SER-RELACIÓN:
EN BÚSQUEDA DE NUESTRA IDENTIDAD LATINOAMERICANA
Autor: Prof. Franklin
León
Resumen
Toda cultura genera, desde
sus prácticas de vida, una filosofía, su cosmovisión del mundo, su modo de
habérselas con la realidad. Esta identidad cultural se va gestando con el
tiempo, al compartir las mismas prácticas de vida en un determinado grupo
humano través de la historia. Aquí se expresa nuestra episteme de la relación
como nuestro modo de ser, de vivir, dándole palabra a nuestra familia
matricentrada, en una filosofía que apunta pertenecer no sólo a Venezuela, sino
a parte del Caribe y de Suramérica, desde los estudios hechos por Moreno y
otros autores que lo secundan.
Palabras clave:
Ser-relación, familia Matricentrada, comunidad.
SER-LIST: IN SEARCH OF OUR LATIN AMERICAN IDENTITY
Abstract
Every culture produces, from their practice of life, a
philosophy, worldview, their way of dealing with reality. This cultural
identity it is developed over time, sharing the same practices of life in a
particular group through history. Here we express our episteme of the
relationship as our way of being, living, giving our family matricentrada word
in a philosophy that aims to belong not only Venezuela, but part of the
Caribbean and South America, from the studies by Moreno and others who back him.
Introducción:
el hombre y su mundo:
Siempre nos experimentamos y
comprendemos en un mundo humano común. La persona no es un yo aislado de todo,
que se complete y se experimente a sí mismo en la inmanencia de la propia
conciencia. Sólo en un mundo humano común la persona llega a encontrarse a sí
mismo. Sólo en la comunidad de la experiencia humana se forma y se desarrolla
la propia comprensión.
Esta experiencia indica la necesidad de un
mundo humano común, que nos llega a través de la historia, se nos da en la
comunidad y se nos revela en el lenguaje común. Sólo en esos ámbitos surge la
experiencia y comprensión de la persona. El hombre no es un sujeto sin mundo y
sin historia. Nos descubrimos a nosotros mismos en lo otro. Nos hallamos de
antemano ante una realidad, en medio de cosas y de otros hombres, que influyen
en nosotros y con los que establecemos múltiples relaciones. Nuestra existencia
está referida al mundo, al mundo de las cosas, pero sobre todo, al mundo humano
personal. Esto se aplica a nuestra misma vida corporal-biológica, sometida a
leyes físicas y químicas.
Sólo el hombre está abiertamente orientado
hacia el entorno humano. De su comunidad surge la persona y en ella crece de
forma humana o inhumana. Aprende el lenguaje de esa comunidad, adopta unas
costumbres, participa de su cultura. La vida de la persona se une al acontecer
del mundo cultural y social del mundo humano histórico.
A través de esto se
constituye nuestra propia vida íntima, nuestra vida espiritual, condicionada
por nuestro mundo. Lo que yo soy es el resultado de un constante intercambio
entre yo y el mundo. Del mundo obtenemos los contenidos de nuestro conocimiento,
salimos de nosotros mismos al mundo para entenderlo en la interioridad de
nuestra conciencia. Pero no estamos determinados por nuestro mundo de una
manera pasiva.
No somos un objeto del
mundo, sino sujetos del mundo. Tenemos un mundo propiamente humano en la medida
que nos lo ganamos y realizamos un modo de vivir. Somos seres conocedores,
amantes y actuantes en relación con el mundo. Con nuestra acción intervenimos
en la realidad exterior, conformándola. La interioridad del espíritu se
manifiesta en la exterioridad del mundo mediante el actuar humano.
El mundo de las cosas se hace un mundo humano
que el hombre configura con su acción, dándole un nuevo sentido. Por su propia
naturaleza el hombre es un ser cultural, ha de transformar su mundo hasta
hacerlo un mundo de cultura, sólo así podrá convertirlo en un espacio de vida
humano. El mundo es la totalidad de nuestro espacio de vida, nuestro horizonte
de comprensión concreto. Pre-existe a cualquier experiencia particular como un
horizonte previo a nosotros y condicionante de la existencia.
Para entender al hombre hay
que comprender el mundo del hombre. Pero no es posible captar la plenitud
completa del mundo porque cada persona tiene su propio mundo (comunidad). El
caso que nos atañe en esta reflexión es la comprensión de la cosmovisión de la
cultura venezolana desde sus prácticas de vida, develadas en el lenguaje
popular a través del estudio de las historias de vida.
Desarrollo:
nuestro ser-relación como identidad
En su obra El aro y la trama
(2005), Moreno describe el mundo de vida popular venezolano partiendo del
estudio de la familia popular venezolana, pues allí encuentra la raíz, el
origen y el trasfondo posible para comprenderlo. A ésta última la describe como
una familia matricentrada. Considera que el modelo estructural, real y
funcionante en Venezuela que define a la familia popular es el de madre e
hijos. Hay pocas excepciones, por eso presenta este modelo como una única forma
cultural de la familia popular. Aclara que la familia andina parece pertenecer
a otro modelo. En los estados andinos predomina la familia constituida por una
pareja (padre y madre) y los hijos. Aunque no es idéntica la situación en los
tres estados, considera que en el estado Trujillo hay más familias
matricentradas que en Mérida y Táchira.
Para Moreno, la peculiaridad
de la familia andina popular con respecto a otras regiones, es más formal que
estructural, ya que la presencia del padre en la familia andina le da otra
forma y acentúa la actuación masculina como dominio y ofrece a los hijos un
modelo de identificación. Refiere el autor que el modelo andino abre mayores
posibilidades para la constitución de una pareja más allá de lo formal y para
una relación padre-hijos más “sana”. Pero este modelo andino no es
sustancialmente distinto al modelo matricentrado, donde el padre está ausente
en la convivencia concreta de la familia, muchas veces externa a ella o con un
rol asignado por la misma cultura.
La familia popular
venezolana:
Aparece constituida en su
estructura central, original y originante, por la vivencia convivida, por la
convivencia, de una madre y sus hijos. No hay realmente padre en ella, aún en
el caso de que esté físicamente presente. Su ausencia consiste en que no ejerce
ninguna función familiar, esto es, del centro-familia, en ella (p. 424).
Pero este modelo no es
exclusivo de Venezuela, para este autor se extiende por todo el Caribe, y tiene
orígenes hispanos, culturales y étnicos, que profundiza en la obra citada.
Seguidamente define matricentralidad,
argumentando que le interesa destacar con este término que:
La madre es el punto de
confluencia y de producción de los vínculos, matriz generadora de la estructura
familiar y lugar humano del sentido… Este modelo familiar, como cualquier otro
se estructura y se fija una vez que sobre la praxis de vida de un grupo humano
se ha constituido una simbólica común, un habitud a la realidad y una episteme
(p. 425).
La familia, pues, en este
modelo venezolano, está constituida por una mujer madre con sus hijos. La misma
historia de la nación, considera Moreno, ha hecho de la madre popular una mujer
sin hombre o una mujer sin pareja, si se recuerda la época de colonización
española y de mestizaje, donde el español dejaba embarazada a la indígena o a
la negra, o cualquier otra mujer distinta a su origen étnico, y la abandonaba
con sus hijos.
En esas condiciones llega a
nuestros días. Los españoles no asumían obligaciones familiares formales, pues
en la época de la conquista necesitaban de cierta movilidad. La mujer española,
afirma, era costosa y exigía seguridad, las otras estirpes raciales eran menos
exigentes. En la actualidad, según los estudios de historias de vida hechos, se
afirma que las necesidades básicas de la mujer popular venezolana, cuya
satisfacción normalmente debería estar en la pareja, no tienen satisfacción por
esa vía.
Afirma el autor que esa satisfacción no
lograda en la pareja se vuelca hacia el hijo. “Sólo en él hallarán cumplimiento
las necesidades de seguridad, de afecto sólido y prolongado, econó- micas, de
protección, de reconocimiento y aceptación, de dignidad y consideración, de
comunicación e intercambio” (p. 430).
La trama de relaciones
anterior a ella le tiene asignado una función determinante a la mujer: ser
madre. Por eso la mujer y su hijo, continúa el autor, se integran en una unidad
de destino y sentido. La mujer se realiza y se sentidiza en la relación
mujer-hijo, relación que Moreno denomina “Madredad”. En el mundo de vida
popular venezolano, ser mujer se vive como vivir madre: “En nuestra cultura no
acontece la mujer. Pertenecer al sexo femenino existe, sucede, como
vivirse-cuerpo-materno” (p. 430). La mujer encamina su función materna a
preservar y prolongar en el tiempo el vínculo relacional afectivo con los
hijos. Lo hace de mil maneras, unas muy sutiles, otras más explícitas. “La
madre forma al hijo para que sea siempre su hijo. El hijo se constituirá en ese
vínculo matricentrado, de una manera si es varón, de otra si es hembra. La
madre misma produce las diferencias” (p. 431).
El hijo varón es criado de
cierta manera, y se le enseña a ser masculino en la relación en madre:
En la familia matricentrada
el niño vive, experimenta y aprende una vinculación también matricentrada. El
varón está destinado a la madre. La madre necesita al hijo como única
posibilidad de realización. El varón de nuestro pueblo nunca se vivencia como
hombre, siempre como hijo. Esta es su identidad (p. 432)
Este vínculo materno no lo
romperá ni la muerte de la madre. Por tanto, en el mundo de vida popular no hay
hombres, sólo acaece el hijo.
Esto tiene sus
consecuencias; al no haber hombres se hace imposible la relación con una pareja
inexistente; también surge el vacío de una relación paterna, dos carencias
vividas así en el propio mundo de vida. La pareja se convierte en “un
apareamiento transitorio y conflictivo vivido como un accidente ocasional por
un niño espectador” (p. 433).
Esta es la experiencia vinculante que le
ofrece la socialización al niño (a), son modelos de relación vividos y
aprendidos en la familia. Las necesidades afectivas del varón están canalizadas
únicamente hacia la madre, toda otra satisfacción será transitoria,
superficial, prescindible. La relación del varón-hijo con otra mujer que no sea
su madre será inestable, afirma el autor, y marcada por el componente genital,
el único que la madre no satisface. Su necesidad de afecto está ligada a la
madre, no a la pareja. Cuando la compañera le dé un hijo, ella pasará a ser “la
madre de mis hijos”. Los hijos son hijos de madre. La mujer sobreentiende en la
práctica que los hijos son de ella. Falta, pues, el modelo masculino, por el
predominio del modelo materno. Esto lleva al varón a buscar su identificación
sexual en la presencia de numerosos hermanos de ambos sexos, lo que permite una
diferenciación sexual por comparación; además, la madre misma establece
distintas relaciones según el sexo.
Sin embargo, la
identificación sexual se llevará en la dispersión sexual, exigencia cultural
que le pide demostrar su hombría. También aparecen en las historias de vida
narradas los padres sustitutos, que son figuras masculinas que cumplen esa
función. Por otro lado, surge el machismo como mecanismo social y cultural de
control. Moreno habla de dos tipos: un machismo-poder y un machismo-sexo. El
primero lo define como el que se da en aquellas familias en las que la relación
hombre-mujer no es de igualdad, está inclinada a favor del varón, que concentra
la mayor parte de poder sobre la familia. Se adquiere en identificación con el
padre, cuyas funciones masculinas deben reproducirse. El autor lo expresa en la
máxima: “Tengo el poder y el derecho a mi libertad sexual” (p. 436).
El otro machismo,
relacionado con el sexo, es de origen materno: se traduce como actividad
genital dispersa. Lo crea la madre para asegurarse de la exclusividad de los
afectos del hijo hacia ella, anulando la competencia de cualquier otra mujer.
La madre recurre al machismo, según Moreno, para evitar el incesto, ante la
falta de significatividad de la figura paterna; también para evitar la homosexualidad
del hijo y su única identificación con la figura femenina de la madre. El
machismo le prueba al hijo varón su masculinidad. Otro mecanismo de
identificación sexual del varón es el desprecio y la burla cruel al homosexual.
El hijo no está abierto a la paternidad, está destinado a la madre, “a la
hijidad permanente”. Ser padre no lo identifica con la masculinidad.
Culturalmente, su identificación sexual está dada por el machismo. El hijo está
destinado a cumplir las funciones del esposo, menos en lo genital. El vínculo
madre-hijo se elabora en función de las necesidades de la madre. Así, sostiene
el autor, la familia del hombre popular es su madre y sus hermanos maternos.
El vínculo madre-hija tiene
otro sentido. “funciona como duplicador de la mujer-madre. En la hija la madre
se perpetúa, se reproduce la cultura y su sistema de relaciones. La hija es la
destinada a formar una nueva familia, para ella su familia serán sus hijos” (p.
440).
También tiene asignado un papel de reserva por
si falla el hijo-varón como esposo. La mujer tiene asignado por la cultura un
destino: ser madre. Será una madre sin esposo, criadora total de los hijos y
marcadora del destino de los mismos. Dejará el horizonte de la hijidad, a
diferencia del varón que no lo deja nunca, para asumir el de la madredad. Ambos
vínculos son excluyentes: el de varón-madre y el de mujer-hijo. Por ambos lados
está cerrado el espacio para la pareja. El compañero no va mucho más allá de
ser para la mujer un medio necesario para hacerla madre, del que se prescinde
una vez que cumple su función.
Para el hombre, por otra
parte, la mujer que le da un hijo lo confirma como varón. Cada uno triunfa: el
hombre obtiene su sexo, la mujer su maternidad y un hogar. Explica el autor:
“la mujer necesita formar su propia familia, mientras el hombre ya la tiene
desde siempre y para siempre. El hombre le hace el hogar a la mujer. Y éste es
propiedad de ella. Y dominio exclusivo. Ella fija los límites, las condiciones
de entrada y de salida” (p. 442).
No es propiamente el hombre
quien abandona a la mujer, sino que ésta lo expulsa de muchas formas, hasta por
mecanismos inconscientes creados por la cultura. De igual forma, por exigencia
cultural formada en el varón, éste necesita y desea ser expulsado. Esta es la
trama de relaciones de la pareja popular venezolana. Por eso Moreno habla de
apareamiento en vez de pareja. Apareamiento de cuerpos, de necesidades, de
intereses, de complementariedades múltiples que cuando se cumplen cierran un
ciclo y dan la posibilidad a la persona de iniciar otro. “La relación
madre-hijo está cerrada en el horizonte de la madredad-hijidad permanente, sin
aperturas al horizonte de esposo (a), es una estructura autosuficiente incapaz
de abrirse a otra estructura posible” (p. 443).
Ahora, esta autosuficiencia
en la relación madre-hijo no llega a cubrir el vacío que genera la ausencia de
padre, presentes en las historias de vidas analizadas. Es calmada en cierto
modo por los padres sustitutos, pero hay dolor, abandono y rabia, producido por
el padre ausente. Este vacío relativiza la autosuficiencia de la familia
matricentrada. Toda cultura tiene sus fisuras, sus deficiencias. La de ésta es
ausencia de padre.
Esta necesidad de Padre
apunta hacia la pareja, pues el padre, aislado de la madre, no sería capaz de
llenar ese vacío. La necesidad apunta más allá del padre, a la pareja. La
pareja puede resultar en algunos casos, pero esto sería el éxito particular de
algunos sujetos. Desde la cultura, la estructura personal del varón y la mujer
no están dadas para formar parejas. La misma cultura sabotea estos intentos que
son llevados a cabo cuando sucede el enamoramiento verdadero. Se presenta una
lucha interna entre la cultura y las necesidades de afecto muy personales. Esta
estructura de la familia popular refleja la necesidad de la pareja como hecho
cultural, no como hecho aislado. Esta familia popular que se tiene, opina el
autor citado, ha cumplido en forma relativa, con sus virtudes y carencias, con
la sociedad y la vida de los venezolanos. No se le puede achacar a ella la
producción de delincuencia y anormalidad. Quien así lo hace la juzga desde
fuera, sin comprenderla desde dentro.
Actualmente la gran columna que la sostiene:
la madre, está siendo golpeada por las necesidades económicas, el mundo laboral,
entre otras circunstancias. Si cae la columna, cae la casa. Otro aspecto
destacable en la familia popular como horizonte de comprensión de este mundo de
vida son las relaciones entre hermanos. Cada hermano está vinculado en una
relación personal con la madre. Esta vinculación es vivida como excluyente y no
compartida con los hermanos de distinto útero. La madre maneja un vínculo
personal con cada hijo. Así ella se convierte en el centro donde confluye toda
la vivencia del hogar.
Se es hermano del otro por
la madre. En Venezuela, “la fraternidad de hermano a hermano circula muy poco,
su vía central de circulación es la madre” (p. 447). Por último, se tiene al
padre en esta familia popular venezolana. Éste “significa vacío no colmado,
ausencia. Como tal, es objeto de deseo y de rechazo. Demanda añorante, reproche
y acercamiento” (p. 450).
La ausencia de padre y de su
afecto, es el tono que marca la afectividad de este vínculo. Se busca un padre
alrededor, y cuando se encuentra a alguien que esté dispuesto a desempeñar ese
papel desinteresadamente, la persona se entrega a él con ilusión y confianza.
Al respecto opina Moreno que “en Venezuela, el sentido profundo de la
experiencia lo da la madre, porque ella es la experiencia fuerte, mientras que
el padre es la experiencia débil” (p. 451).
El padre no tiene ninguna función familiar en
la familia matricentrada, su posición es excéntrica. El centro de la familia es
la relación madre-hijo. “El padre se presenta como innecesario y peligroso para
el centro, pues si se le permite entrar, el vínculo madre-hijo tiene que ser
compartido. Esto desequilibraría a la mujer-madre; su madredad ya no sería
exclusiva” (p. 452).
Al padre no se le deja ser
padre, la mujermadre cela su centro-familia. El padre es una ausencia presente
en esta familia matricentrada. No es el padre quien abandona el hogar, es la
mujer-madre la que lo expulsa de él, y si le permite estar físicamente, lo saca
del centro-familia. Pero la ausencia de padre en los hijos está viva, crea un
gran vacío que resuena a lo largo de toda la vida, un hueco que necesita ser
llenado. La madre hubiese querido llenarlo, pero no ha podido, pues la madre no
cumple nunca la función de padre.
Así, en Venezuela, “se es
ser-en-la-madre, no ser en el mundo” (p. 453). No se experimenta el mundo como
lo hacían los primeros filósofos griegos, como el mundo de la naturaleza, sino
como el mundo de la humaneza: relacionado-en-humaneza. Afirma Moreno que
vivirse como madre de hijo e hijo de madre es vivirse como relación matrial. En
la experiencia originante, primera, se es hijo-relación, y luego se es yo. Así
lo reflejan los relatos de historias de vida abordados, previa a esta
investigación. Se piensa desde ese yo-relación-hijo, no desde un yo-individuo.
No se llega a la relación desde la crítica al
individualismo, como en Buber y Levinas, o en base a reflexiones filosóficas,
sino en la implicación en una cultura existente. Se ha presentado la estructura
real y actuante de la familia popular venezolana porque los vínculos familiares
constituyen aquí el mundo de vida, el cual está desacoplado del sistema de
pensamiento occidental sobre la que se organiza la sociedad. Sobre la vivencia
relacional madre-hijo nace una manera de vivir en el mundo de tipo afectivo,
solidarizante y comunicacional. A lo ya expuesto sobre el mundo de vida popular
se añaden otros significados que ayudan a comprenderlo, presentes en el
análisis de la historia de vida de Pedro Luna hechos por el Centro de
Investigación Popular (“Buscando Padre”, 2002). En el mundo de vida popular
nada puede hacerse fuera de la estructura de convivencia:
Emerge de este modo la trama
relacional, el tejido de relaciones personales y afectivas, como el ámbito de
sentido único en el que resulta comprensible cuanto en dicho mundo de vida
acontece. Pedro, y con él el venezolano popular, no vive simplemente, convive.
Por eso resulta definido por la relación convivial. El vivir y el convivir se
ubican, antes que en el paisaje, en el tiempo o en el espacio, en las personas.
Todo significado significa en trama relacional personal. (p. 340)
El padre pasa a ser el gran
reto de la cultura venezolana: hay que construirlo. La madre ya está desde
siempre, no sólo en la vida de cada hijo, sino en la cultura y en las prácticas
básicas del mundo de vida popular. “El padre, precisamente por su ausencia y
tangencialidad, nunca tiene realidad, pero el hijo lo necesita y no tiene más
remedio que construirlo. Lo construye con lo que para él produce su madre y con
los retazos de padre que va encontrando por la vida” (p. 342). Aquí reside la
enorme importancia del padre sustituto. El padre biológico es vivido como
abandonante y este rasgo lo realizan los hijos varones a menos que intervengan experiencias
correctivas a lo largo de la vida, afirma Moreno.
Otro aspecto importante a
resaltar, es que la pobreza no define al mundo de vida popular. Ha habido un
intento en la filosofía latinoamericana, iluminado por la tradición marxista y
su comprensión del mundo, de interpretar al pueblo latinoamericano como
oprimido económicamente (filosofía de la liberación de Dussel y otros). En las
historias estudiadas la pobreza se vive como algo circunstancial, por muy
fuerte que sea. El hombre del pueblo no se identifica ni habla de sí como pobre
ni como rico, se identifica en la trama de relaciones humanas. Al respecto
Moreno (2002) expresa: “La pobreza es un problema pero no una estructura
inevitable a la que se pertenece sin más. La historia de vida de Pedro confirma
que en los sectores populares la pobreza no genera violencia de por sí” (p.
345).
El trabajo es una constante
en la vida del venezolano. Sin esta clave de comprensión no se comprende el
mundo de vida popular. El modo de trabajar no es sistemático, organizado y
constante, como en las sociedades occidentales industrializadas, pero el
trabajo se aprende, se adquiere y se practica desde la infancia.
Ahora, el venezolano trabaja para vivir y
convivir, no para acumular riquezas, esto se desprende de todas las historias
estudiadas. El sentido que tiene el bien económico adquirido está en su
carácter de instrumento para la convivencia, para disfrutar el grupo en
relación, sin previsión alguna. La inestabilidad se convierte en una constante
en la vida del varón, así lo refleja la historia de vida de Pedro Luna (2002).
“Inestabilidad en la relación de pareja (inexistente como estructura estable),
inestabilidad en el ejercicio de la paternidad, en la residencia (el hombre
emigra constantemente), en el trabajo. Sólo parece tener un anclaje firme: la
madre” (p. 346).
Libremente desvinculado de todo para poder
amarrarse firmemente a la madre. Otra marca guía encontrada en la última obra
citada, es la vivencia del hombre del pueblo al margen de las instituciones, éstas
pertenecen a otro mundo, al mundo del poder. Ante ellas el venezolano popular
se sitúa marginalmente, la ley no pertenece a su mundo. “Todas las historias
populares se desarrollan en cierto conflicto ante la ley y con las
instituciones en general” (p. 346). También con la institución escolar la
relación es precaria.
El mundo de vida popular no
puede entenderse sino como relacional, es el afecto (no el interés ni la
utilidad racional) la cualidad específica de esta relacionalidad. Afecto
positivo en cuanto apego, es lo que impregna y define la trama relacional. “La
relación afectiva es el soporte sobre el que se construye todo el mundo de
vida. La falta de afecto es identificada con soledad aunque haya compañía de
gente. La orientación positiva en la vida se juega entre afecto positivo:
apego, cariño, solidaridad; y negativo: rechazo, humillación, exclusión” (p.
347). Las experiencias relacionales de profundo significado afectivo determinan
el cambio de rumbo, esto va en coherencia con la estructura relacional afectiva
del mundo de vida popular. Lo determinante para orientar la conducta no es la
idea, el ideal, la convicción racional, sino la relación personal afectiva.
Esta relación significativamente afectiva es la que educa, la que orienta, la
que produce cambios.
Antropología
popular: el homo convivalis
Una vez descrito el mundo de
vida popular venezolano, se hace referencia al hombre que surge de esta
práctica y comprensión del mundo. El venezolano habla de sí en las historias de
vida abordadas en la investigación hecha por el CIP, como un ser-en-relación,
no como un hombre individuo, ni recurso, ni naturalista, ni como un ser de
cognición, ni de estímulo-respuesta. Si la propia cultura tiene elementos
positivos que hacen posible de hecho en la misma práctica otra educación, bien
humanizante por cierto, ¿por qué no apostar por estos significados culturales
para educar desde y en ellos? Ha de promoverse la consolidación del venezolano
como hombre de la convivencia, y la expansión de esa misma convivencia más allá
de la frontera de la propia familia o comunidad local.
A continuación, las
características de ese hombre de convivencia que es el venezolano popular, de
manera que pueda comprenderse hacia qué tipo de hombre ha de apuntar la
educación en Venezuela. El primer lugar de la convivencia en Venezuela es la
familia, que deja en los sujetos para toda la vida la estructura del convivir
propia de la cultura. Para comprender el significado presente en la mujer-madre
y en el hombre-hijo éstos deben pensarse como relaciones, no como seres. Sólo
desde este ámbito son comprensibles, porque así se viven a sí mismos.
Afirma Moreno (2005), “madre-hijo es en sí
misma una existencia-relación, una relación conviviente. La mujer no es madre
sino que vive madre, el hombre no es hijo, vive hijo; el hombre popular no es
ni está en relación, sino vive relación. Vivir es el verbo que posibilita el
lenguaje popular” (p. 466). Esta relación no se comprende sino como transida de
humanidad, se vive como relación desde y en humanidad, es lo que Navarro (1997)
ha llamado Humaneza. Para el venezolano, comenta Moreno y su equipo de
investigadores (1998), vivir relación es el ejercicio originario y básico de la
vida, es la practicación fundamental del hombre popular, es la práctica
primera, originaria y básica, anterior a toda práctica, en la que sucede sin
decisión previa alguna el propio vivir.
Esta practicación, afirma el autor, pone las
condiciones de posibilidad para todo el mundo de vida popular. Así, el hombre
popular es relación no dada sino continuamente acaeciente, está sucediendo
desde su origen que es la vida misma tal y como se vive en las familias y en la
comunidad popular. En Venezuela, la vida real no es vida de individuos, sino
vida convivida. La convivencia es intrínseca al venezolano. En El aro y la
trama, comenta el autor: “el venezolano viviente-en-madre, sólo es comprensible
como relación-viviente” (p. 467).
Por eso Moreno lo define como Homo Convivalis,
para resaltar todas las connotaciones del latino convivium, que en castellano
suele llamarse banquete y en venezolano “sancocho”. “Epa convive”, es muchas
veces el saludo del venezolano popular. Vivirse convive es vivirse
relación-afectiva, como coviviente del mundo de vida popular, no entendiendo el
afecto sólo como dimensión amorosa, sino también como dimensión agresiva,
dependiendo de las personas y las circunstancias, como ya se explicó al
desarrollarse la violencia delincuencial como forma de vida de algunos
venezolanos populares. Por eso afirma el autor “la relación y no el ser ni la
individualidad constituyen al venezolano, la relación es su estructura.
Esencia, ser, no tienen existencia en la matriz de representaciones y símbolos
constitutivos de la cultura venezolana. Hombre está al principio; mundo está de
segundo, derivado” (p. 468)
Para el hombre popular, las
cosas son menos importantes que las personas, esto se evidencia en el descuido
de los objetos en general y del dinero en particular. Su pobreza no es carencia
de recursos, que también se da, sino más bien despreocupación y minusvaloración
de los mismos, este es el sentido en el que valora, tal como lo plantea León
(1999). Por eso afirma Moreno (2005) que:
Resulta totalmente
inadecuada para el pueblo la categoría modo de producción como instrumento de
comprensión. (el venezolano) Vive en un mundo de producción, que es el modo de
producción moderno, pero éste no lo constituye como ser en el mundo, no lo hace
existente. Su mundo es la vida entre los hombres, que se hace realidad en la
vecindad y la familia. Sale de él para pasar por el mundo de la producción,
como necesidad inevitable e ingrata, pero su mundode-vida es la convivencia (p.
466).
El hombre popular es un
práctico de la relación conviviente, un viviente-relación. El proyecto y
fundamento del mundo de vida popular es estar en la relación humana, afirma el
autor. Este hombre vive primaria y fundamentalmente un mundo humano, y sólo
secundaria y derivadamente un mundo físico. Esto implica un modo de conocer
radicalmente distinto al moderno. El hombre popular venezolano conoce en la
relación sujeto-sujeto, no en la clásica sujeto-objeto. Y esto postula una
episteme totalmente distinta.
Conclusión:
hay que concientizar nuestro mundo de vida:
De lo expuesto en el punto
anterior se concluye que el hombre de pueblo en Venezuela se vive como
relacionado, vive en la relación matricentrada-afectiva, una relación donde es
concebible la singularidad, no la individualidad. Cada persona es una manera
singular de ser relación. El individuo produce sus relaciones; “la
persona-relación está en un mundo de relaciones a su manera singular de estar”
(p. 484). No se está hablando de la conducta de la relación, sino de la
relación en la que acontece toda conducta. El mundo popular se define a sí
mismo como vivir-la-relación. Este mundo de vida pone las condiciones del
conocer, la episteme, que en el pueblo venezolano es un conocer desde la
relación y por relaciones.
La relación es, pues, el fundamento de todo
conocer. Este fundamento epistémico, además de ser una realidad popular en
Venezuela, es una exigencia profundamente humana, más allá de todo producto
histórico, como lo demuestra el esfuerzo por elaborar otro pensamiento distinto
que hace Buber, Levinas, Dussel, Freire, entre otros. La relación que aquí se
plantea no es un concepto, y no se puede hablar de ella con palabras en lógica
discursiva. La relación se presenta como una raíz epistémica de origen y
consistencia matrial, Su lenguaje propio es el vivir, el mito y el símbolo. El
concepto que aquí se construye es la obra post-hermenéutica del símbolo, y
pertenece a otro mundo de vida, a una exigencia académica, a una manera
necesaria de explicar el mundo de vida popular por los caminos de la modernidad
para su reconocimiento y distinción.
La relación es misterio y nunca se agota por
más que se le investigue y trate de describírsele. Sólo puede comprendérsele
vivenciándola sin más, sin buscar otro fin que la relación misma, sin
categorías ni juicios previos. El hombre del pueblo no es un ser en el mundo,
sino una relación viviente. No es subjetividad, ni racionalidad, ni individuo,
sino relación. La filosofía relacional no sólo quiere superar el
individualismo, sino al individuo como punto de partida y raíz fundante de todo
un mundo de vida: el occidental. Se trata aquí de plantear la relación misma
como entidad primera, y no como un derivado del individuo que la construye.
Para cada hombre popular, la relación es su acaecer en el mundo, no algo que él
entabla como algo pre-existente y preconcebido. Su ser persona singular es
derivado de su ser relación. La relación se convierte en un pensar primero y
fuente epistémica de un conocer distinto.
De esta episteme emana un
saber popular del que es posible construir otra educación, otra manera de
enseñar, otra ciencia, otros saberes. Esta episteme ha sido oprimida y no
reconocida por el otro mundo: el moderno. Por eso pronuncia su palabra hacia
dentro, no hacia fuera. Sólo en él puede ser escuchada.
Con Moreno (2005, p. 527),
cuando se habla de pueblo se entiende a éste como una red de relaciones muy
compleja que incluye acercamientos y alejamientos, encuentros y desencuentros;
dejando a un lado concepciones de pueblo como masa, agregado de individuos,
sentimiento común, una esencia o substancia, entre otras. Cuando se habla aquí
de relación popular se hace mención a la relación viva, que se vive. No es una
relación ideal o abstracta, producida por la razón o por un pacto de
individuos.
En la modernidad toda
relación es extrínseca. La relación es el amor y el odio, el encuentro y el
desencuentro. El amor es un proyecto y una tarea posible desde una episteme de
la relación, y quizás imposible desde una episteme del individuo. En el pueblo
venezolano la persona se vive intrínsecamente como relación, ésta es su
existencia concreta. No necesariamente comunión, como comenta Moreno, la
comunión es una posibilidad de comunicación, no la única. El odio es también
otra posibilidad.
De aquí la necesidad de la
ética para que la persona pueda realizar su proyecto relacional liberado. Cada
persona es una relación singular que la hace distinta a otra. La relación que
es cada persona no es una realidad estática, dada de una vez para siempre; es
en cambio una existencia, una historia. Existe en el tiempo, se hace
históricamente. La persona vive ser-relación histórica mientras dura su
mundanidad. Mientras vive, esta relación estará abierta a infinitas
posibilidades, a múltiples proyectos. Vistas así las cosas, lo social, la
sociedad, las ciencias sociales, dejan de tener sentido en la episteme popular,
dejan de ser nombrables, hay que nombrar lo comunitario. La sociedad, lo
social, es fruto del pacto de personas que se conciben y se viven como
individuos.
Desde estas reflexiones se
ha expuesto nuestra idiosincrasia, nuestra otredad, de la mano con Moreno hemos
de continuar la tarea del filósofo por darle palabra a lo nuestro. La
investigación cualitativa, hecha en la implicación existencial y comunitaria,
resulta un camino interesante para develar nuestra filosofía, nuestro
pensamiento indoamericano, desde el compromiso ético en la vida convivida con quienes
investigamos y apalabramos nuestra episteme de la relación, tal como lo Plantea
Rodríguez (1995). En otros espacios he hecho este esfuerzo de dejar que el
pueblo hable de sí, para concientizar nuestro mundo de vida venezolano y
latinoamericano (cfr. León 2012, a, b). Todo está por hacer, por explicitar.
Sólo hace falta la disposición para escuchar y construir juntos desde nuestra
otredad indoamericana.
Fuentes:
AA. V.V. (1998).
Historia-de-vida de Felicia Valera, Venezuela: CIP-CONICIT.
León F. (1999). La casa del Pueblo, Sentido en
el que se valora en el Mundo de Vida Popular. Tesis de Grado no publicada.
UCAB. Caracas. Venezuela.
IDEM, (2012, a).
Antropología Filosófica (Segunda Edición Ampliada). Venezuela: U.C.
IDEM, (2012, b). Teoría del Conocimiento (Tercera Edición
Ampliada). Venezuela: U.C.
Moreno A. (2002). Buscando
padre. Caracas. CIP.
IDEM, (2005). El aro y la
trama, Caracas. 2da Ed. CIP.
Navarro R. “De la relación
como realidad al currículum comunitario, ¿Heterotopía posible en el mundo de
vida popular?”. Heterotopía 5 (1997) pp. 44-60. Venezuela.
Rodriguez W.,“La implicación
investigativa”. Heterotopía 6 (1995) pp. 39-52. Venezuela.
DISPONIBLE EN LA REVISTA MAÑONGO 40 UNIVERSIDAD DE CARABOBO- VENEZUELA
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