MSc.
Simón Alvarado
Correo:
alvaradomonta@hotmail.com
Todos los seres humanos necesitamos una brújula que guíe
y oriente nuestra existencia. Eso es precisamente la ética: un saber que
orienta la acción humana para la búsqueda de todo aquello que es bueno, bello y
justo. Necesitamos lo que Victor Frankl (1991), padre de la logoterapia, define como “sentido”. La vida cobra más sentido cuanto más
difícil se hace. Los docentes estamos llamados a ser “logo educadores”, es
decir, personas que educan en la búsqueda del sentido de la vida, iluminando
los ambientes en los cuales se desata lenta e intrincadamente la cotidianeidad.
La educación tiene una función
terapéutica en cuanto un servicio que tiene como tareas fundamentales cuidar,
enseñar, instruir, curar.
Para
la UNESCO educar es humanizar. Los
docentes somos entonces constructores de humanidad y formadores de conciencia.
“Nacemos humanos, pero eso no basta, tenemos también que llegar a serlo”.
(Graham Green). Sin la educación el ser humano sería incompleto. Le faltaría lo
más importante, aquello que lo define como humano. Tal como lo señaló Jacques
Delors la educación encierra un tesoro.
La educación es todo lo que la Humanidad ha aprendido sobre sí misma. Somos
custodios de un legado cultural, intelectual y espiritual que ha llegado a nosotros
para ser transmitido con mística y pasión.
Reflexionar sobre el ser docente significa echar una
mirada a lo que somos y hacemos con el fin de revisar nuestra pedagogía,
opciones de vida, vocación, sentido de nuestras vidas y las motivaciones que
nos mueven a actuar. Esta reflexión debe ser permanente para que nuestra acción
educativa no se convierta en algo rutinario sino más bien en el ejercicio de la
virtud, es decir, la repetición constante de un acto bueno.
La areté
educativa consiste en ejercer la docencia de un modo elevado, sublime y
trascendente. Debemos ser competentes como profesionales formados en las
ciencias de la educación, pero lo más importante es sobre todo ser buenas
personas. La pericia técnica y profesional sino va a acompañada de la bondad y
la virtud se convierte en algo vacío.
Si analizamos la
docencia desde una perspectiva filosófica tenemos que acudir necesariamente a
la antropología y la ética. La antropología nos ubica en el
plano de la pregunta por el ser humano, su esencia y existencia, su devenir
histórico y el sentido de la vida. La ética nos ayuda a entender la acción
humana, el uso de la libertad, la formación del carácter y la conducción de
nuestra existencia. Dentro de la ética se destaca la axiología o teoría de los
valores. No hay educación sin valores porque la acción educativa no puede
permanecer neutral ante cuestiones como el bien y el mal.
Ubicados en una
antropo-ética nos disponemos a reflexionar sobre las dimensiones del ser
docente: la dimensión personal, para
responder a la pregunta de quiénes somos y cuál es nuestra puesto en el mundo;
la dimensión profesional, para
responder a la pregunta sobre lo específico de la profesión docente y la dimensión ética, para responder a la
pregunta sobre los valores que sustentan y dan sentido a la profesión docente.
1) Dimensión personal. Somos, en primer
lugar, personas, seres humanos que compartimos la humana condición. “¿Qué es el hombre para que te acuerdes de
él, el ser humano para darle poder?. Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo
coronaste de gloria y de dignidad.” (Salmo 8). El ser humano es persona.
Boecio define a la persona como “sustancia individual de naturaleza racional”.La
racionalidad, la libertad, la autonomía y la trascendencia son características
de la persona humana.
Una educación personalista coloca al ser
humano como centro de su preocupación e interés con la certeza que cada ser
humano es único, singular e irrepetible. Está llamado a la autorrealización y
la plenitud, a conocer la verdad y la felicidad. La persona está esencialmente
ordenada a la relación interpersonal, familiar y social. La persona se realiza
a sí misma en la donación, diálogo y comunión con las demás personas.
“El hombre es persona. Ser espiritual subsistente.
Ser dueño de sus actos. Ser que se posee a sí mismo. Ser dotado de intimidad,
de mismidad, y, en ese sentido, ser en sí y para sí. Ser que precisamente
porque se posee a sí mismo, porque está dotado de intimidad puede entregarse
sin alejarse de sí. Ser, en consecuencia abierto, hecho para la comunicación.
Ser para el otro. Ser capaz de darse a otro y capaz de recibir a otro, ya que
recibir no es, en el fondo, otra cara del darse”. (José Luis Illanes).
Este autor define a la persona como un ser espiritual, un
espíritu encarnado. Un ser además dotado de intimidad que está relacionado con
el pudor. Un ser capaz de amar y de ser amado. Un animal simbólico que se
comunica a través del lenguaje. Un ser que se dona, que se entrega al otro para
alcanzar la plenitud. Precisamente, una de las dimensiones más significativas
de la persona humana es su capacidad de amar.
Decía
el gran filósofo danés Soren Kierkegaard: “Engañarse
respecto al amor es la pérdida más espantosa, es una pérdida eterna, para lo
que no existe compensación ni en el tiempo ni en la eternidad”. El hombre
es el único ser capaz de amar y ser amado. Pero esta capacidad de amar se revela,
en primer lugar, como un amor de amistad;
en un nivel más íntimo como un amor esponsal; y en la cúspide como un amor de donación y de
entrega. La manifestación más alta del amor humano es el ágape, amor total y abnegado. “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus
amigos”. (Jn. 15,13).
Pero, ¿en qué
consiste amar?. Aristóteles en la
Retórica nos dice que “amar es querer el bien para el otro”. Según Dostoievsky
el infierno es el dolor de no poder amar. El filósofo español Tomas Melendo en
su obra Comprender al Amor, afirma lo
siguiente: “Amar es apuntalar con todo nuestro ser —entendimiento, voluntad,
afectividad, actitudes, habilidades, posesiones, capacidad de entrega y
servicio…— el ser de la persona a la que queremos: derramar, volcar cuanto
somos, sentimos, podemos, anhelamos y tenemos en apoyo de quien amamos, con el
fin de que éste se despliegue y desarrolle hasta su culmen perfectivo”.
El principio del amor-amabilidad
sigue siendo hoy central en la educación. Y no existe un camino más válido
para lograr la madurez afectiva que la experiencia de ser amados en el tiempo
oportuno con amor-ternura. Quien ha sufrido en este campo, sólo mediante una
amistad profunda puede liberar las energías de amor.
Educar es
un acto de amor. En este sentido, Perez Esclarín (2013) señala
lo siguiente: “En educación es imposible ser efectivo sin ser afectivo. No es
posible calidad sin calidez. Ningún método, ninguna técnica, ningún
currículo por abultado que sea, puede reemplazar al afecto en educación. Amor
se escribe con “a” de ayuda, apoyo, ánimo, aliento,
asombro, acompañamiento, amistad. El educador es un amigo que ayuda a cada
alumno, especialmente a los más carentes y necesitados, a superarse, a crecer,
a ser mejores”. Es muy
importante que nuestros estudiantes se sientan valorados, aceptados y seguros.
Otra característica
de la persona humana es su dignidad, unicidad y singularidad. La
dignidad constituye una especie
de preeminencia, de bondad o de categoría superior, en virtud de la cual algo
destaca, se señala o eleva por encima de otros seres, carentes de tan excelso
valor. Para nuestra labor como docentes esto significa, en relación con
nuestros educandos, hacerlos conscientes de la intrínseca y constitutiva valía
que todos poseen, con independencia de sus circunstancias concretas; animarlos
a cultivar su riqueza interior; insistirles en que ahí radica el hontanar de su
grandeza. Cada ser humano es único, singular e irrepetible. Para la educación
significa que estamos frente a alguien no algo; frente a un sujeto y no un
objeto; frente a un fin en sí mismo y no un simple medio o instrumento.
II) Dimensión
Profesional. La vocación educativa
—la voz interior que puede reclamar a todo educador— es, así, custodiar
la presencia de la humanidad en cada uno. El docente es pues un custodio de la humanidad. Para
Emmanuel Levinas la acción educativa es
una relación de alteridad, una relación con el otro,—el rostro—,
la palabra que viene de fuera, que habla en imperativo y que me demanda una responsabilidad
más allá de todo pacto y de todo contrato.
El educador puede hacer
mucho sí, más que prestar atención al cambio del otro, se dedica a su propio
cambio, al desarrollo de sí de sus zonas profundas, de las riquezas de su ser,
para convertirse en una persona sólida, amante, comprensiva, respetuosa, libre y
cercana, serena y pacificadora, armónica. Entonces se produce una especie de
contagio de ser y de vida: la vida libera vida, el amor libera amor, el ser
hace crecer. Es una espiral sin fin que va hacia un infinito de vida en
continua expansión que coincide con la experiencia religiosa del absoluto
profundo de Dios.
Hoy día parece que la raíz
de la crisis de las instituciones educativas es una enfermedad motivacional. El
malestar docente es un hecho. Se ha perdido el sentido, se han debilitado las
razones pedagógicas de la propia identidad. La educación requiere lo mejor del
educador, corazón y mente. Ser educador hoy requiere una "opción de
vida" requiere que este haga de su tarea educativa la propia razón de ser.
Las exigencias y responsabilidades que se le plantean al educador son insoslayables,
entre ellas destacamos:
La de ser poseedor y portador de una oferta axiológica.
Presencia y cercanía afectiva, interés y capacidad de encuentro interpersonal.
Coherencia entre los valores proclamados, pensados y
vividos.
Ausencia de ambigüedades o silencios, escucha respetuosa y apertura al diálogo.
Honradez para
vivenciar sus valores sin intento de manipulación.
Respetuoso de la libertad del educando.
Estimulador y motivador en los alumnos de la capacidad de compromiso con los
valores asumidos.
Abierto, capaz
de asumir todos los valores plenamente humanos.
Capaz de expresar los valores mediante signos y gestos actuales, legibles y vigentes.
Tolerante con el
pluralismo de manifestaciones de modos de ser.
Libre o con
capacidad de hacer opciones sabiendo por qué y para qué los hace, adherirse a
valores y fidelidades que valen más que la vida, luchar, denunciar situaciones
injustas.
Conocedor y facilitador del proceso.
Conocedor de las alternativas metodológicas. Un educador para momentos de crisis es un experto que
domina el proceso: sabe de caminos; pero además es realista y con los pies muy
en la tierra. Tiene el gesto adecuado, el ritmo conveniente, la palabra y el
momento oportunos. Es un artesano de la construcción de personas.
III) Dimensión ética
La educación
forma parte de las profesiones en las cuales son importantes la iniciativa, la
responsabilidad, la dedicación y el compromiso, además por supuesto, de la
competencia. Toda profesión exige además de competencia profesional, valores
éticos.
Siguiendo
la tradición filosófica griega, en la línea platónica, podemos afirmar que la
pasión por la verdad, la belleza y el bien son los núcleos de la profesión
docente. El fin de la educación no es formar técnicos y especialistas sino
abrir al niño y al joven a la verdad, a la bondad y a la belleza.
En
su obra El Valor de Educar, Fernando
Savater (1997) señala con acierto que la educación es valiosa y válida, pero
también que es un acto de coraje, un paso al frente de la valentía humana. Los
cobardes o recelosos deben abstenerse de ser docentes. La educación es la tarea
más sujeta a quiebras psicológicas, a depresiones, a desalentada fatiga
acompañada por la sensación de sufrir abandono en una sociedad exigente pero
desorientada.
En Educar Para Humanizar Antonio Pérez
Esclarín (2004), afirma que la educación debe recobrar su dimensión profética.
Hombres y mujeres que levanten sus gritos y sacudan tanta modorra, tanta
mediocridad, tanto descompromiso. “El objetivo esencial de toda auténtica
educación no puede ser otro que recuperar la dignidad de las personas y enseñar
a vivir humanamente. Vivir es hacerse, construirse, inventarse, desarrollar la
semilla de uno mismo hasta alcanzar la cumbre de sus potencialidades. En el
corazón de una cultura de violencia y de muerte, es necesario educar para el amor, que es educar para
la libertad, para la liberación de uno mismo liberando a los demás”.
En
la Familiaris consortio (1982) Juan Pablo II señala el papel de padres en la
educación sexual de sus hijos: “Por los vínculos estrechos que hay entre la
dimensión sexual de la persona y sus valores éticos, esta educación debe llevar
a los hijos a conocer y estimar las normas morales como garantía necesaria y
preciosa para un crecimiento personal y responsable en la sexualidad humana”.
Kohlberg (1981), plantea que el desarrollo moral,
va vinculado al desarrollo psicológico de la persona, lo que significa que sin
desarrollo psicológico no hay desarrollo moral. Un doble desarrollo que puede
perfectamente ser trasladado a la práctica docente, de cualquier sociedad ya
que presenta esquemas universales de razonamiento.
IV) Conclusión
En nuestro mundo, que oscila entre la modernidad y la
postmodernidad, los educadores debemos recuperar la alegría y la fiesta sin
renunciar al compromiso, debemos tocar "la trompeta llamando lo mismo a la
alegría que a la batalla" como decían los soldados en el
"Fausto" de Goethe. Nuestra tarea será ayudar a integrar el
compromiso y la alegría de vivir.
Función de los educadores, en la actualidad, será hacer
descubrir que el ser humano no es sólo "homo faber",
obsesionado por el rendimiento, el esfuerzo, la eficacia, la rentabilidad sino
también "homo ludens", abierto a la gratuidad, al sentido
abierto de la vida, y por tanto, puede y debe también realizarse en al juego, y
en el ocio.
Tarea de los educadores será ayudar a integrar lo mejor
de la modernidad y lo mejor de la postmodernidad. Enseñar a pensar y a
sentir, (razón y amor). El motivo corriente de la mayoría de los actos
morales no es la razón sino un sentimiento: simpatía, amor, respeto. Para
nosotros sólo es real lo que nos interesa; la realidad de un objeto se mide por
el eco que despierta en la esfera afectiva. Pero no se trata de sustituir el
monopolio moderno de la razón por el postmoderno del sentimiento.
Otra de las urgentes tareas del educador hoy sería enseñar
a vivir lo permanente en medio de lo efímero a través del diálogo como
alternativa frente a la intolerancia y al relativismo. Cuando no hay certezas
absolutas y no se tienen asideros, se maneja un equivocado concepto de
libertad. Es necesario abogar por una educación en valores donde el hilo
conductor es la libertad.
Por último, otro de los grandes desafíos que se le
presenta al educador hoy y que es urgente resolver es educar en la fe de forma
nueva, incidiendo en aquellos aspectos que conectan con la sensibilidad
cultural de hoy. En la época del racionalismo la fe se identificaba con la
aceptación intelectual de determinadas creencias. Hoy se trata de valorizar mas
el mundo de la experiencia y el silencio meditativo en nuestro acercamiento a
Dios, ante el cual, todo nuestro saber será siempre incierto; de ahí la
revalorización de una teología narrativa, como consecuencia de la experiencia
de Dios. La fuerte desconfianza de los individuos postmodernos frente a
cualquier norma ética debe invitarnos a redescubrir la libertad de los hijos de
Dios, postulando un cristianismo festivo. La sensibilidad postmoderna nos
invita a recuperar las dimensiones festivas de la fe.
Mi palabra final es de aliento y de esperanza. En su
Pedagogía de la Esperanza (1997) Paulo Freire nos ofrece estas reflexiones:
El
“cansancio existencial” es la pérdida de toda esperanza, el sueño y la utopía
son indispensables para el educador y educadora, que a través del análisis
deben descubrir y transmitir las posibilidades para la esperanza, la
expectativa de cambio, dado que sin ella no se lucha para cambiar las cosas.
Cuando la persona se sumerge en sí misma perdiendo toda
esperanza sus ganas de luchar se ven mermadas o desaparecen. La esperanza es
además una virtud cardinal junto a la fe y la caridad. Lo contrario es la
desesperanza y el desánimo. Somos sembradores de una semilla que necesita un
poco de tiempo para germinar y dar frutos.
Ponencia presentada en la IV Jornada de Filosofía. La filosofía y la Profesión Docente en FACE, UC
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