de los hijos de Dios, postulando un cristianismo festivo. La sensibilidad postmoderna nos invita a recuperar las dimensiones festivas de la fe.

Mi palabra final es de aliento y de esperanza. En su Pedagogía de la Esperanza (1997) Paulo Freire nos ofrece estas reflexiones:

                El “cansancio existencial” es la pérdida de toda esperanza, el sueño y la utopía son indispensables para el educador y educadora, que a través del análisis deben descubrir y transmitir las posibilidades para la esperanza, la expectativa de cambio, dado que sin ella no se lucha para cambiar las cosas.

            Cuando la persona se sumerge en sí misma perdiendo toda esperanza sus ganas de luchar se ven mermadas o desaparecen. La esperanza es además una virtud cardinal junto a la fe y la caridad. Lo contrario es la desesperanza y el desánimo. Somos sembradores de una semilla que necesita un poco de tiempo para germinar y dar frutos.
                       

1 comentario:

  1. Ponencia presentada en la IV Jornada de Filosofía. La filosofía y la Profesión Docente en FACE, UC

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